La destrucción de las ruinas. Un giro argumental en torno a la conservación del patrimonio

The Destruction of Ruins: A Turning Point in Heritage Conservation

María del Valle Gómez de Terreros Guardiola

Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España

mvgomgua@upo.es

0000-0002-3010-5036

Recibido: 08/11/2024 | Aceptado: 18/12/2024

Resumen

Palabras clave

¿Qué provoca la destrucción de las ruinas, la pérdida de unos bienes culturales con peculiares características (difícil legibilidad, fragilidad, ubicación problemática, falta de uso y mantenimiento…)?: el desconocimiento, la desatención o la desidia, el abandono, la desafección, el expolio, las catástrofes naturales, las guerras, las “limpiezas” históricas, religiosas, culturales o étnicas, la propaganda desafiante, el nacionalismo cultural, el tráfico de obras de arte, el mal llamado “progreso” social, urbano o económico, e incluso complejas y contradictorias restauraciones.

Se trata de bienes culturales que, datando de cualquier época, han sido ya parcialmente destruidos y han perdido su función y utilidad originales –aunque hayan podido adquirir otras nuevas–. Y aun así, detentan en ocasiones tal poder evocador que incluso, en situaciones extremas, se han convertido en objetivos de fanáticos en conflictos recientes.

Ruinas culturales

Ruinas urbanísticas

Destrucción

Causas

Conservación del patrimonio

Significación del patrimonio

Abstract

Keywords

What causes the destruction of ruins, the loss of cultural assets with singular features (difficult legibility, fragility, problematic location, lack of use and maintenance...)?: Ignorance, neglect or negligence, abandonment, disaffection, looting, natural disasters, wars, historical, religious, cultural or ethnic “cleansing”, defiant propaganda, cultural nationalism, trafficking in works of art, the so-called social, urban or economic “progress”, and even complex and contradictory restorations.

These are cultural assets that, dating from any era, have already been partially destroyed and have lost their original function and utility –although they may have acquired new ones. And yet, they sometimes hold such evocative power that, in extreme situations, they have even become targets of fanatics in recent conflicts.

Cultural Ruins

Urbanistic Ruins

Destruction

Causes

Heritage Conservation

Heritage Significance

Cómo citar este trabajo / How to cite this paper:

Gómez de Terreros Guardiola, María del Valle. “La destrucción de las ruinas. Un giro argumental en torno a la conservación del patrimonio.” Atrio. Revista de Historia del Arte, no. 31 (2025):254-282. https://doi.org/10.46661/atrio.11225.

© 2025 María del Valle Gómez de Terreros Guardiola. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0. International License (CC BY-NC-SA 4.0).

Introducción

Cuando Joaquín Álvarez Barrientos me invitó a impartir una conferencia en el Museo del Prado, en el ciclo Antigüedad y tiempo, ¿ruinas eternas?[1], me extrañó el tema que me propuso: la destrucción de las ruinas. He estudiado la conservación del patrimonio arquitectónico, también de las ruinas, no su destrucción. Sin embargo, elaborar dicho discurso me obligó a dar un giro completo al enfoque de mis últimas indagaciones, giro que ha resultado fructífero porque permite detectar causas y tipos de destrucción del patrimonio de los que aprender también cómo salvarlo o cómo mejorar su cuidado.

Las ruinas, parte del patrimonio cultural objeto de ataque y destrucción por causas diversas a lo largo de la historia, tienen unas características singulares, por lo que es preciso definirlas y acotar las que trata este estudio: las culturales y las urbanísticas.

Una ruina cultural es una estructura o construcción hecha por el ser humano, parcialmente destruida e incompleta, por causas varias (naturales o no), que ha perdido su función inicial (aunque a veces sólo temporalmente e incluso pueda adquirir otra), que data de cualquier época (desde la prehistoria al mundo contemporáneo) y a la que se le otorga un valor singular (histórico y/o artístico, antropológico, etc.) por ser testimonio de nuestro pasado, por lo que debe ser transmitida al futuro y no destruida[2].

El concepto de ruina urbanística engloba los edificios que se declaran o se hallan en estado de ruina, que también pueden ser bienes culturales y que, en tal caso, pueden ir –o van– en camino de convertirse en ruinas culturales.

En el ámbito de la conservación del patrimonio las ruinas constituyen, en sus dos acepciones, casos extremos, pues requieren fuertes decisiones e intervenciones si se pretende su pervivencia, por diversos motivos: difícil legibilidad, fragilidad estructural, exposición excesiva a inclemencias climatológicas, ubicación (sea urbana o no), falta de mantenimiento y monitorización (por falta de uso), etc.[3].

En el ámbito de la destrucción del patrimonio las ruinas se pueden considerar igualmente casos extremos: se destroza, intencionadamente o no, algo que ya está parcialmente deshecho, que ha perdido generalmente su funcionalidad e incluso en ocasiones su significado original, aunque haya podido adquirir otro: hoy fundamentalmente el cultural, véase turístico.

En definitiva, se va a tratar aquí de algo paradójico, de la destrucción de lo que ya está parcialmente derruido, incluso muerto en su utilidad y significado original. Recientemente se ha publicado mucho sobre la destrucción del patrimonio en general, pero poco específicamente de las ruinas[4]. Profundicemos en el asunto, en qué causas llevan a su pérdida, para tratar de comprender el fenómeno desde estos casos extremos.

Puntos de partida a considerar

En un reciente trabajo realicé una clasificación de las ruinas atendiendo a diversos factores: antigüedad, relevancia y reconocimiento social, ubicación… Este análisis cobró sentido al detectarse que dichas cuestiones inciden en su conservación –o no– y en cómo se restauran[5]. Por tanto, también influyen en su posible desaparición: una ruina antigua, muy reconocida, ubicada en un lugar muy visitado… es difícil que se destruya. Y en el caso de que ello aconteciera, lo habitual sería intentar su reconstrucción, como ocurre en casos similares con los monumentos “vivos”, aunque no siempre se efectúe.

Sobre los motivos que producen la destrucción de las ruinas, lo primero a señalar es que es bastante común que aquélla resulte de la combinación de varias causas.

Debemos puntualizar igualmente que distintos acontecimientos afectan más a unos tipos patrimoniales que a otros. Así, las guerras, por ejemplo, inciden más en edificios históricos, culturales y religiosos urbanos (templos, museos, archivos, bibliotecas…), que en el patrimonio rural o arqueológico (castillos, ruinas…), más dañado, por ejemplo, por explotaciones agrarias, mineras o energéticas, u otras causas vinculadas al desarrollo, incluso al urbanístico[6].

Otra cuestión a valorar es el grado de destrucción patrimonial al que se puede llegar. Mozaffari y Barry hablan de “soft” o “hard destruction”[7]. La destrucción suave, ligera, se refiere a daños más leves, que pueden deberse a una mala gestión, cambios de uso, desatención o abandono; o también a daños parciales causados por fenómenos naturales. Son procesos que, en ocasiones, se pueden frenar. La segunda, la dura o fuerte, es la destrucción total, el borrado del sitio.

También se puede distinguir entre daños actuales o potenciales, es decir, los que hemos detectado que pueden afectar al patrimonio de forma inmediata, o a medio o largo plazo si no se aplican los remedios oportunos.

Cabe puntualizar que en este texto se trata de la actualidad, de las últimas décadas, todo lo más del siglo pasado, con alguna posible excepción de fines del XIX, no de otros periodos históricos. Porque una de las principales diferencias entre lo ocurrido en el pasado y en tiempos recientes radica en que hoy existe un corpus de tratados y recomendaciones internacionales (aunque no lo acepten todos los países) que hace que los ataques a los bienes culturales se consideren, salvo en casos de absoluta necesidad militar, ilícitos igualmente internacionales, incluso crímenes de guerra si suceden durante un conflicto armado, que pueden implicar hasta responsabilidad criminal individual[8].

