La paternidad divina hecha hombre. Dos nuevas pinturas de
Miguel Cabrera y Juan Patricio Morlete en Sevilla.
FRANCISCO MONTES GONZÁLEZ
Universidad de Granada
atrio, 15-16 (2010)
ISSN: 0214-8289 p. 177 - 186
Resumen: Desde los
inicios de la presencia española en América, el culto a San José arraigó
gracias al papel que desempeñaron las órdenes religiosas para lograr que los
valores de este personaje empatizaran con las necesidades espirituales de aquellos
habitantes. Con la institución de su patrocinio sobre el virreinato de Nueva
España aumentaron considerablemente las representaciones pictóricas, siendo en
el siglo XVIII cuando la escuela novohispana, influenciada por los modelos murillescos, difundiera una composición acorde con la
devoción doméstica, en la que se ponía de relieve la faceta paternalista de San
José con el Niño como corredentor de la Humanidad y ejemplo de virtudes.
Palabras clave: Pintura, Nueva España, Culto, San José, Iconografía,
Significados, Hallazgos.
Abstract: From the beggining of the
Spanish presence in America, the devotion to Saint Joseph proliferated thanks
to the role that performed the religious orders to achieve that the values of
this personage empathized with the spiritual needs of those people. With the
establishment of its sponsorship on the Viceroyalty of the New Spain enlarged
considerably their pictorial representations, being in the 18th century, when the esthetics
novohispana, influenced by
Murillo, to diffuse a harmonious model with the domestic devotion in which was
put of relief the paternalistic facet of San José with the
Child as corredentor of the
Humanity and model of virtues.
Key words: Paintings, New
Spain, Devotion, Saint Joseph, Iconography, Meanings, Findings.
Con
el nombre de San José de los Naturales, fray Pedro de Gante fundó en 1523 una
capilla para el aprendizaje de los nativos en la recién conquistada Tenochtitlán,
a partir de este hecho quedaría patente la hegemonía del carpintero de Nazaret
sobre el resto del santoral desde el momento de la evangelización. Este
recinto, primero desde el que se predicó la Palabra de Dios en todo el
virreinato, fue, en palabras de Cuadriello, no solo
la garantía de que los padres seráficos llegarían a un “buen puerto” desde el
cual emprender sus misiones tras la larga travesía oceánica, sino que también,
por tener a dicho padrino, un lugar significativo que se anunciaba como “cuna
de la cristiandad en América, por los millares que allí nacieron para Cristo”.1
Una vez declarado protector de la conversión de los indios y patrono del reino,
San José mantendría su custodia sobre la Nueva España e intervendría con
multitud de milagros en la tarea de aculturación que indirectamente se le había
encomendado. Será durante la época barroca cuando la intelectualidad criolla
enfatice esta idea, recordando entre otras su intervención en el naufragio de
dos frailes franciscanos frente a las costas de Flandes, entendida como una
señal de los muchos prodigios que acompañarían a los religiosos una vez
establecido su patrocinio.2 Así concluye el mismo autor esta
reflexión apuntando que “el señorío josefino sobre los pueblos gentiles, en
virtud de su prefigura bíblica como ministro en Egipto, se corroboraba en el
carácter fundante que mantuvo junto a Cortés y que lo colocaba con el indiscutido
título de virrey de las Indias”. De este modo, la orden seráfica se
sintió heredera de un culto que ya desde el medievo había llevado a los Santos
Padres a promover las virtudes y el ejemplo de San José como modelo a seguir en
la vida monástica, soportada en las tres reglas que encarnaba a la perfección:
pobreza, obediencia y castidad.3
A lo largo del siglo XVII, debido a la repercusión que
tuvo la obra Summa de donis
Sancti Josephi, publicada por el dominico Isolanus en Pavía en 1522, y al empuje que místicos como
Santa Teresa dieron a su figura, de ahí que las principales casas americanas de
la descalcez carmelita se intitularan bajo su nombre, la exaltación espiritual
de San José como esposo de la Virgen María y padre putativo de Cristo derivó en
un repertorio iconográfico donde proliferó la plasmación de diferentes pasajes
