Magdalena ILLÁN MARTÍN
Sevilla, Diputación Provincial, Arte Hispalense nº108, 2016. 213 págs.
ISBN: 978-84-7798-392-7
Con este nuevo título incluido en la
colección Archivo Hispalense se hace
el reconocimiento a la figura del pintor Luis Jiménez Aranda. Nacido en junio de 1845 en Sevilla, es el segundo de tres
hermanos que se dedicaron al arte de
la pintura. Tradicionalmente se le
ha relegado a un papel secundario, detrás de
su hermano mayor José. En muchas ocasiones fue el hermano mayor quien siguió los pasos del pequeño, y no al
contrario. Incluso para poder diferenciarse, el
mismo Luis, prescindió de su segundo apellido para rubricar sus obras.
Magdalena Illán
establece diversas etapas en la vida y obra del pintor sevillano tomando como
referencia las diferentes ciudades en las que habitó.
El primer periodo lo enmarca todavía en la ciudad del Guadalquivir,
en sus primeros pasos como artista. Su
primerísima formación correría a cargo de su hermano José que le enseñó
el arte del dibujo a los doce años de edad. Tres años
más tarde entró en la Academia de Bellas Artes de la Primera Clase de Sevilla siendo sus
mentores Eduardo
Cano de la Peña y Manuel Cabral
Bejarano. Sus producciones iniciales
se dedican a la pintura de Historia y
al costumbrismo andaluz, influencias directas de su nuevo profesor, Eduardo
Cano. Su creaciones
de carácter costumbrista toman como referencia
a Cabral Bejarano, en cuyo taller se formó durante dos años, entre 1864
y 1866.
En la siguiente etapa
situamos Luis Jiménez en Roma, no sin antes tener una breve estancia en Madrid, donde acabó de configurar su
idea de trasladarse a tierras
italianas. Se pudo instalar en Roma, gracias
a un todavía desconocido mecenas sevillano que le costeaba su viaje. Allí fue
acompañado por otros pintores
españoles, José Villegas
y Francisco Peralta.
Será la época en la que conforme su estilo hacia
la ejecución de casacones, alejándose de la pintura más académica del periodo anterior.
Sus lienzos serán de pequeño tamaño y la técnica
empleada variará entre el óleo,
algunas veces, y la acuarela, siempre con escenas
amables en espacios ricos con claras influencias de Fortuny.
Aunque las obras las adaptaba
al gusto italiano, no es
extraño seguir encontrando lienzos dedicados
a escenas costumbristas andaluzas.
Después de casi diez
años en Roma, decide trasladarse a
París, donde figura como residente desde
1875 hasta 1891. Así abrirá camino para otros
pintores españoles que se instalaron en la ciudad del Sena. Allí compartió espacio y trabajo
con sus dos hermanos que también estuvieron viviendo un tiempo en Francia.
Se integró con facilidad en la sociedad parisina obteniendo rápidamente
el reconocimiento artístico del que no gozaba en su patria. Esta etapa es abordada por la autora desde las
distintas temáticas pintadas por Luis Jiménez, ya que es el periodo en el cual
se consolida como artista y más géneros pictóricos abraza. Al principio se
dedicará al casacón pero
adaptándolo al gusto francés, género por el que se le consideró como el continuador de Fortuny, gracias a la pintura presentada en
el Salón de 1880 La antesala de un ministro a fines del
siglo XVIII. Continuó intercalando entre sus obras las temáticas del costumbrismo sevillano al igual que sus
hermanos, que realizaban obras de
similares características.
A partir de 1880 la
obra de Luis Jiménez se hará más personal y se irá alejando del carácter más comercial. En este momento se verá
influenciado por la obra de Zola, tomando como referencia escenas de los sectores sociales más
desfavorecidos de París. Elimina el
tratamiento amable y dota de naturalismo las escenas, que casi se dedican en
exclusiva a las mujeres campesinas. La técnica empleada también variará, ahora se inclinará hacia el plein
air.
Será en este periodo
parisino cuando llegue su mayor reconocimiento con la pintura
La sala de un hospital
durante la visita del médico de 1889. Se trata
en este caso de un lienzo de gran formato con el que consiguió numerosos
premios tanto nacionales como internacionales.
Meissoner promovió la medalla de Honor en la Sección Española de la Exposición Universal de París de ese mismo año. Con
este motivo, Luis Jiménez le remitió
una carta de agradecimiento, inédita hasta ahora y dada a conocer en esta obra por la autora. Esta pintura suscitó
grandes elogios entre los expertos
franceses y cierto rechazo en parte de la opinión española, que no acabó de
comprender la obra, considerándola incluso de mal gusto en palabras de Cascales Muñoz.
Otros dos géneros
empleados en la etapa parisina serán los retratos cotidianos con tendencias
impresionistas debido a su interés por los efectos lumínicos y atmosféricos.
Obra capital de este género es Una
parisina en la Exposición Universal, recogida por la crítica francesa como
un símbolo nacional. Otro género será el paisaje en si
mismo, aunque no será hasta su última etapa en Pontoise
cuando lo explote plenamente.
La última etapa tratada
por la autora se inicia en 1891 cuando el pintor empieza a
vivir en Pontoise hasta su muerte en 1928. Este periodo es abordado también desde los géneros que cultivó. Sus campesinas
dejan de tener ese carácter tan melancólico para
pasar a tener una actitud más jovial ante la vida. En este tipo de obras predominará el
tratamiento impresionista del paisaje
que enmarcan las figuras, casi siempre
femeninas, llegando incluso a realizar pinturas donde solo hay una protagonista. Será en este momento cuando el paisaje tome especial protagonismo y llegando a ser considerado
como especialista en este campo en Francia, mientras que en
España recibía algunas críticas
peyorativas debido a su gusto abocetado.
Importante es también su dedicación al retrato,
género que nunca abandonó y que esta etapa culmina con algunas sus mejores obras.
El análisis
de su obra por etapas
culmina con una serie de reflexiones sobre la
trascendencia de la figura del pintor, poniendo
en valor su influencia en los pintores coetáneos tanto franceses como
sevillanos.
El libro cuenta
además con un extenso catálogo de más
de trescientas obras ordenado por etapas fruto
de un exhaustivo trabajo de documentación y búsqueda. Todo ello culmina con la reproducción de 16 láminas a color de
varias de sus obras más representativas con su análisis correspondiente y con
la relación bibliográfica empleada.
La transición marcada
por Luis Jiménez se aprecia
perfectamente en el recorrido vital y artístico que establece Magdalena Illán a
lo largo del libro, pudiendo percibir claramente los cambios paulatinos que fue
experimentando a lo largo de su vida. Nos muestra a un pintor
inquieto que no se conformó
con aquello que le reportó mayores éxitos, sino que experimentará con otros estilos y temáticas
que le llevarán a consolidar un estilo personal que no puede enmarcarse en un solo género.
Debemos concluir
pues, que la presente monografía dedicada a Luis Jiménez Aranda es una excelente aportación, no sólo para dar
a conocer en profundidad la obra del
pintor, sino también para añadir una figura esencial de la
escuela sevillana de pintura de finales del siglo XIX. Este
estudio de Magdalena Illán nos ayuda a entender la transición que se produce
desde el academicismo de Manuel Cabral Bejarano, pasando por el paisajista
Sánchez Perrier, hasta el realismo
de cariz impresionista de Gonzalo Bilbao.
Lidia Beltrán Martínez
Universidad Pablo de Olavide, Sevilla
atrio n.º 22 | 2016
ISSN: 0214-8293