Asimismo, conviene destacar que la forma en que hoy entendemos las ruinas, tras las dos devastadoras guerras mundiales del siglo XX, tiene poco que ver con el valor sugestivo que se les otorgó desde el Renacimiento hasta el siglo XIX, fuera como modelo artístico, como símbolo del triunfo o la decadencia de la cristiandad, de la fugacidad del tiempo o del poder, de los grandes imperios o de nuestra propia vida; o como muestra de la sublimidad emocional, del terror, la melancolía, etc. La fotografía y el cine plasmaron retratos reales e imponentes de muchas ciudades arrasadas, mostrando la ruina contemporánea, a veces casi apocalíptica, que podría llevar incluso al fin del mundo y, quizá, a un comienzo desde cero, desde la nada[9] (Fig. 1).

Fig. 1. Ruinas de Dresde en 1945, vistas desde la torre del Ayuntamiento hacia el sur, con alegoría de la bondad (obra de August Schreitmüller, 1908/1910). © Fotografía: Richard Peter. Deutsche Fotothek, disponible en https (CC BY-SA 3.0 DE).

Además, nos hemos acostumbrado a ver constantemente ruinas a través de la televisión, del cine y otros medios: guerras, terremotos, huracanes, volcanes, atentados, etc. Hay quien opina que tanta saturación conduce a minusvalorar tanto dichos desastres como sus causas, sean políticas, económicas o climáticas. Así cobran relevancia ciertas manifestaciones artísticas contemporáneas que tienen como tema principal las ruinas, de éxito en las últimas décadas, a veces con vocación de denuncia o reivindicación. Pero el arte actual también muestra una gran diferencia con respecto a la representación de las ruinas antes de las grandes guerras: nos muestra las actuales, las de nuestro entorno, sin esperar a que pase el tiempo, señalando nuestra capacidad de destrucción y de abandono[10].

Dicho esto, y por contraste, es preciso reconocer que las ruinas culturales, las históricas, para la mayoría son hoy un bien meramente turístico. Para algunos, que creemos que existe algo más que la memoria y relatos literarios, que confiamos en que se puede hacer historia, también son documentos de gran valor[11].

Cuando hoy generamos ruinas –quizás de más mala calidad por las formas de construcción contemporáneas–, lo habitual es limpiar la zona de escombros, dejando todo lo más un monumento conmemorativo, como en el World Trade Center. De ello han escapado algunos ejemplos por diversos motivos, generalmente económicos, aunque a veces por ser lugares consagrados al recuerdo, como Oradour-sur-Glane en Francia, Belchite en España, o la Cúpula de Genbaku en Hiroshima[12].

Pero volvamos al turismo, ahora en relación con las ruinas contemporáneas. En ocasiones se consigue también convertirlas en una atracción turística y conservarlas, al menos un tiempo. Un caso reciente muy conocido es el de Detroit[13]. Otro menos divulgado es el del poblado minero abandonado de Kolmanskop, en Namibia[14].

Causas o motivos de la destrucción de las ruinas

Las ruinas pueden desaparecer o colapsar por causas naturales o por acciones (o falta de ellas) del ser humano. A veces, como se ha referido, se podrían combinar varios motivos, por lo que toda clasificación es aproximada.

Causas naturales

En un primer lugar hay que considerar los desastres naturales repentinos, como las erupciones volcánicas o los terremotos, generalmente inevitables, aunque a veces se puedan prever para minimizar los daños humanos.

En el caso de las primeras cabe señalar lo realizado en Islandia por el Instituto Noruego de Investigación del Patrimonio Cultural, en colaboración con el Consejo del Patrimonio Nacional de Islandia, para documentar ruinas de construcciones en riesgo de desaparición por las erupciones acaecidas a comienzos de esta misma década[15].

En lo relativo a los terremotos, son varias las cuestiones de interés estudiadas en los últimos tiempos. Una es la posibilidad de preservar sus efectos en parques “arqueo-sismológicos”, como se ha propuesto en lugares como Eleusa Sabaste (Turquía), para estudiar sus secuelas, la propia historia de los monumentos y sus características constructivas. Sin embargo, ello podría disminuir los ingresos que genera el turismo, mucho más atraído por restauraciones contundentes[16].

Otra es cómo, tras dichos desastres, las restauraciones pueden ser desde ejemplares a nefastas, casi destructivas. Así ha ocurrido en Bagan, Myanmar, lugar de enorme extensión con miles de construcciones budistas, fundamentalmente de los siglos XI al XIII. Allí, tras un fuerte terremoto acaecido en 1975, las primeras restauraciones hechas por el gobierno birmano con la colaboración de expertos internacionales (unas 150) fueron correctas. Pero en 1988, tras un cambio político, los criterios de intervención variaron por completo para estimular la explotación turística del lugar, por lo que en las décadas de 1990 y 2000 se erigieron sobre las antiguas ruinas, sin ningún rigor científico, cientos de “nuevos” templos. Donantes de todo tipo contribuyeron a ello: empresas privadas, militares, particulares, departamentos gubernamentales, expatriados birmanos o grupos internacionales (como asociaciones religiosas budistas de diversos países asiáticos)[17]. Sin embargo, es interesante reconocer, como afirma Kraak, que muchos budistas que ayudaron a tal reconstrucción por sus creencias (eran méritos que beneficiaban su karma) no la consideraron destructiva, sino una mejora de los edificios. Por tanto, hay cierto grado de subjetividad respecto de lo que se puede considerar la “destrucción” del patrimonio, según se trata el asunto en la Declaración de la UNESCO relativa a la Destrucción Intencional del Patrimonio Cultural de 2003, pues se suele vincular a la violación de derechos culturales y, por ende, de los humanos. Así lo que se pone en cuestión es la validez real o no de los estándares de conservación internacionales, cuando un supuesto “daño” del patrimonio es valorado positivamente por quienes lo mantienen vivo y cambiante[18].

El 26 de agosto de 2016 un nuevo gran terremoto causó estragos en Bagan, resultando 300 templos afectados, muchos en las partes renovadas y reconstruidas, por lo que se abría una nueva oportunidad para hacer bien las cosas. Desde 2011 la mejora de la situación política en el país favoreció también que mejoraran las restauraciones y que en 2019 el conjunto entrara en la Lista del Patrimonio Mundial (LPM, en adelante)[19].

Las causas naturales no repentinas pueden resultar algo más controlables. Tenemos ya encima el cambio climático, por cuyos efectos muchas ruinas se verán afectadas: el deshielo de zonas árticas, las inundaciones, el fuego o la desertificación, entre otros. Este último fenómeno, que está afectando a ciudades, como Chingueti en Mauritania, puede crear mayores problemas en sitios no “vivos”, aunque estén en la LPM, como en Meroe, en Sudán (Fig. 2), donde se conserva un cementerio con pirámides nubias y más de 1000 tumbas de la Antigüedad, entre otros restos. El paisaje ha ido cambiando desde 1900 y se ha ido acumulando arena, que además erosiona los restos[20].

Fig. 2. Meroe, Sudán, en 2020. © Fotografía: Valerian Guillot. Disponible en https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=93734381 (CC BY 2.0).

Otro asunto es el aumento del nivel del mar. Los yacimientos sitos en zonas costeras bajas, habitualmente ya en riesgo por la erosión marítima, sufrirán aún mayores problemas. Sólo en el Mediterráneo hay 49 sitios que constan en la LPM en tales circunstancias, entre los que hay bastantes ruinas, como las de Alejandría (Egipto), Cartago (Túnez), Leptis Magna, Sabratha (Libia) o Delos (Grecia). De ellos, 37 están en riesgo de sufrir inundaciones en 100 años y 42 están ya en riesgo de erosión[21].

Ante este panorama, cabe considerar que ya existen parques arqueológicos subacuáticos, que posibilitan la explotación turística de lugares sumergidos, además de su estudio y mantenimiento. Un ejemplo se encuentra en Bayas (Italia, cerca de Nápoles), donde buceando se ven los restos de una importante ciudad de descanso romana; y se ha planteado la construcción de museos subacuáticos en otros lugares[22].

Las inundaciones también se han incrementado. Una muestra sería las ocurridas en 2011 en Ayutthaya, Tailandia, que anegaron yacimientos arqueológicos y más de 200 templos. Igualmente las fuertes lluvias generan problemas, como humedades, que afectan especialmente a las ruinas, como las de los 49 interesantes edificios del siglo XIX, debidos a comerciantes hindúes del período colonial británico, que hay en Panam Nagar (Sonargaon, Bangladesh)[23] (Fig. 3).