de su vida.4 Estas series hagiográficas tomadas de las fuentes
bíblicas y en mayor parte de los evangelios apócrifos, fueron realizadas por
los artistas novohispanos a partir de grabados europeos y tuvieron entre sus
temas más frecuentes los Desposorios, el Sueño o la Visión, la Huida a Egipto y
el Tránsito del santo confortado en el lecho por la Virgen María y su Hijo.5
El fervor hacia los santos promulgado por el espíritu postridentido haría que su faceta como mero “coprotagonista
del Nacimiento e Infancia de Jesús” evolucionara hacia un mayor protagonismo individual,
surgiendo las primeras representaciones donde aparece de cuerpo entero, vestido
con túnica y manto marrón, y apoyado en la vara florida, mientras guía de la
mano al Niño Jesús, con una pequeña cruz premonitoria de su muerte, en su
peregrinaje.6 Dicho modelo sería utilizado por los principales
pintores y escultores de las escuelas peninsulares, destacando al frente de
ellos al sevillano Bartolomé Esteban Murillo, que supo plasmar en sus diseños
no solo los dictámenes de tratadistas y teólogos, como Pacheco o Interián de Ayala, a la hora de representar al santo como
un bello joven, con el pelo largo, barbado y con rostro inexpresivo en lugar
del anciano de los Evangelios,7 sino también algunas fuentes
grabadas, como menciona Navarrete en el caso de una estampa de Adam Elsheimer.8
Este esquema también llegaría a la Nueva España, donde rápidamente se convirtió
en una de las fuentes iconográficas que los artistas materializaron tanto en
las tallas de las portadas de los cenobios carmelitas como en pequeños cuadros
de devoción doméstica.9 Curiosamente, uno de los ejemplos más
antiguos firmado por Juan Correa en 1685, se encuentra en la ermita de la
Virgen de la Oliva en la localidad gaditana de Vejer de la Frontera, donde fue
enviado haciendo pareja junto a un San Juan Bautista como donación de Juan de
Vargas González y su mujer, Ángela Paris Ramírez.10
No obstante, si en esta primera representación se iba a
situar al santo varón en actitud itinerante como protector del Hijo, otra de
las composiciones que alcanzaría un mayor grado de aceptación será aquella en
la que se coloque de pie, con el Niño semidesnudo en sus brazos, de forma
apoteósica, transformado, como apunta Roda, en “expositor y trono de la
Divinidad”, dentro de un espacio celestial rodeado por un coro de ángeles que
portan sus atributos.11 Sería el más afamado de los maestros
mexicanos dieciochescos, Miguel Cabrera, quien impulsara este tema acompañado
de ciertas variantes que irían difundiendo paulatinamente un prototipo cada vez
más humanizado. Estas realizaciones iban a tener como soporte láminas de cobre
de formato medio (aprox. 50 x 40 cm), como puede verse en algunas de las
versiones realizadas por el pintor en su época de apogeo artístico, caso de una
obra firmada en 1752 localizada en el mercado del arte y de otra perteneciente
a los fondos del Museo Soumaya de la ciudad de México.12
Fig. 1. Miguel Cabrera, San
José con el Niño, ca. 1755. Museo Soumaya.)
Tanto en éste como en los ejemplos que se comentarán posteriormente,
la finalidad de este planteamiento se encontraba en mostrar la paternidad de
San José sujetando al Niño Jesús después del nacimiento, indicando una actitud
de resignación, cabizbajo y con los ojos entreabiertos, mientras acata con
humildad y sencillez los designios del Padre. También Cabrera, versionará más
adelante otro diseño con un formato ovalado, en serie con un San Joaquín y una
Divina Pastora, en el que demuestra un mayor preciosismo en la delineación de
las figuras, con el santo sentado y el Niño dormido en su regazo, creando en el
espacio celestial una atmósfera intimista cargada de sensibilidad. 13
Al igual que en otros asuntos, esta composición servirá a sus seguidores,
principalmente a José de Paéz, para crear otros
modelos que enmarcan a ambos personajes en un paisaje idealizado o en un
espacio arquitectónico, con el Niño Jesús suspendido en un montículo de nubes,
como aparece en sendas pinturas del Museo Nacional del Virreinato y de la colección Blaisten.14
Fig. 2. Miguel Cabrera. San
José con el Niño. ca.1750. Paradero desconocido.
