RESEÑA
Revista de Historia del Arte, nº 31 (2025): 550-553 eISSN: 530-534. https://doi.org/10.46661/atrio.11492
Verdugo Santos, Javier
Immensa Aeternitas. El interés por el pasado y la tutela del patrimonio arqueológico en la Roma de los papas. De Gregorio Magno a la unificación italiana (590-1870)
Huelva: Onoba Monografías, 2022, 446 págs.
ISBN 978-84-19397-19-5
Tiempo atrás tuve la oportunidad de estudiar las relaciones de la Iglesia sevillana con la pontificia y los correspondientes trasuntos artísticos. Y así me adentré “por los caminos de Roma”. En mi acercamiento al barroco romano, ante todo descubrí mi déficit en el conocimiento de la arqueología romana, que de no tenerlo hubiera sido el más sólido basamento a mi estudio. Hoy tengo la oportunidad de llegar al conocimiento de esa materia a través del excelente texto que paso a considerar, obra de un arqueólogo que ha trabajado para la administración andaluza y durante años se ha vinculado a la ciudad de los papas, Javier Verdugo Santos. Y en él ha logrado amalgamar mucho de cuanto la historiografía ha puesto en nuestro saber, con conocimiento de los restos antiguos.
Comienza el libro con la Roma imperial, llegando el autor, como arqueólogo, a hurgar en los cimientos sobre los que reposan las estructuras que se irán superponiendo hasta el siglo XIX. Y se despega de ese sustrato imperial para llevarnos a conocer las artes que se generan y atesoran por mano del patriarcado romano. Metafóricamente podríamos decir que la riqueza del árbol la conocemos por la fértil tierra donde está sembrado. Así, la abundante documentación que maneja el autor nos permite tener una idea muy clara de este rico proceso acumulativo, conociendo por demás a los individuos que lo hicieron posible, principalmente el Papado.
Gregorio Magno (590-604) se ubica al inicio de la Roma medieval, asumiendo sus atribuciones de gobierno, en la translatio imperii. A partir de él, Roma emprende el camino de la cristianización que culminará con su sucesor Honorio I. Se inaugura entonces el proceso de renovación urbana, con la conversión de un edificio, tan emblemático de la ciudad imperial como la Curia Senatus, en templo cristiano, bajo la advocación de san Adriano.
Inicia así Verdugo su detenido análisis del proceso de cambios sufridos por la ciudad, asumido el papel de sede pontificia. El esmero puesto en detallar, con base en documentos, imágenes y, sobre todo, un sólido apoyo bibliográfico, nos ayuda a comprender este complejo proceso y a reconocer los elementos y hechos que contribuyeron a configurar el asiento papal, el gran referente del orbe cristiano, que no sólo dirigió el proceso de estructuración de su Iglesia, sino que además dio forma al horizonte cultual, con todo el repertorio de imágenes y sujetos votivos que se asociaron a ella.
La ciudad, en sí misma, y los miembros de la cohorte pontificia, todo ello contribuyó a redefinir no sólo el repertorio visual que se desplegó por las iglesias, sino que también sostuvo un sistema de interrelaciones que darían lugar al gran trasiego cultural y artístico que dio sentido a los distintos tiempos históricos que desde el medievo al siglo XIX se repasan en este libro.
En la conformación de este nuevo itinerario, la institución se valió del concepto de antigüedad que aplicó a la ciudad, la mirabilia urbis Romae. Razón de más para que la arqueología se incorpore como disciplina de refuerzo en el acercamiento a la antigüedad y base del conocimiento en el primer humanismo italiano. Bien que ya en el medievo se inspiraron no pocos escritores en ese bagaje antiguo. Valga el caso de la Universidad de Padua, donde cundió ese afán por el conocimiento de la historia y la cultura antiguas. En este sentido se ha de considerar a Lovato Lovatini, impulsor del movimiento humanista en dicho centro educativo.