Fig. 3. Panam Nagar, Sonargaon, Bangladesh, en 2016. © Fotografía: Fahad Faisal. Disponible en https://en.wikipedia.org/wiki/Panam_Nagar (CC BY-SA 4.0).

Una última causa, que podríamos considerar entre natural y generada por el ser humano, sería la destrucción o el desgaste provocados por el paso del tiempo, el desconocimiento (y algo de desidia). Lo que no se conoce o, simplemente está alejado y no se valora por la población, muere de forma “natural”, como ocurre con restos de fortificaciones menores y de edificios rurales de nuestro país, ermitas que perdieron su función… A veces son conocidos por los expertos, pero pocas personas se preocupan por su conservación.

Causas generadas por el ser humano

Son la mayoría y acaecen en tiempos de paz o de guerra. Las primeras, muy numerosas, tienen menos amparo legal internacional, en tanto que la protección del patrimonio se considera un asunto interno y los estados se escudan en su soberanía.

En tiempos de paz el desinterés, la desidia o la ignorancia pueden derivar en el abandono, la desatención, el vandalismo y la destrucción de las ruinas. Es bien sabida la reutilización de materiales de monumentos usados históricamente como canteras. También es conocido el poco aprecio del que gozan las ruinas de la arquitectura industrial y las contemporáneas en general, pues cuesta que se consideren como patrimonio cultural. Así, bien se demuelen, bien se rehabilitan para otros usos[24]. Aun así, algunas, como la isla de Hashima (Nagaski, Japón), siguen ahí como muestra del abandono de grandes complejos industriales (explotación de carbón hasta 1974 y en la LPM desde 2015)[25]. La ignorancia conduce también, en diversas zonas del mundo, a la pérdida de ruinas culturales. Sería el caso de la destrucción de sitios arqueológicos en Siria por campesinos al extender sus tierras de labor sin conocer la naturaleza de tales sitios[26].

El rechazo de la propia historia es otra causa a analizar. Libia puede servir de muestra: Muamar el Gadafi, su gobernante durante más de cuatro décadas, veía los restos romanos y preislámicos de su país como símbolos de la dominación colonial europea –italiana, en su caso– en África, lo que derivó en que, al no ser una prioridad para él, sufrieran cierto abandono, falta de mantenimiento e inseguridad[27]. Así no extraña que pusiera las ruinas de Leptis Magna en peligro al usarlas como arsenal[28]. Pero más grave es que dicha actitud negligente ha hecho que la población en general se haya desvinculado de esa parte de su propia historia y ha propiciado que, tras la caída del dictador, en lugares como Cirene se hayan detectado excavaciones ilícitas, expolio o destrucciones de restos arqueológicos, por ejemplo para la construcción de nuevas viviendas[29]. La UNESCO mantiene hoy clasificados como en peligro, desde 2016, los cinco sitios del país que están en la LPM (Cirene, Leptis Magna y Sabratha, entre otros)[30].

El rechazo también puede afectar a la arquitectura militar reciente y a la no tan cercana: desde a baterías y fortines existentes en Europa por las guerras del siglo XX, hasta a los castillos, que en nuestro país ha derivado, hasta fechas recientes, en su abandono y su destrucción intencionada. Un ejemplo es el derribo de la fortaleza medieval de la Mota, en Benavente, de la que sólo queda la torre del Caracol (s. XVI), junto a la que se erigió un parador en el siglo pasado, inaugurado en 1972. En decadencia desde tiempo atrás, fue vendida en 1898 a un particular que tenía el negocio de proporcionar agua al pueblo, por lo que instaló un depósito en la torre del homenaje. El resto del castillo se utilizó como cantera desde fines del XIX hasta 1930, rematando su destrucción el Ayuntamiento, que adquirió el inmueble en 1925, al extraer materiales para otras obras. Además, entre 1929 y 1930 se vendieron a Arthur Byne varias piezas del edificio, que fueron enviadas a William Randolph Hearst. El Estado llegó tarde: en 1931 la torre del Caracol fue declarada Monumento Nacional[31].

En aras del progreso se han destruido otras ruinas: para crear vías de comunicación, realizar reformas urbanas o infraestructuras, como presas, pantanos, plantas energéticas en zonas rurales, etc. En estos casos es más fácil minusvalorar y destruir una ruina, sin uso, que un edificio que preste algún servicio.

El supuesto progreso urbano llevó en la España del XIX a la demolición de muchas murallas y ha seguido siendo la causa de otras pérdidas de ruinas y monumentos, como lo fue de la desaparición de los restos de los Baños Árabes de Murcia. A pesar de ser uno de los pocos vestigios islámicos de la ciudad y monumento legalmente protegido, fueron derribados en 1953 para construir la Gran Vía y así adecuar la ciudad a lo que se creía eran las necesidades de la vida moderna. No lo pudieron evitar ni la Dirección General de Bellas Artes, ni los informes de las Academias de San Fernando o de la Historia, que tuvieron como responsables a ilustres personajes como Manuel Gómez Moreno o Diego Angulo Íñiguez[32]. Y si esto ocurre en países en los que la protección del patrimonio es relevante, en el caso de otros como Egipto, donde es bastante menor o inexistente, muchos restos antiguos o significativos se quedan bajo construcciones contemporáneas[33].

En lo relativo a la construcción de infraestructuras, estudios recientes sobre los daños generados por las presas (muchas son las construidas desde fines del siglo XIX hasta hoy) en ruinas y bienes culturales dan cifras impactantes: alrededor de 2.000 sitios arqueológicos sumergidos o dañados por presas construidas en el Nilo; unos 1.000 sitios inundados en las cuencas del Tigris y el Éufrates; cerca de 1.300 por obras hechas en el río Yangtzé, en China; y al menos unos 800 en el río Misuri[34]. El desarrollo económico y social previsto con ellas (aumento de tierras de cultivo, producción energética, evitar inundaciones y sequías…) las justifica. Sin embargo, tienen una vida finita –entre 50 y 120 años–, por lo que se deben sopesar los daños que provocan, principalmente desplazamientos de personas, sobre el medio físico y en el patrimonio cultural. Además, ha sido bastante común que fueran escasos los estudios arqueológicos previos a su construcción. Esto se ha analizado, por ejemplo, en la zona turca de los ríos Tigris y Éufrates, donde hay muchos embalses recientes (en Turquía en 2019 había 603 presas en funcionamiento)[35]. El resultado es que muchos lugares han quedado inundados total o parcialmente, como la ciudad antigua de Zeugma tras la construcción en el Éufrates del embalse de Birecik en el 2000 (Fig. 4). Se podría hablar mucho también del muy conocido caso de la segunda presa de Asuán en el Nilo (1960-1970), pues a pesar de las misiones internacionales realizadas (59 de 20 países), sólo se estudió el 52 % del área inundada[36].

Fig. 4. Zeugma, 2008. © Fotografía: Dosseman. Disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Zeugma_dec_2008_7393.jpg

En España también hay ruinas en embalses: el castillo medieval de Floripes en el pantano de Alcántara, en Cáceres; el dolmen de Guadalperal en el de Valdecañas, también en Cáceres; la iglesia románica de Sant Romà de Sau, al norte de Barcelona y otras muchas más[37].

También se están desarrollando nuevas ideas para hacer estos restos accesibles. Un ejemplo: el Museo Subacuático de Baiheliang (China), lugar sumergido por la construcción de la presa de las Tres Gargantas en el río Yangtsé, inaugurado en 2010[38]. Aunque el problema sigue ahí: las ruinas de Asur están en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro desde 2003 por la amenaza de quedar sumergidas por la presa en construcción de Makhoul, en Irak[39].

Otro ejemplo de cómo el desarrollo económico amenaza ciertas ruinas es el sitio arqueológico de Mes Aynak (Fig. 5), en Afganistán, con restos de una excepcional ciudad budista de 2000 años de antigüedad (con estupas, monasterios…), amenazada por la apertura de una mina de cobre a cielo abierto objeto de un acuerdo multimillonario entre el gobierno afgano y una empresa del chino. La mina se ha inaugurado en julio de 2024, aunque los talibanes se han comprometido a preservar el patrimonio del sitio[40].