El grado de complejidad iconográfica que fue alcanzando
la pintura novohispana a lo largo del siglo XVIII, unido al empuje devocional hacia el
Patriarca, derivó en un nuevo modelo iconográfico donde éste figuraba como
patrono del gobierno eclesiástico y civil no solo novohispano, sino en algunos
casos de toda la Iglesia americana.15 Para ello se tomó como
referente el esquema de la Mater Misericordiosa, colocando al santo en el centro,
sentado sobre un trono de nubes, con el Sol y la Luna a los pies, la vara
florida como cetro de poder y el Espíritu Santo en el pecho. En la parte
superior, la Virgen María y Jesucristo se disponen a coronarlo bajo la atenta
mirada de Dios Padre, mientras que en un amplio manto sujetado por ángeles
quedan amparados de forma jerárquica los personajes retratados.16
Sin duda alguna, de todos los maestros novohispanos fue José de Ibarra quien
mejor interpretó esta representación en el lienzo de medio punto para la
capilla dedicada al santo en la iglesia del noviciado jesuita de Tepotzotlán.
En palabras de Burke, parece que el pintor
“desarrolló una especialidad en los cuadros de patrocinio (…) donde añadió
mucho interés a su composición al realizar cada retrato individualmente,
relacionando los retratados naturalmente con motivos de conversaciones y
gestos”.17
También Miguel Cabrera adoptó este recurso del
protectorado josefino, desacralizando en cierta medida al regio varón, al
despojarlo del contenido emblemático y colocar al Niño Jesús en su brazo
izquierdo. Entre otros existen varios cuadros con idénticas características
encargados por sus principales comitentes, la orden jesuita, localizados en el
Colegio Carolino de Puebla, el Museo de Guadalajara y la iglesia de San José de
Torreón en el estado de Cohaulia.18 Por último, sería un maestro de
la generación posterior, José de Alzíbar, el que
“como un reconocimiento a su consistente trabajo para los padres oratorianos”,
recibió en 1767 el encargo de realizar el magno patrocinio sobre la casa de San
José el Real, hoy en la Pinacoteca de la Profesa, con un repertorio de
magistrales retratos de todos los congregantes.19
En su obra sobre la iconografía del arte colonial, Schenone comenta sobre San José que “el otro tipo, quizás
más difundido es el que lo muestra de medio cuerpo llevando al Niño en sus
brazos”, pues será en éste donde más predominen los aspectos sentimentales.20
Como en otras ocasiones, las fuentes grabadas fueron las encargadas de propagar
esta composición donde el santo, sujetando una vara de azucenas, símbolo de
pureza y castidad, muestra a su lado la figura del Niño, sentando en su brazo o
de pie, tal y como aparece en un estampa de Diepenbeek
con la inscripción “Es el hombre que ha llevado a aquel que abraza a todo el
Universo”.21 Como en los casos referidos serían Murillo y su
obrador los encargados tanto de difundir como de llevar el tema a su máxima
expresión artística, como puede comprobarse en sus lienzos del Ringling Museum
de Sarasota o la Fundación Lázaro Galdiano, entre otros.
Una de las primeras versiones novohispana de esta
iconografía, todavía con ciertos rasgos arcaizantes, firmada por el pintor
Nicolás Rodríguez Juárez, precursor de numerosos diseños posteriores, se
encuentra en los depósitos de la fundación nicaragüense Ortiz Gurdian.22 Sin
embargo, no fue hasta principios del siglo XVIII cuando José de Ibarra se
hiciera partícipe de este prototipo, destacando entre sus ejecuciones un cobre
que hace pareja con la Virgen de Belén en una colección particular sevillana.23
Tal y como sucediera con otros ejemplos, el pintor tuvo como referencias la
multitud de estampas europeas existente en los talleres novohispanos,
principalmente sobre composiciones de Rubens, y la obra exportada del taller de
Murillo.24 Aunque no hayan sido localizadas referencias documentales
de la influencia ejercida por el repertorio del maestro sevillano sobre el
gremio novohispano, Mues señala que “es evidente que tomaron de éste algunas
pautas, plasmadas en la idealización de los rostros, el uso de los colores más
claros, pastel y las pinceladas más sueltas”.25 Además, a todo ello
se sumaba que las condiciones históricas, sociales y religiosas de la época
fueron adecuadas para recibir los cánones murillescos,
rebosantes de la armonía y ternura que acabaría por caracterizar la pintura
mexicana del setecientos.