En este estimulante contexto ocurre algo que va a dar más sentido a la nueva misión que cumple la arqueología: el interés por los objetos, bien que hubo quienes ya habían manifestado parecido afán por atesorar cuantos elementos remitían al mundo antiguo. Se habla de algún pontífice, como Silvestre II quien, a comienzos del segundo milenio, manifestó una gran erudición en la materia, lo que le valió ser considerado como “mago”. Él manifestó su pesimista visión del tiempo que le tocó vivir, en tanto miraba al esplendoroso pasado. Acabó ocupando un lugar de privilegio en este fundamento de la cultura arqueológica.
Vale entonces considerar el conjunto de dibujos que guarda la Galería de los Uffizi, de Florencia. Un conjunto de imágenes generadas por artistas del renacimiento en sus viajes por Italia, en especial Roma. Lo que se ha querido vincular con Vitrubio, como inspirador de los arquitectos humanistas. Y así, junto a reconocidos maestros como Alberti, se interesa por las figuras de otros artífices, incluidos escultores y pintores como Andrea Bregno o Rafael de Sanzio.
Se considera entonces el valor inspirador de los monumentos y objetos antiguos de Roma, como las esculturas clásicas que sirvieron para la propaganda política. Pero Verdugo no pierde de vista en este proceso narrativo los hitos políticos que pudieron haber cambiado el rumbo de la historia. En este sentido, valoro el que nos ponga en antecedentes sobre lo ocurrido al retorno de los papas de Avignon, con la vuelta al debate sobre el sometimiento del poder espiritual al laico. Lo que acabó llevando a “la identificación del papado con la Roma de los Césares”, lo que animó a volver sobre la puesta en valor de los restos arqueológicos romanos. En este punto ocupa un lugar de preferencia el papa Julio II, con la Restauratio Romae. Y, al tiempo, hay que significar el creciente interés particular por las antigüedades, lo que estimuló el espíritu coleccionista en relación con ellas.
El capítulo cinco del libro está dedicado a los Estados Pontificios entre 1527 y 1700, abriéndose con el Sacco de Roma (1527) y los daños que pudieron derivarse de este conflicto militar. Quizás estimuló a las autoridades vaticanas para conferir responsabilidades de tutela de esos bienes antiguos a quienes de ello se ocuparan. Así el pontífice Pablo III (1534-1549) creó el cargo de Commissario dell’Antichità. Y al frente de esta institución puso a Manetti, quien además de su secretario particular, era humanista, arqueólogo y, en definitiva, el primer conservador del patrimonio histórico de la edad moderna.
A continuación, prosigue Verdugo su recorrido por los entresijos de la Roma pontificia, ocupándose de la labor de distintos papas, para quienes arquitectura y antigüedad constituyen un binomio clave para el entendimiento de su labor. Por distintas vías llega el autor del libro a este medio, alcanzando a descubrir el tratado del sacerdote español Antonio Agustín, Diálogos de medallas, punto de partida de la arqueología crítica. Se concluye este capítulo con las distintas iniciativas que se materializaron desde el pontificado en defensa de este patrimonio arqueológico, como la Proibizione Aldobrandini (1624) o el Editto Sforza (1646).
Al fin se concluye este itinerario circulando por el abrupto territorio del Setecento (cap. 6) y el XIX, con especial atención a lo ocurrido bajo el control napoleónico (cap. 7) y la Roma francesa (1796-1815), así como los dos capítulos finales dedicados a la “recuperación de la soberanía pontificia” y las “actuaciones sobre el patrimonio hasta la disolución de los Estados Pontificios como entidad soberana” (1831-1870). Una larga secuela de todo lo visto anteriormente, que considera con base en una abundante bibliografía, en que se incluyen textos de época.
El detalle con que Verdugo hace su camino de conocimiento entre antigüedad y novecentismo es admirable. Maneja abundante literatura, propia de quienes antes de ahora han estudiado Roma y la Antigüedad, grandes especialistas, literatos del renacimiento y del medievo, recogiendo las opiniones más autorizadas relativas al mundo barroco.
El aporte gráfico del libro es espléndido, con ilustraciones que más allá de “embellecerlo”, como gran trabajo editorial, alumbran el texto, refuerzan el aporte del ensayo. Un texto que se lee bien y hace fácil acceder a tan denso y complejo ensayo, en que se llegan a los detalles, con el manejo de una amplísima bibliografía, en que se incluyen los estudios clásicos del siglo XX y anteriores.
Fernando Quiles García
Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España