Fig. 5. Estupa budista excavada en Mes Aynak, 2011. © Fotografía: Jerome Starkey. Disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mes_Aynak_stupa.jpg (CC BY-SA 2.0).

En aras del “conocimiento” también se han destruido muchos restos, sobre todo cuando están sobre otros considerados más relevantes. Un caso obvio es la limpieza que se hizo en la acrópolis de Atenas de toda construcción posterior a las ruinas clásicas. Hay otros muchos ejemplos, como el templo de Luxor, que aún conserva algunos elementos superpuestos; o el de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari, que hacia finales del siglo VI se convirtió en el núcleo de un gran monasterio dedicado a San Phoibamon, cuyos restos fueron demolidos por arqueólogos a fines del siglo XIX[41] (Fig. 6). Esto se ha seguido haciendo en Egipto hasta fechas recientes porque han interesado más las ruinas antiguas, hasta la época ptolemaica o greco-romana, que los monumentos coptos o islámicos. Evidentemente estas acciones influyen sobre la identidad de los países, sobre cómo ven su propio pasado y cómo construyen su historia[42]. Paolo Matthiae afirma que responden a la búsqueda de una identidad que puede ser real, presunta o pretendida[43]. No hay más que pensar en Mussolini y la antigua Roma.

Fig. 6. Ruinas del templo de Deir el-Bahari, Tebas, antes de comenzar su excavación, ca. 1895. © Fotografía: Rijksmuseum, disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ru%C3%AFnes_van_de_tempel_Der_el_Bahari_in_Thebe_E_86._Ru%C3%AFnen_van_den_tempel_Der_el_Bahari_te_Tebes,_door_de_zuster_em_vrouw_van_Thothmes_II_gebouwd_(1600_v._C.)._Opper_Egypte._(titel_op_object),_RP-F-1997-28-21.jpg#filelinks (CC0 1.0 dominio público).

Por último, las restauraciones excesivas son otra forma pacífica de destrucción de las ruinas: así pueden perder valor como documentos históricos, además de “autenticidad”, concepto un tanto esquivo, pero real. Porque el público actual, en general, no quiere ver restos, sino, como afirma Demas al analizar el caso de Éfeso –con la famosa biblioteca de Celso–, el monumento como lucía en su tiempo, aunque date de la Antigüedad[44]. Quizá esto se deba a la ideología actual que, según Forero Mendoza, no quiere ver envejecer nada y convierte el pasado en un espectáculo que el patrimonio petrifica[45].

Los monumentos restaurados de Éfeso, precisamente, sirven de ejemplo en un trabajo que califica como “intentional destruction” las restauraciones hechas con materiales y técnicas que no siempre han dado buenos resultados, como el hormigón, y que se siguen usando. Si no se eliminan, a sabiendas de que deterioran las ruinas, se genera una “destrucción consciente”[46].

Pero abundan las ruinas restauradas excesivamente en todo el mundo. Un ejemplo serían ciertos monumentos precolombinos mexicanos intervenidos entre los años 40-70 del siglo pasado, como la llamada pirámide B de Tula, el edificio F en Cholula o la pirámide del Adivino en Uxmal, cuyo basamento se recubre con piedra nueva sobre 1970[47].

Otras restauraciones excesivas son la del teatro romano de Sagunto (asunto que acabó en los tribunales de justicia[48]) y la de la catedral de Bagrati, Georgia (Fig. 7). Esta última, destrozada en un conflicto bélico a finales del siglo XVII y cuya recuperación comenzó a mediados del siglo pasado, fue incluida en la LPM en 1994, cuando estaba sin cubrir, y excluida en 2017, tras su reconstrucción completa por el gobierno, al considerarse un símbolo nacional[49]. La autenticidad y el valor universal excepcional que defiende la UNESCO fueron privilegiados sobre la población que usa el monumento. Así, algunos expertos plantean: “If we are truly to accept the mantra that heritage is a given value because of the communities who create and use it, then we must also face the fact that they can adapt and destroy it too”. Conseguir el equilibrio entre las partes interesadas en el asunto es un reto para los conservadores del patrimonio y para los gobiernos[50]. Consideremos que las reconstrucciones abundan sobremanera; que hay quien cuestiona si la mera conservación del patrimonio es la mejor solución para la sociedad que lo sustenta y disfruta; y que hay que distinguir si el patrimonio está cambiando o siendo destruido, teniendo en cuenta las comunidades que lo usan[51].

Fig. 7. Catedral de Bragati en 1913 y en 2013. © Fotografías: autor desconocido y Andrzej Wójtowicz. Disponibles en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bagrati_cathedral_(Moskvich_guide,_1913).jpg (dominio público) y en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Kutaisi_-_Bagrati.jpg (CC BY-SA 2.0).

También podríamos considerar aquí las “restauraciones” tras traslados de piezas de monumentos que después son expuestas en lugares completamente ajenos. Ejemplos paradigmáticos son el altar de Zeus de Pérgamo (adquirido en 1878[52]) y la puerta de Isthar de Babilonia (excavada a comienzos del s. XX[53]), en el Pergamonmuseum de Berlín[54]. Aunque estos remontajes se valoren como propios de otra época, el expolio y el tráfico ilícito de restos artísticos, aún peores, están hoy aún muy vivos.

Las ruinas pueden ser atacadas o alteradas en tiempos de guerra por varias causas: ser objetivos por estar conectadas con el problema que enfrenta a las partes; motivos estratégicos, de dominio del territorio; servir para financiar a algún bando, etc.[55]. Muchas veces poco se puede hacer, incluso si los países implicados han firmado la Convención de La Haya. No era el caso de USA cuando bombardeó el sitio arqueológico más grande de Vietnam, My Son (en la LPM desde 1999), en 1969[56]. Las destrucciones han hecho famosos algunos sitios arqueológicos –como Bamiyán–, aunque a saber si dicha “fama” durará como la de las ruinas en pie.

En tiempos de guerra puede pasar de todo. Véase el bombardeo de la presa de Kakhovka, en Ucrania, en junio de 2023, que generó terribles inundaciones que afectaron a muchos sitios arqueológicos[57]. O la guerra de Siria, originada con las revueltas de la primavera árabe de 2011, donde no todo lo destruyó el Estado Islámico (EI, en adelante) y en Palmira, pues otros combates, tanto de fuerzas rebeldes como gubernamentales, afectaron a sitios arqueológicos como Ebla, Dura Europos, Apamea o Bosra. Es más, tras la pérdida de dominio del EI en la zona siguieron las destrucciones, como la del templo de Ain Dara, cerca de la ciudad de Afrin, de gran antigüedad, afectado por acciones turcas para liberar el norte en 2018[58].

Cabe también mencionar actuaciones de Estados Unidos y las fuerzas de Naciones Unidas en Irak en la Segunda Guerra del Golfo (1990-1991) y la guerra de Irak (2003-2011) pues, aunque no pretendían atacar monumentos, varios sufrieron daños, como la zigurat de Ur y su recinto, alcanzados por misiles norteamericanos. Además en 2003-2004, sitios como Babilonia, Ur y Kish fueron ocupados por militares. Por ejemplo, Babilonia fue convertida en base militar de EE. UU. y después polaca, por lo que se efectuaron obras para habilitar las instalaciones precisas (agua, alcantarillado, helipuerto, tránsito de vehículos…) que destruyeron restos arqueológicos[59].

En Irak también los saqueos populares y el EI han hecho destrozos en museos y sitios arqueológicos, sacando bienes del país hacia el mercado internacional (museo de Mosul, Nínive, Nimrud, Hatra…)[60]. Esto, además de con la guerra, también tiene que ver con el fanatismo islamista extremo, con el expolio de obras de arte y con la propaganda internacional.