En el Museo de América de Madrid existe un cobre de
pequeño formato de la que pudiera ser una de las primeras interpretaciones de
Miguel Cabrera sobre este asunto. Dentro de una orla ovalada, recurso utilizado
para enfatizar aún más la idea de cuadro devocional doméstico, San José rodea
con su brazo izquierdo al Niño, que aparece sentado sobre un cojín, en una
pequeña mesa junto a un recipiente con frutas.26 En esta especie de
retrato divinizado el maestro supo entender a la perfección la misión del santo
como custodia del Hijo de Dios, aunque se aprecie tras los rostros idealizados
cierta ausencia de un vínculo emocional entre ambos. De este modo, Cabrera no
solo demostraba ser un magnífico conocedor de la teoría artística
sino que según Lara, “también se prestaba a cumplir a la perfección su labor:
comunicar los mensajes de Dios”. Por otro lado, serían la suavidad y candor
espiritual expresado en sus personajes lo que provocaría una aceptación total
por parte de sus espectadores. Es por ello que sus
mecenas, principalmente la nobleza criolla, los jesuitas y el arzobispo Rubio y
Salinas, encontraran en sus conceptos de lo ideal, de la belleza y de la
espiritualidad, al artista capacitado no solo para asumir grandes compromisos,
sino también a un fiel intérprete de la llamada que invitaría a buscar la
salvación del alma.27
Recientemente,
fueron exhibidas en el mercado del arte otras dos obras de Miguel Cabrera, de
desigual calidad artística, donde el modelo aparece ya estandarizado, revelando
más importancia al Niño Jesús que aparece vestido con una especia de túnica
transparente salpicada de flores, con un brazo sobre el globo terráqueo, y en
actitud de bendecir.28 En ambas pueden comprobarse lo que la autora
anterior refirió en cuanto a las varios de la calidad artística del maestro, ya
que su pincel “seguro y experimentado, produjo una gran cantidad de obras de
una gran altura plástica, dignas de contundentes elogios; pero también su firma
se encuentra plasmada en algunas piezas que nos sorprenden por su débil
perspectiva, sus errores de anatomía y una pobre iluminación, no congruentes
con el portento y la congruencia que se observa por lo general en su trabajo”.29
Esta idea ya fue sugerida por Toussaint, para quien
el ingente número de obras que llevan la firma de Cabrera y las fechas de
algunas de ellas, llevaron a los historiadores a pensar sobre un taller con
numerosos oficiales que ejecutaban rápidamente multitud de diseños según los
dictámenes del maestro: “Cabrera hace algunos, toca otros y firma aquellos que
le parecen mejores, sean o no suyos.Además, el decoro
profesional, por lo que se refiere a originalidad, no existe; se copia todo,
grabados y pinturas, cuadros europeos y coloniales; se hacen repeticiones de la
misma obra, y no dos o tres veces, sino cuantas son necesarias”.A
propósito de ello describe un ejemplo muy adecuado para este estudio:“El caso del San José que existe en una capilla
anexa al Sagrario de México es típico: a una mala copia de la Virgen de Belén
de Murillo, se le han puesto barbas, se le ha agregado una vara de azucenas y
¡cátate ahí al santo! No es posible decir más”.30
La
primera de las obras inéditas aportadas se encuentra en uno de los muros del
coro bajo del monasterio de dominicas de Madre de Dios en Sevilla. Esta
clausura fue una de los más prósperas de la ciudad debido a la relevancia de la
clase social de sus religiosas, entre las que casualmente se encontraba una de
las hijas del conquistador de México, doña Catalina Cortés, que junto a su
madre doña Juana de Zúñiga, se encuentra sepultada en el presbiterio de la
iglesia conventual.31 La vinculación comercial existente entre la
capital hispalense y los virreinatos americanos propició que entre otros
recintos religiosos llegaran a los conventos numerosos legados artísticos,
compuestos principalmente por lienzos de la Virgen de Guadalupe y piezas de
orfebrería.32 Con toda probabilidad este pudo ser el cauce por el
que llegó esta obra, si se atiende además al marco de rocallas de mediados del
siglo XVIII acorde con su fecha de ejecución, como también puede que sea el del
suntuoso conjunto de bandeja, vinajeras, campanilla y cáliz de plata dorada y
filigrana o de la arqueta relicario de carey y plata que custodian en su
tesoro. A pesar de ello, no se puede desestimar la hipótesis
de una donación particular posterior, como ocurre con la conocida talla de la
Virgen de Copacabana, regalada por una monja a principios del siglo pasado, y
venerada en un altar muy cerca del lienzo comentado.33
Fig. 3. Miguel Cabrera. San José con el Niño. Detalle. ca.1760.