Porque los conflictos bélicos favorecen el expolio y tráfico ilícito de restos y ruinas, ya de por sí importantes en tiempos de paz. El EI ha dado claras muestras de ello en Siria e Irak, donde el expolio arqueológico se transformó en su segunda fuente de ingresos, tras el petróleo[61]. Pero otros muchos (facciones rebeldes, milicias kurdas, particulares…) sacaron provecho de las ruinas y las excavaciones ilegales, realizadas por extranjeros y locales, para paliar su pobreza, han continuado tras la salida del EI en la zona[62]. En un artículo publicado en 2024 se relata cómo un habitante del norte de Siria (Idlib) “acude cada mañana a los sitios arqueológicos de la ciudad de Sarmada (…) para excavar y buscar algún resto o pieza valiosa para venderla y poder alimentar así a su familia”. Él mismo afirma que, desde 2015, “mis ingresos han disminuido mucho porque cada vez hay más personas que trabajan en las excavaciones y casi no se encuentra nada”[63].

Hay otros casos en los que no sólo la guerra y la miseria favorecen el expolio: en el caso de Camboya a los conflictos y la inestabilidad política se ha sumado una fuerte demanda internacional de arte jemer (ss. IX-XV), creciente desde la década de 1960. El robo de piezas en templos –por soldados de diversas facciones, funcionarios, lugareños empobrecidos…– fue enorme desde los años setenta a los noventa del siglo XX (Fig. 8). Las obras iban frecuentemente a casas de subastas internacionales o a museos (como el Metropolitan de Nueva York y otros) donadas por coleccionistas privados. Hace unos veinte años, en 2004, se dieron datos escalofriantes: hasta un 98 % de los templos históricos habían sido parcial o completamente destruidos y se estaba saqueando al menos un templo cada día. Aunque en las últimas décadas parece que Camboya ha recuperado diversas obras robadas, los destrozos hechos en el patrimonio del país son irremediables[64].

Fig. 8. Templo de Banteay Chhmar, Camboya, en 2011. © Fotografía: Andrew Marino - User: (WT-shared) Andrewjmarino at wts wikivoyage. Disponible en https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Banteay_Chhmar_Temple_Entrance.JPG (CC BY-SA 3.0).

Otra causa de destrucción de ruinas es cuando, en medio de conflictos políticos o sociales, una sociedad, o parte de ella, quiere cambiar su historia, su memoria y su identidad, realizando por ello una “limpieza” cultural, étnica o religiosa. Podría ser, al menos en parte, el caso de la voladura de los Budas de Bamiyán en 2001, por el gobierno talibán de Afganistán al considerarlos ídolos opuestos a su interpretación del Islam, aunque otros motivos políticos debieron de influir en tal decisión[65]. El hecho es además interesante porque el paisaje y los restos arqueológicos del valle de Bamiyán entraron en la LPM en 2003, lo que, como afirma Holtorf, parece un esfuerzo por conservar lo ya perdido[66]. Además provocó la reacción de la Conferencia general de la UNESCO con la Declaración sobre la destrucción intencional del patrimonio cultural de 2003[67].

Pero quizás sean mejor ejemplo los conflictos mantenidos en la zona del Cáucaso entre Armenia y Azerbaiyán. El problema principal era Nagorno Karabaj, región con una población mayoritariamente armenia pero que se incluyó en Azerbaiyán, hecho que ha provocado diversas guerras entre 1992 y 2024. El patrimonio cultural de la zona se asocia con las identidades étnicas y religiosas, además de con la posesión territorial y los nacionalismos. Así, borrar el patrimonio de uno u otro bando se convierte en limpieza étnica, religiosa y cultural, a la vez que en territorial e histórica. Un bando y otro se acusan de lo mismo, de destruir las huellas culturales del otro, aunque las destrucciones armenias no parecen responder a actos tan organizados como los de Azerbaiyán, especialmente en la zona de Najicheván, parte de dicho país ubicada al otro lado de Armenia, al norte de Irán, donde se destruyó el antiguo cementerio de Julfa y sus miles de famosas jachkares (cruces talladas en placas de piedra, ss. IX-XVII) a comienzos de 2005 por un grupo de hombres con uniformes militares que tiraron los restos al río Aras[68] (Fig. 9).

Fig. 9. Cementerio desaparecido de Julfa y detalle de jachkares, Najicheván, Azerbaiyán © Fotografías: A. Ayvazyan – www.armenica.org y Aram Vruyr. Disponibles en https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7566540 (CC BY-SA 3.0) y en https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=114380329 (dominio público).

Para finalizar cabe mencionar la propaganda desafiante. A más conocida es una ruina, crece el desafío que supone su destrucción para hacerse oír en el mundo a través de unos medios de comunicación globalizados[69]. Ejemplos paradigmáticos son la destrucción por el EI de estatuas antiguas del museo de Mosul (Irak) y de ruinas en Palmira en 2015[70] (Fig. 10). Otra cuestión es saber a quién o quiénes iban dirigidos los mensajes, tanto de los atacantes como de los defensores de dichos bienes. Porque por ejemplo Palmira, ciudad vinculada a la revuelta de Zenobia contra los romanos (s. III d. C.), adquiere en tiempos recientes connotaciones simbólicas y nacionalistas para el estado sirio, que hacen posible pensar que el mensaje del EI se dirigía, en árabe, además de a los fieles como manifestación iconoclasta y contra los ideales del mundo occidental, hacia los propios estados contemporáneos de la zona, como Siria o Irak, y a los nuevos valores dados por ellos a las obras exterminadas. También es interesante valorar cómo el gobierno de Bashar al-Ásad pudo utilizar a su favor el asunto de cara a occidente al proclamarse en defensor de dichos bienes[71].

Fig. 10. Destrucción del templo de Baalshamin, Palmira, Siria, 2015. Imagen extraída de un vídeo supuestamente realizado por el Estado Islámico, publicado por numerosos medios de comunicación y disponible, por ejemplo, en https://cadenaser.com/ser/2015/08/25/videos/1440508070_039299.html.

Epílogo

Es mucho más fácil destruir ruinas, salvo que sean muy famosas internacionalmente, que cualquier otro tipo de patrimonio. El público, en general, las aprecia menos, sobre todo si están poco reconstruidas, pues hoy son, para la mayoría, bienes patrimoniales con uso fundamentalmente turístico. Para unos pocos son bienes históricos, documentales y culturales, que deben ser conservados tal cual, pero somos los menos. Tampoco se puede conservar todo y, seamos realistas, se legisla y actúa en estas cuestiones, al menos en occidente, para las mayorías.

El arqueólogo italiano Paolo Matthiae afirma sobre las ruinas: “…il nostro tempo sta decretando anche la condanna delle rovine per consumo improvvido, per eccesso di fruizione, per sostituzione con copie, per radicale annientamento. La perdita, progressiva e forse fatale, delle rovine sarà, tra le mille contraddizioni del nostro tempo, per l’umanità futura, non solo una decurtazione della memoria nella sua dimensione storica e non in una sua pallida immagine, fisica o virtuale, ma, soprattutto, la cancellazione di un valore di autenticità che avrà una dimensione drammatica per le generazioni future”[72].

Va en la misma línea de quienes plantean la difícil cuestión que la disciplina de la historia debe afrontar frente a múltiples formas de destrucción de fuentes: ¿cómo representarán con precisión el pasado los historiadores del futuro?[73].

Si la destrucción de las ruinas, por diversas causas, se puede convertir en inevitable, sobre todo por ser un material especialmente sensible y frágil, ¿qué podemos hacer? La tarea a asumir es documentar las ruinas. Lo demás sería perder parte de la Historia o falsificarla.

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[1] El ciclo se celebró en octubre de 2024 bajo la dirección de Joaquín Álvarez Barrientos, en el marco de actividades del Centro de Estudios del Museo, cuyo jefe es Javier Arnaldo. Mi gratitud a ambos. Véase en: Museo del Prado, “Ciclo de conferencias Antigüedad y tiempo, ¿ruinas eternas?, 2, 9, 17, 23 de octubre de 2024”, consultado el 25 de octubre de 2024, https://www.museodelprado.es/recurso/antiguedad-y-tiempo-ruinas-eternas/41f5d527-fde8-4e2f-96fb-8257f270b8d2. Este artículo, que resume mucho dicha intervención, pretende ser tan sólo un anticipo de un trabajo mayor.