Convento Madre de Dios.
Aunque
no se encuentre autografiada, las características estéticas del lienzo permiten
relacionarlo directamente con la factura de Miguel Cabrera. Comprobado a través
de análisis comparativos con las tres obra referidas
anteriormente, no cabe duda de que se trata de una de las representaciones de
mayor calidad artística de cuantas existen documentadas acerca del tema, exenta
además de cualquier intervención del taller. La belleza varonil del santo que
torna delicadamente su característico rostro ovalado se suma al soberbio dibujo
del Niño Jesús, con cabello rubio y llamativos ojos azules, vestido con la
habitual prenda floreada y colocado prácticamente en posición frontal. Las
similitudes estilísticas entre éste y los de su serie de castas resumen el
esfuerzo del artista por dotar al Niño de un aura majestuosa, en el que podría considerarseuno de sus más importantes “retratos a lo
divino”, cargado de una intensidad expresiva contenida por la ternura de la
escena.34 Además de la característica vara de azucenas y el globo
terráqueo, sobre el que apoya el brazo infantil en señal de su poder, la obra
esconde otra serie de significados no solo en la actitud desafiante del Niño
frente al recogimiento del padre, sino en las manos de ambas figuras que
bendicen al espectador advirtiéndole de la futura “Victoria” de Cristo sobre el
pecado.
Fig. 4. Miguel Cabrera.
San José con el Niño. ca.1760. Convento Madre de Dios.
Esta
obra de San José con el Niño es el reflejo de la dicotomía existente entre “el
idealismo convencionalmente plasmado y la tendencia naturalista” que
caracterizaba la técnica de Cabrera, y a través de la cual consiguió que
quienes observaban sus iconos pudieran llegar a reconocer en ellos su condición
intrínseca de seres eternos y compasivos, al mismo tiempo que ofrecían un alivio
ante la imagen castigadora de la Iglesia y su obsesión apocalíptica del fin del
mundo.35 Además, en esta muestra pictórica podría encontrarse la
respuesta a la siguiente reflexión de Tovar: “Para simbolizar esa imagen
sacralizada, los artistas novohispanos del siglo XVIII recurrieron a formas más
humanas, las de una belleza convencional, entendida como idealización. El
imperativo de esas formas caracteriza a la obra de Miguel Cabrera, artista que
entendió que lo sagrado era bello, convencionalmente, al grado de formular
fisonomías y aplicarlas a cualquier advocación”.36
La
segunda pintura consiste en un óleo sobre cobre perteneciente a una colección
particular sevillana. Aunque no se haya podido establecer un vínculo con algún
antepasado indiano entre sus propietarios actuales, es evidente que debió
formar parte de algún legado de ultramar, pues entre otras piezas existe un
cobre de la Virgen de Guadalupe próximo al pincel de Mateo Montedesoca.37
A simple vista se puede advertir en esta obra la fuerte influencia de Cabrera,
quién según Tovar “no sólo se impuso como dictador de la pintura, sino que,
cosa peor, estableció los cánones que había de seguir el arte pictórico y ahogó
así a talentos artísticos, que, a causa de eso, no pasaron de ser
mediocridades”.38 En las efigies de San José con el Niño sus
continuadores copiarían repetidamente los diseños establecidos por éste,
creando obras de menor calidad con composiciones monótonas y faltas de
originalidad.39 Afortunadamente, la firma recogida en la parte
inferior derecha del cobre no deja duda de su autoría a cargo de unos de los
pintores aludidos en la cita anterior, Juan Patricio Morlete
y Ruiz. Aunque la inscripción que reza “Jn. Patril. Pingt.” pueda llevar a la
confusión, ha podido ser corroborada con la presencia del mismo texto en un
lienzo de la Virgen de Guadalupe localizado en el convento de Madres Capuchinas
de Plasencia.40 Este pintor mestizo formó parte de grupo de los representantes
más distinguidos de la escuela novohispana de la segunda mitad del siglo XVIII,
pues su nombre, junto a los de Cabrera y Vallejo, se encuentra entre los que
rubricaron los primeros documentos que perseguían la liberalidad del arte de la
pintura, como el acta de la Academia refundada en 1754 y los estatutos de
gobierno de la misma.41 A todo ello se sumaría el valor de sus
copias de la Virgen de Guadalupe, ya que se encontró entre el selecto grupo que
estuvieron en contacto directo con el sagrado áyate
durante la inspección dirigida por Miguel Cabrera.42 Como cita Toussaint, Morlete fue un notable
maestro al que algunos como Mateo Herrera en su Catálogo inédito lo
consideraron superior al mismo Cabrera: “Cuando se abusaba tanto de las
coloraciones falsas y chillonas, y del dibujo flojo y sin expresión, Morlete Ruiz presenta el raro caso de dibujar correctamente
y de pintar sus obras con sobriedad, en una entonación gris no exenta de buen
gusto”.43
Fig. 5. Mateo Montesdeoca. Virgen de
Guadalupe. s. XVIII. Colección particular.