[2] Luis Pérez-Prat Durbán, “Las ruinas en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO,” en Las ruinas: concepto, tratamiento y conservación, eds. María del Valle Gómez de Terreros Guardiola y Luis Pérez-Prat Durbán (Huelva: Universidad de Huelva, 2018), 89-94.

[3] María del Valle Gómez de Terreros Guardiola, “Ruinas culturales: definición y clasificación, problemática específica y criterios de intervención”, en Gómez de Terreros Guardiola y Pérez-Prat Durbán, Las ruinas, 172-178.

[4] Para este trabajo han sido de gran interés varios capítulos de: José Antonio González Zarandona, Emma Cunliffe, y Melathi Saldin, eds., The Routledge Handbook of Heritage Destruction (Abingdon, Oxon; New York: Routledge, 2023), https://doi.org/10.4324/9781003131069.

[5] Gómez de Terreros Guardiola, “Ruinas culturales,” 169-172.

[6] Véanse: José Antonio González Zarandona, Emma Cunliffe, y Melathi Saldin, “A path well worn? Approaches for the old problems of heritage destruction”; Emma Cunliffe, “Methods, motivations, and actors: A risk-based approach to heritage destruction and protection,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 18, 113.

[7] Ali Mozaffary y James Barry, “Heritage destruction in the Caucasus with a specific focus on the Armenia-Azerbaijan conflict,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 333.

[8] Amy Strecker y Joseph Powderly, “Introduction: heritage destruction, human rights and international law in times of conflict and in peace,” en Heritage Destruction, Human Rights and International Law, eds. Amy Strecker y Joseph Powderly (Leiden; Boston: Brill/Nijhoff, 2023), 1. No hay espacio en este artículo para abordar asuntos jurídicos. Sólo recordemos que la Convención de La Haya para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado data de 1954, aunque tenga relevantes antecedentes desde fines del siglo XIX.

[9] Sobre la visión del tema desde las guerras, la fotografía y el cine, véase Andrés Hispano, “Soñando nuestra ruina,” en El esplendor de la ruina, coords. Anna Butí y Marta Mansanet (Barcelona: Fundació Caixa Catalunya, 2005), 173-183. Publicado con motivo de la exposición del mismo título celebrada en la sala de exposiciones de la Fundació Caixa Catalunya La Pedrera, en Barcelona, del 12 de julio al 30 de octubre de 2005.

[10] Véase Sabine Forero Mendoza, “De la visibilité des ruines,” en Que faire avec les ruines? Poétique et politique des vestiges, dir. Chantal Liaroutzos (Rennes: Presses Universitaires de Rennes, 2015), 100-105, https://doi.org/10.4000/books.pur.52623.

[11] Con respecto al cambio del significado de las ruinas a raíz de las guerras mundiales y del cambio en la valoración de la Historia como disciplina, puede verse Manuel González Gregorio, Las ruinas. Una historia cultural (Sevilla: Athenaica Ediciones, 2022), 16, 250-251.

[12] Forero Mendoza, “De la visibilité,” 97-99. Sobre la significación del edificio de Hiroshima véase Yukiro Saito, “Reflections on the atomic bomb ruins in Hiroshima,” en Philosophical Perspectives on Ruins, Monuments, and Memorials, eds. Jeanette Bicknell, Jennifer Judkins, y Carolyn Korsmeyer (Abingdon, Oxon; New York: Routledge, 2020), 201-214.

[13] Sobre Detroit son interesantes: Crystel Pinçonnat, “Détroit, Acropole américaine?,” en Chantal Liaroutzos, Que faire, 131-144; Renee M. Conroy, “Rust Belt ruins,” en Bicknell, Judkins, y Korsmeyer, Philosophical Perspectives, 121-132.

[14] Se menciona en Forero Mendoza, “De la visibilité,” 100.

[15] NIKU, Norwegian Institute for Cultural Heritage Research, “Cultural monuments in Iceland are threatened by volcanoes – NIKU helps secure knowledge,” 1 de octubre de 2021, consultado el 20 de octubre de 2024, https://www.niku.no/en/2021/10/cultural-monuments-in-iceland-are-threatened-by-volcanoes-niku-helps-secure-knowledge/.

[16] Véase Emanuele Morezzi, Emanuele Romeo, y Riccardo Rudiero, “Accidental destruction & intentional destruction. Considerations for archaeological sites and monuments,” en Protection of Cultural Heritage from Natural and Manmade Disasters Conference Proceedings, Zagreb, Croatia, mayo de 2014, 377-378, 380, 384-385 y 387.

[17] Véase descripción en UNESCO, “Bagan,” consultada el 20 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/list/1588/. Sobre Bagan, su historia y las restauraciones allí efectuadas: Richard C. Paddock, “From ruins to ruined,” Los Angeles Times, 7 de septiembre de 2006, consultado el 20 de octubre de 2024, https://www.latimes.com/archives/la-xpm-2006-sep-07-fg-bagan7-story.html; Bob Hudson, “Restoration and reconstruction of monuments at Bagan (Pagan), Myanmar (Burma), 1995-2008,” World Archaeology 40, no. 4 (2008): 553-567, https://doi.org/10.1080/00438240802453195; Anne-Laura Kraak, “Heritage destruction and cultural rights: insights from Bagan in Myanmar,” International Journal of Heritage Studies 24, no. 9 (2018): 998-1003, https://doi.org/10.1080/13527258.2018.1430605.

[18] Kraak, 998-1003, 1009-1010.

[19] Kraak, 998-1003.

[20] Tom Dawson, “Heritage destruction, natural disasters and the environment: Atmospheric disasters,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 140. Véase también: UNESCO, “Archaeological Sites of the Island of Meroe,” consultado el 20 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/list/1336/.

[21] Véase ECMWF, European Centre for Medium-Range Weather Forecasts, & the Union for the Mediterranean, “Risk to World Heritage Sites across the Mediterranean from rising sea levels,” consultado el 19 de octubre de 2024, https://stories.ecmwf.int/risks-to-world-heritage-sites-across-the-mediterranean-from-rising-sea-levels-under-climate-change/index.html; y Lena Reimann, et al., “Mediterranean UNESCO World Heritage at risk from coastal flooding and erosion due to sea-level rise,” Nature Communications, no. 9 (2018), 4161: 1-3, https://doi.org/10.1038/s41467-018-06645-9.

[22] Claudia Pizzinato y Carlo Beltrame, “A project for the creation of an underwater archaeological park at Apollonia, Libya,” Underwater Technology 30, no. 4 (2012): 217-219, https://doi.org/10.3723/ut.30.217.

[23] Dawson, “Heritage destruction,” 142; y Nuzhat Sharmin, “Cultural significance assessment, Panamnagar: A testimony of historic Bengal” (MA tesis, Brandenburg University of Technology Cottbus-Senftenberg, Alemania, y Helwan University, Egipto, 2019).

[24] Forero Mendoza, “De la visibilité,” 99.

[25] Pierre Hyppolite, “Vestiges, décombres, gravats et autres restes,” en La Ruine et le geste architectural, dir. Pierre Hyppolite (París: Presses Universitaires de Paris Ouest, 2016), 133, https://doi.org/10.4000/books.pupo.6411; UNESCO, “Sitios de la revolución industrial de la era Meiji en Japón,” consultado el 25 de noviembre de 2024, https://whc.unesco.org/en/list/1484/.

[26] González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, “A path well worn?,” 6. Citan el artículo Emma Cunliffe, “Remote assessments of site damage: A new ontology,” International Journal of Heritage in the Digital Era 3, no. 3 (2014): 453-473, https://doi.org/10.1260/2047-4970.3.3.453.

[27] Susan Kane, “Archaeology and cultural heritage in post-revolution Lybia,” Near Eastern Archaeology 78, no. 3 (2015): 205-206, https://doi.org/10.5615/neareastarch.78.3.0204; y Claire Smith, “Heritage destruction in conflict,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 47.