Fig. 6. Juan Patricio Morlete.
San José con el Niño. ca.1765. Colección particular.
Tomando
como apunte dicha alusión, en esta lámina sobresalen los primeros matices de
ese proceso de relajación de la pintura novohispana que, despojada de cualquier
elemento emblemático característico de su período de mayor barroquización, la
dignificaría a expensas de los principios academicistas. Si el esquema empleado
por Morlete no difiere de los anteriores, la
representación de San José, con rostro firme y delicado, ya no es la del hombre
resignado que ofrece al Hijo de Dios, sino la de un padre que acuna con
delicadeza en su manto a un pequeño niño dormido e indefenso. En este sentido,
no existirán actitudes de bendición ni de poder, incluso la vara florida ha
pasado a un segundo plano, sino que se representa al que es llamado “refugio de
los afligidos”, tal y como apunta la inscripción latina de la cartela situada
en la parte inferior de la orla: “Refugium aflictorum”. Incluso el Niño Jesús se lleva la mano al
pecho en señal expiatoria mientras vela en su sueño por toda la Humanidad. Con
todo ello, esta obra piadosa quedaría en consonancia perfecta con la mentalidad
cortesana tardobarroca, envuelta en una dimensión
espiritual que, como bien apunta Tovar acerca de la técnica de Morlete,“combina
la devoción con el arte logrando resultados de gran delicadeza”.44
1. CUADRIELLO, J.: “Tierra de prodigios. La ventura como destino”, enVV.AA.: Los pinceles de la Historia.
El origen del reino de Nueva España, 1680-1759, Museo
Nacional de Arte, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, 1999,
p. 181.
2. La obra fue realizada por el pintor Francisco Ambrosio Núñez en el año 1708.
Id. cat. 88.
3. CARRILLO OJEDA, C.: Cronología Josefina Mexicana (1523-2000), Centro de Investigaciones y Estudios sobre San José, México, 2003,
p.111.
4. CAMÓN AZNAR,
J.:“San José en el Arte español”, Goya, núm.107, Madrid, 1972, pp.306-313.
5. Algunos de estos ejemplos se encuentran en el Museo Nacional del
Virreinato, tal es el caso de la Visión de San José, de José Juárez,
y el Tránsito de San José, firmado por un descendiente del anterior,
José Rodríguez Juárez.VV.AA.: Pintura Novohispana. Museo Nacional
del Virreinato.Tepotzotlán,Tomo I, Siglos XVI, XVII y principios del XVIII, México, 1992, p. 125.Véase también una amplia selección en SCHENONE, H.: Iconografía del arte colonial.
Los Santos.Vol. II., Fundación Tarea, Buenos Aires,
1992, pp. 492-499.
6. RODA PEÑA, J.:“A propósito de una escultura dieciochesca de San José”, Laboratorio de Arte, núm. 5, 2, Universidad de Sevilla, 1992,
p. 369.
7. Carmona reseña en su manual:“Era, por tanto, necesario figurarse a San José como un hombre joven, pues “mal se pudiera salvar la buena fama de la Virgen”, dice Pacheco,
“y un hombre de ochenta años no había de tener fuerzas para
caminos y peregrinaciones y sustentar su familia con el trabajo de sus manos”.
En consecuencia, aconsejaba pintarlo “de poco más de treinta años”; e Interián de Ayala, en “edad perfecto y varonil, esto es, según me parece, de cerca de cuarenta años”, pues es la edad en la que se alcanza la mayor perfección en las fuerzas del cuerpo y las virtudes del alma”.
CARMONA MUELA, J.: Iconografía de los
santos, Istmo, Madrid, 2003,
p. 230.
8.
Esto puede comprobarse no solo en algunos dibujos del pintor sevillano conservados en la Biblioteca Nacional o el Museo
del Louvre sino en algunos lienzos como los del
Ermitage y una colección particular madrileña. NAVARRETE
PRIETO, B.: La pintura andaluza del siglo XVII y sus fuentes grabadas, Fundación de Apoyo a la Historia
del Arte Hispánico, Madrid,
1998, pp.260-261.
9. SEBASTIÁN,
S.: El barroco iberoamericano.
Mensaje iconográfico,
Encuentro, Madrid, ed. 2007, p.188.
10. QUILES GARCÍA,
F.: “Sevilla, lugar de encuentro artístico entre la Vieja y la
Nueva España (ss.XVII y XVIII)”, en FÉRNANDEZ, M. A.; GARCÍA-ABASOLO, A. y QUILES, F.: Aportes humanos, culturales y artísticos de Andalucía
en México, Siglos
XVI-XVIII, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, Sevilla,
2006, pp.222-223.
11. RODA PEÑA, J.: Op. cit. p. 370.
12. Véanse ambas piezas
en: http://www.arcadja.com/auctions/es/cabrera_miguel/ artista/37187/ y LARA ELIZONDO, L.: “Herencia plástica del México
colonial. Renovaciones a tres siglos
de distancia”, en LARA ELIZONDO,
L. (coord.): Visión de México
y sus artistas.Tomo V. Herencia plástica del México colonial.
Renovaciones
a tres siglos
de distancia,
Qualitas Compañía de Seguros, México, 2004, p. 184.
Además de este último, cítense entre otras monografías sobre la extraordinaria trayectoria del pintor oaxaqueño: CARRILLO GARIEL,A.: El pintor Miguel Cabrera, INAH,
México, 1966;TOVAR DE TERESA, G.: Miguel Cabrera, pintor de Cámara de la Reina Celestial, Inver México,
México, 1995;TOVAR DE TERESA, G. (coord.): Repertorio de artistas en México, vol. I, Bancomer, 1995-1997, México, p. 192; MARTÍ COTARELO, M.: Miguel Cabrera. Un pintor
de su tiempo, CONACULTA, México, 2002.
13. VV.AA.: Catálogo comentado del arcervo del Museo
Nacional de Arte. Nueva
España. Tomo II, Conaculta, México,
2004, pp.144-148.
14. http://www.museoblaisten.com/v2008/indexESP.asp; http://www.virreinato. inah.gob.mx:8080/mnvski/pinturaInternet/principio.jsp.
15. En el virreinato del Perú fue el pintor potosino Gaspar Miguel
de Berrío el encargado de repetir este último tema en tres obras similares conservadas en el monasterio de San Mónica
de Potosí, el Museo Colonial
Charcas de Sucre y el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile.VV.AA.: The Arts in Latin American
1492-1820, Philadelphia Museum
of Art, 2006, p.443.
16. SCHENONE,
H.: Op. cit. pp. 498-499.
17. BURKE, M.: Pintura y escultura en Nueva
España, El Barroco, Col. Arte Novohispano, Azabache, México, 1992,
p. 152-153.
18. http://esposoypadre.blogspot.com/2009/02/restauracion-de-la-obra-patroc- nio-de.html;VELAZQUEZ CHAVES,A.: Tres siglos
de pintura en México, México 1939, foto 23. http://cronicadetorreon.blogspot.com/2009/03/san-jose-en-la-iconografia-lagunera. html. A estos debe
sumarse otro en la colección Andrés
Bello de Puebla
de los Ángeles.
19. VV.AA.: Catálogo comentado del acervo…Op. cit. p.73. 20.
20. 491
21. MALE, E.: L´art religieux de la fin du XVI siècle; du XVII siècle
et XVIII siècle, Paris, 1951. Cit por SCHENONE, H.: Op.cit. p. 491.
22. http://www.fundacionortizgurdian.org/fundacion.es/pinturareligiosa_nuevo mundo/44
23. PÉREZ CALERO, G.:“Dos obras desconocidas del pintor mejicano José Ibarra”, Gades, núm.
9, Cádiz, 1982, pp. 267-270.