[28] RTVE, Radio Televisión Española, “Gadafi usa como arsenal para sus armas el yacimiento arqueológico de Leptis Magna”, 14 de junio de 2011, consultado el 18 de octubre de 2024, https://www.rtve.es/noticias/20110614/otan-no-descarta-bombardear-ruinas-romanas-si-gadafi-esta-usando-como-arsenal/440027.shtml.

[29] Kane, “Archaeology,” 206-211; Ahmed Hussein, “Ancient Libyan necropolis threatened by real estate speculators,” France 24, The Observers, 23 de agosto de 2013, consultado el 20 de octubre de 2024, https://observers.france24.com/en/20130823-ancient-libyan-necropolis-threatened-cyrene; Ahmad Abdulkariem y Paul Bennett, “Libyan Heritage under threat: the case of Cyrene,” Libyan Studies, no. 45 (2014): 155-157, https://doi.org/10.1017/lis.2013.1.

[30] UNESCO, “List of World Heritage in Danger”, consultado el 20 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/danger-list/.

[31] María José Rodríguez Pérez, “La rehabilitación de construcciones militares para uso hotelero: la red de paradores de turismo (1928-2012),” (tesis doctoral, Universidad Politécnica de Madrid, 2013), 1: 375-378, 439; 2: 1177-1198; José Miguel Merino de Cáceres, “Algunos datos sobre el traslado a los Estados Unidos de determinadas piezas arquitectónicas del castillo de Benavente,” Brigecio: revista de estudios de Benavente y sus tierras, no. 3 (1993): 211-228.

[32] Joaquín Martínez Pino, “Los baños árabes de Murcia, un bien cultural bajo la piqueta del progreso,” Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, no. 19 (2014), https://www.ub.edu/geocrit/b3w-1085.htm.

[33] Véase, por ejemplo, Mohamed Kenawi, “What is happening to Egyptian heritage?: The case of privately owned buidings,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 360.

[34] Nicolò Marchetti y Federico Zaina, “Flooded Heritage: The impact of dams on archaeological sites,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 147. Véanse los informes contenidos en Steven A. Brandt y Fekri Hassan, eds., Dams and Cultural Heritage Management. Final Report, August 2000 (Ciudad del Cabo: World Commission on Dams, 2000).

[35] Marchetti y Zaina, “Flooded Heritage,” 149-150; Nicolò Marchetti, et al., “A multi-scalar approach for assessing the impact of dams on the cultural heritage in the Middle East and North Africa,” Journal of Cultural Heritage, no. 37 (2019): 17-20, https://doi.org/10.1016/j.culher.2018.10.007.

[36] Marchetti y Zaina, “Flooded Heritage,” 151-152. Sobre Zeugma, véase también Matthew Brunwasser, “Zeugma after the flood. New excavations continue to tell the story of an ancient city at the crossroads between east and west,” Archaeology Magazine, noviembre-diciembre 2012, consultado el 20 de octubre de 2024, https://archaeology.org/issues/online/collection/features-zeugma-after-the-flood/.

[37] Andrea Núñez-Torrón Stock, “4 monumentos españoles sumergidos bajo el agua que han ‘resucitado’ por la sequía,” 3 de septiembre de 2022, Business Insider, consultado el 12 de septiembre de 2024, https://www.businessinsider.es/monumentos-espanoles-han-vuelto-visibles-sequia-1117123. Sobre el castillo de Floripes o Rocafrida puede verse: Narciso Peinado Gómez, “Fortalezas olvidadas. El castillo de Floripes,” Boletín de la Asociación Española de Amigos de los Castillos, no. 45 (1964): 125-128; AEAC, Asociación Española de Amigos de los Castillos, “Garrovillas de Alconétar. Castillo de Floripes,” consultado el 14 de septiembre de 2024, https://www.xn--castillosdeespaa-lub.es/es/content/alconetar-castillo-de; Hispania Nostra, “Lista Roja. Castillo de Alconétar o de Rocafrida,” consultado el 14 de septiembre de 2024, https://listaroja.hispanianostra.org/ficha/castillo-de-alconetar/. Sobre el dolmen de Guadalperal y el embalse de Valdecañas: Vicente G. Olaya, “Operación Valdecañas, o el embalse que ocultaba tesoros. Las administraciones evitan el expolio de decenas de yacimientos que afloraron en la sequía del pantano cacereño,” El País, 15 de mayo de 2024, 44; Marta Arcos García, coord., La gestión del patrimonio arqueológico en aguas continentales ante el cambio climático: el embalse de Valdecañas (Cáceres, 2019-2023) (Madrid: Ministerio de Cultura y Deporte, 2023).

[38] Pizzinato y Beltrame, “A project,” 218-219. Citado en Marchetti y Zaina, “Flooded Heritage,” 154. Véase también: Water Museums, Global Network, UNESCO-IHP, Intergovernmental Hydrological Programme, “Chongqing Baiheliang Underwater Museum, Chongqing, China,” consultado el 15 de septiembre de 2014, https://www.watermuseums.net/network/chongqing-baiheliang-underwater-museum/.

[39] Marchetti, et al., “A multi-scalar approach,” 23-25; UNESCO, “Ashur (Qal’at Sherqat),” consultado el 20 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/list/1130/.

[40] Alessandro Chechi, “Cultural heritage losses in peacetime. Challenges and lingering questions” y Berenika Drazewska, “Balancing economic interests with cultural preservation in development contexts. Insight into the meaning of ‘imperatives of development’,” en Strecker y Powderly, Heritage Destruction, 201-201, 234, respectivamente; Catherine Putz, “A New Dawn for Afghanistan’s Mes Aynak Copper Mine? With a ribbon-cutting ceremony marking the start of work on an access road, the Taliban and China aim to get the Mes Aynak project underway again,” The Diplomat, 31 de julio de 2024, consultado el 14 de agosto de 2024, https://thediplomat.com/2024/07/a-new-dawn-for-afghanistans-mes-aynak-copper-mine/.

[41] Jacques Van der Vliet, “Ancient Egyptian Christianity,” en The Cambridge History of Religions in the Ancient World, ed. Michele Renee Salzman (Cambridge: Cambridge University Press, 2013), 211, https://doi.org/10.1017/CHO9781139600507.030. Citado por Kenawi, “What is happening to Egyptian heritage?,” 359. Sobre el monasterio véanse: Roger S. Bagnall y Dominic W. Rathbone, eds. Egypt from Alexander to the Copts: An Archaeological and Historical Guide (Cairo; Nueva York: The American University in Cairo Press, 2017), 204-206, https://doi.org/10.2307/j.ctv2ks70kt; Edouard Naville, The Temple of Deir el Bahari: its Plan, its Founders and its First Explorers (Londres: The Egypt Exploration Fund, 1894), con interesantes imágenes de H. Carter.

[42] Kenawi, “What is happening to Egyptian heritage?,” 358-359.

[43] Paolo Matthiae, Distruzioni, saccheggi e rinascite. Gli attacchi al patrimonio artistico dall’antichità all’Isis (Milán: Mondadori Electa, 2015), 174-176.

[44] Martha Demas, “Ephesus,” en The Conservation of Archaeological Sites in the Mediterranean Region: An International Conference Organized by the Getty Conservation Institute and the J. Paul Getty Museum, 6-12 May, 1995, ed. Marta de la Torre (Los Ángeles: Getty Conservation Institute, 1997), 140. La dirección de la anastilosis de la biblioteca de Celso por Friedmund Hueber entre 1970-78 consta, por ejemplo, en Hartwig Schmidt, “The impossibility of resurrecting the past. Reconstructions on archaeological excavation sites,” Conservation and Management of Archaeological Sites 3, no. 1-2 (1999): 64, https://doi.org/10.1179/135050399793138662.

[45] Forero Mendoza, “De la visibilité,” 97.

[46] Morezzi, Romeo, y Rudiero, “Accidental destruction,” 369-376. Mencionan la biblioteca, pero también el templo de Adriano, el Ninfeo Trajano, el monumento a Memio y otros elementos del lugar restaurados con “reinforced concrete”; y otros ejemplos, como el gimnasio de Sardes, el templo de Apolo en Dídima, Mileto, Side… Se centran en ejemplos turcos, aunque el tema se puede extrapolar prácticamente a todo el ámbito occidental.