24. Sobre la presencia de
pinturas barrocas de la escuela
andaluza véase un reciente estudio en: SUÁREZ MOLINA,
M. T.: “La pintura
barroca andaluza en las colecciones mexicanas”, en LÓPEZ GUZMÁN,
R. (coord.): Andalucía y América. Cultura artística, Atrio, Granada, 2009,
pp.31-49.
25. Además señala que desde esta época se pensaba que debió existir un vínculo entre pintores españoles e Ibarra,
tal y como apunta el comentario de Cayetano
Cabrera y Quintero al afirmar que Ibarra
“fue Murillo de la Nueva España hasta en su fisionomía y su estatura”. MUES,
P.: José de Ibarra. Profesor de la nobilísima arte de la pintura, CONACULTA, México, 2001,
pp. 16-17.
26. GARCÍA SÁINZ,
C.: La pintura colonial en
el Museo de América (I): La escuela mexicana, Ministerio de Cultura, Madrid, 1981,
p. 58. Inventario 00017.
27.
LARA ELIZONDO, L.: Op. cit. p.187.
28. http://www.mutualart.com/Artist/Miguel-Cabrera/65B2B7B164B0038F/Art- works
29. LARA ELIZONDO,
L.: Op. cit. p.189.
30.
TOUSSAINT, M.: Pintura colonial
en México, UNAM,
México, 1990, p.166.
31. BENJUMEA CALDERÓN, C. y BENJUMEA CALDERÓN, J. A.:
El Real Monasterio de Madre de Dios de Sevilla, Guadalquivir, Sevilla, 2004,
pp. 26-27.
32. MONTES GONZÁLEZ, F.: “Pintura virreinal americana en Sevilla. Contexto, historiografía y nuevas aportaciones”, Archivo Hispalense, núm. 276-278, Diputación de Sevilla, 2008, pp.255-279.
33. BENJUMEA
CALDERÓN, Carmen y BENJUMEA CALDERÓN, José Antonio:
Op. cit. pp. 121, 136-137.
34. Asimismo,
podrían encontrarse otros paralelismos con los niños que en sendas pinturas ovaladas procedentes del convento de San Francisco
custodia la catedral de México con las
alegorías
marianas de Regina
Angelorum
y Regina Patriarcharum. LARA ELIZONDO, L.: Op. cit.
pp. 174-175.
35. CARRILLOY
GARIEL, A.: Op. cit.
p. 30.
36. TOVAR DE TERESA, G. (1995):
Op. cit. p. 84.
37. Véanse otras obras del mismo autor en GONZÁLEZ MORENO, J.: Iconografía guadalupana en Andalucía, Junta
de Andalucía, Jerez
de la Frontera, 1991, p. 84.
38.
TOUSSAINT, M.: Op. cit.
p. 167.
39. Sírvase entre otros ejemplos los
conservados
en el Museo
Nacional del Virreinato o una
obra firmada por Miguel
de Herrera en 1778
en el Philadelphia Museum.VELÁZQUEZ CHÁVEZ, A.: Op. cit.
fig. 120.
40. BAZÁN DE HUERTAS,
M. y TERRÓN REYNOLDS,
M. T.: “Obras de arte inéditas en Conventos de Plasencia”, Norba-arte, núm.12, Universidad de Extremadura, 1992. Además existe otra guadalupana en un muro del
coro de la Iglesia parroquial de Santa
María Ulibarri en Durango con la firma “Jn.
Patr. Morlete. pingto. a. 1763”.
GONZÁLEZ MORENO, J.: Op. cit. id.
p. 81. Finalmente, en el Museo de América
hay otra pintura
de la Dolorosa autografiada:“Joan Pattri. Mor Pinxt Ann 1765”. GARCÍA
SÁIZ, C.: Op. cit.
p. 86.
41. MUES ORTS, P.:
La liberalidad
del pincel. Los discursos sobre la nobleza de la pintura en Nueva España, Universidad Iberoamericana, México,
2008, p.402-411.
42.
VV.AA.: The Arts in Latin American…,
Op. cit., p. 393.
43. TOUSSAINT, M.: Op. cit. p.168.
44. La cita pertenece a una de las plegarias marianas de las letanías de San Efrén de Siria:“Salve, refugio de los afligidos”.TOVAR DE TERESA, G.: Op. cit.
vol. II., p. 388.