[47] Augusto Molina-Montes, “Archaeological buildings: restoration or misrepresentation,” en Archaeological Sites: Conservation and Management, eds. Sharon Sullivan y Richard Mackay (Los Ángeles: Getty Conservation Institute, Readings in conservation, 2012), 487-491.

[48] El tema de Sagunto lo tratan: Santiago Muñoz Machado, La resurrección de las ruinas (Madrid: Iustel, 2010); Leonardo, J. Sánchez-Mesa Martínez, “La restauración ante los Tribunales de Justicia: sentido y límite de la regulación jurídica de las intervenciones de conservación. Algunos apuntes a la luz del caso del teatro romano de Sagunto,” Teatros romanos en España y Portugal, ¿patrimonio protegido?, eds. Luis Pérez-Prat Durbán y María del Valle Gómez de Terreros Guardiola (Huelva: Universidad de Huelva, 2014), 193-238.

[49] Véase: UNESCO, News, “Gelati Monastery, Georgia, removed from UNESCO’s List of World Heritage in Danger,” 10 de julio de 2017, consultado el 18 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/news/1692; UNESCO, Documents, “Report on the Joint World Heritage Centre/ICOMOS Reactive Monitoring Mission to Bagrati Cathedral and Gelati Monastery, 22-28 April 2012,” consultado el 18 de octubre de 2024, https://whc.unesco.org/en/documents/117367. La historia completa del asunto en: Tamar Meladze y Yusufumi Uekita, “Reconstructing the sacred: The controversial process of Bagrati Cathedral’s full-scale restoration and its World Heritage delisting,” International Journal of Cultural Property 27, no. 3 (2020): 375, https://doi.org/10.1017/S0940739120000247.

[50] González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, “A path well worn?,” 25.

[51] Véase: Lucas Lixinski, “Right to cultural life: panacea or problem?,” en Strecker y Powderly, Heritage Destruction, 260-261.

[52] Matthiae, Distruzioni, 71.

[53] Matthiae, 72.

[54] Sobre este tema véase Can Bilsel, Antiquity on Display. Regimes of the Authentic in Berlin’s Pergamon Museum (Oxford: Oxford University Press, 2012), https://doi.org/10.1093/acprof:osobl/9780199570553.001.0001.

[55] Smith, “Heritage destruction in conflict,” 42.

[56] Se menciona este bombardeo en Jeanette Bicknell, Jennifer Judkins, y Carolyn Korsmeyer, “Introduction,” en Bicknell, Judkins, y Korsmeyer, Philosophical Perspectives, 3. USA firmó el convenio en 2009. En el mismo libro trata más extensamente el tema Elisabeth Scarbrough, “The ruins of war,” 231-239.

[57] Torsten Landsberg, “Ukraine: Cultural heritage sites damaged after dam burst,” DW, 16 de junio de 2023, consultado el 15 de agosto de 2024, https://www.dw.com/en/ukraine-cultural-heritage-sites-damaged-after-dam-burst/a-65904943.

[58] Nour A. Munawar, “Destruction of cultural heritage in times of conflict: The case of Syria,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 301-303, 307; Erika Engelhaupt, “Iconic ancient temple is latest victim in civil war,” National Geographic, 30 de enero de 2018, consultado el 14 de agosto de 2024, https://www.nationalgeographic.com/history/article/syria-temple-ain-dara-destroyed-archaeology.

[59] Zainab Bahrani, “Iraq: Creative destruction and cultural heritage in warscape,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 315-317. También tratan de los daños causados en Babilonia y Ur por las fuerzas de ocupación, Estados Unidos y tropas polacas Elizabeth C. Stone, “Archaeological site looting: the destruction of cultural heritage in Southern Iraq,” en Catastrophe! The Looting and Destruction of Iraq’s Past, eds. Geoff Emberling y Katharyn Hanson (Chicago: The Oriental Institute Museum of the University of Chicago, 2013), 78; Luis Pérez-Prat, “El interés internacional por combatir la destrucción intencional del patrimonio cultural,” ARTis ON, no. 5 (2017): 27.

[60] Zainab Bahrani, “Iraq: Creative destruction,” 316, 318; Matthiae, Distruzioni, 240-241 y 243.

[61] Smith, “Heritage destruction in conflict,” 37.

[62] Munawar, “Destruction of cultural heritage,” 305-307.

[63] Sonia Al Ali, “Un templo romano convertido en establo para animales: los tesoros arqueológicos del norte de Siria también son víctimas de la guerra,” El País, 18 de septiembre de 2024, consultado el 20 de septiembre de 2024, https://elpais.com/planeta-futuro/2024-09-12/un-templo-romano-convertido-en-establo-para-animales-los-tesoros-arqueologicos-del-norte-de-siria-tambien-son-victimas-de-la-guerra.html.

[64] Angela S. Chiu, Helena M. Arose, y Ben, B. Evans, “Cambodia: Gods threatened by the art market and warfare,” en González Zarandona, Cunliffe y Saldin, The Routledge Handbook, 289, 294, 296, 297. Los datos de 2004 proceden de M. Lafont, Pillaging Cambodia: The Illicit Traffic in Khmer Art (Jefferson: McFarland & Company, 2004). Sobre el destino de las obras y la devolución de algunas trata Brigitta Hauser-Schäublin, “Looted, trafficked, donated and returned. The twisted tracks of Cambodian antiquities,” en Cultural Property and Contested Ownership. The Trafficking of Artefacts and the Quest for Restitution, eds. Brigitta Hauser-Schäublin y Lyndel V. Prott (London: Routledge, 2016), 64-69, https://doi.org/10.4324/9781315642048-5.

[65] Véanse: Frederik Rosén, “Collateral damage: The negative side effects of protecting cultural heritage in conflict-related situations,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 223-224; Lixinski, Lucas, “Right to cultural life,” 263-264.

[66] Cornelius Holtorf, “Destruction and reconstruction of cultural heritage as future-making,” en The Future of the Bamiyan Buddha Statues: Heritage Reconstruction in Theory and Practice, ed. Masanori Nagaoka (Kabul, Paris: UNESCO, Springer, 2020), 159, https://doi.org/10.1007/978-3-030-51316-0_10. UNESCO, “Cultural Landscape and Archaeological Remains of the Bamiyan Valley,” consultado el 17 de agosto de 2024, https://whc.unesco.org/en/list/208/.

[67] Pérez-Prat, “El interés internacional,” 28. Puede verse la resolución en UNESCO, Biblioteca digital, consultado el 17 de agosto de 2024, https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000133874_spa.

[68] Mozaffary y James Barry, “Heritage destruction in the Caucasus,” 334-335 y 337-339; Amos Chapple, “When the world looked away: The destruction of Julfa Cemetery,” Radio Free Europe, Radio Liberty, 10 diciembre de 2020, consultado el 18 de agosto de 2024, https://www.rferl.org/a/armenia-azerbaijan-julfa-cemetery-destruction-unesco-cultural-heritage/30986581.html; Argam Ayvazian, The historical monuments of Nakhichevan, trad. Krikor H. Maksoudian (Detroit: Wayne State University Press, 1990), 63-66.

[69] Véanse: González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, “A path well worn?,” 22, 24; Smith, “Heritage destruction in conflict,” 42; Rosén, “Collateral damage,” 218-219.

[70] González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, “A path well worn?,” 9; Smith, “Heritage destruction in conflict,” 43-44; Munawar, “Destruction of cultural heritage,” 305. Sobre las destrucciones en Mosul y Palmira trata igualmente Pérez-Prat, “El interés internacional,” 33-35. Y también sobre Palmira, Matthiae, Distruzioni, 241-244.

[71] Christopher W. Jones, “Media narratives, heritage destruction, and universal heritage,” en González Zarandona, Cunliffe, y Saldin, The Routledge Handbook, 207-212.

[72] Matthiae, Distruzioni, 44-45.

[73] Rachel Van Bokkem, “History in ruins: Cultural heritage destruction around the world,” Perspectives on History 55, no. 4 (2017): 23-24.