La
influencia portuguesa en el arte autóctono
del Golfo de Guinea
MARÍA JESÚS SANZ
Universidad de Sevilla
atrio, 15-16 (2010)
ISSN: 0214-8289 p. 187 - 198
La colonización
realizada en África por las potencias europeas durante el siglo XIX, ha hecho
olvidar otras colonizaciones anteriores a este período. Efectivamente durante el mencionado siglo, franceses e ingleses se repartieron casi todo el continente africano, pero también tuvieron su parte alemanes
e italianos, aunque estos últimos después
de su derrota en la segunda guerra mundial perdieron todas sus posesiones. Otros países, grandes
navegantes, como los holandeses habían colonizado anteriormente África del Sur, de donde fueron desalojados por los ingleses en la conocida guerra de los Boers, pero sin embargo, los primeros contactos de África con Europa fueron a través de los países hispánicos, es decir España y Portugal. En el primer
caso la relación estable y antigua
de España con el continente
africano se reduce a las Islas Canarias, conquistadas por la familia Betancourt
a fines del Medievo, e incorporadas
definitivamente por los Reyes Católicos.
Las otras posesiones más antiguas de España en África, datan
de los comienzos de la Edad
Moderna, y se situaban en la costa norte, afectando básicamente a puertos situados en Marruecos, Argelia y Túnez, mientras que las últimas posesiones, que han durado hasta el siglo XX son muy posteriores y coetáneas de las conquistas anglo-francesas, como en los casos de Sidi Ifni, Sahara
y Guinea, naturalmente independizadas
durante el siglo XX como las
otras colonias.
Portugal presenta
otras características diferentes, pues a parte de Angola y Mozambique, que fueron
colonias como las demás, de tipo europeo, tuvo una presencia en las islas atlánticas y en el Golfo de Guinea ya desde el siglo
XV, especialmente en Costa de
Marfil, Sierra Leona, Benín (antiguo Dahomey) y Nigeria,
pues todos estos países formaban parte del antiguo reino de Benín (fig.1), cuyo pueblo dominante eran los Yorubas, hoy habitantes del oeste de Nigeria.
Fig. 1. Mapa del golfo de Guinea en la época de las colonizaciones.
Podríamos preguntarnos que a qué se debe una presencia portuguesa tan temprana y tan al sur
en estos países, pero esto
obedece a razones geográficas e históricas. En primer lugar Portugal es un país con una extensa costa atlántica,
y naturalmente la navegación
se desarrolló en este ámbito, mientras
que en el Mediterráneo existían potencias suficientemente poderosas como para no permitir las incursiones portuguesas.Turquía,Venecia
y España eran sus principales representantes.
Estos países tenían
un contacto más fácil con el norte de África más cercano,
es decir Marruecos, Argelia
y Túnez, y de hecho así fue durante
el siglo XVI, especialmente
para los españoles que tuvieron
en sus manos ciudades como Orán, Bugía (Bugiaville) y
Trípoli durante algún tiempo, hasta que pasaron al dominio de los turcos, amos del Mediterráneo durante siglos. Cerrado prácticamente el paso al Mediterráneo para los portugueses éstos pretendieron ser los únicos comerciantes y colonizadores en el Atlántico, y así fue, salvo algunas incidencias con el reino de Castilla,
que ya había iniciado algunas navegaciones desde el valle
del Guadalquivir hacia el sur, desde
las Islas Canarias, costeando, como
era habitual en la navegación,
hasta que ocurrió el Descubrimiento de América.
A partir de estas fechas, es decir, de 1492, en que los españoles llegaron a América los portugueses intentaron detener la navegación hacia el Oeste y pretendieron tener la exclusividad de esta ruta, cosa
que los españoles no estaban
dispuestos a tolerar, pues como ya
sabemos ambos pensaban que llegarían a China y Japón, de donde obtendrían enormes riquezas, además de algo tan caro como las joyas
en esa época,
que eran las especias. Este
problema tuvo una difícil resolución en la que tuvo que intervenir el Papa, a la sazón Alejandro
VI, de origen español. Llegadas ambas partes a un acuerdo se firmó el tratado de Tordesillas, en 1493, por el que se trazaba
una línea coincidente con
el meridiano que determinaría
las rutas de navegación de
ambos países, esta línea estaría situada
a 370 leguas al oeste de Cabo
Verde1. Los españoles navegarían
hacia el oeste, y los portugueses hacia el este, por lo que España tenía libre el camino hacia América, mientras que
Portugal tendría que navegar
hacia el sur, bordear el cabo de Buena Esperanza, y tras un
largísimo recorrido llegar a China y Japón, destino que ambos países creían final.
Pero este tratado, que evidentemente favorecía a los españoles, no fue suficiente para los portugueses que reclamaron un corrimiento más hacía el oeste de ese meridiano imaginario, y para ello se firmó un segundo tratado al año siguiente, en el que se efectuó un cambio que beneficiaba a los lusos, lo cual les permitió la conquista del Brasil, pues aunque
la línea divisoria no abarcaba mas que la panza o prominencia del país, naturalmente establecer esa línea fronteriza
en medio de la selva era prácticamente imposible, y por lo
tanto ello permitió a los portugueses adentrarse hacia el interior y hacia el sur,
y colonizar el mayor país de Suramérica.
Pero aparte
de este tratado referido a la navegación hacia América se firmó otro tratado en
el mismo año sobre la navegación en la costa africana. Ahí de nuevo se confrontaron los intereses de ambos países, pues España quería
tener el dominio de toda la costa frente a Canarias hasta
el cabo Borjador, así como ciudades del norte de Marruecos, que ya dominaba, mientras
que Portugal se oponía a ello,
ya que llevaba muchas décadas costeando hasta el golfo de Guinea.
Al final parece que llegó a
un acuerdo momentáneo, ya que los problemas siguieron hasta el siglo XVIII.
De todo ello se deduce que los
portugueses centraron sus intereses comerciales a partir de esa franja
de costa que terminaba en el
cabo Borjador (Sahara), y por
ello el golfo de Guinea, que
ya conocían, fue uno de los lugares donde su
influencia fue más evidente.
Sobre las relaciones que portugueses y nativos de esta zona tuvieron desde el siglo XV, se sabe que en 1485 llegó a Benín una expedición portuguesas mandada por
Joao Alfonso d’Aveiro, que inició
las relaciones comerciales,
a la vez que llegaron los primeros misioneros2.
Las crónicas no son muy explícitas, aunque es de dominio común que el origen de los esclavos africanos estuvo en esta
época y zona, comercio que luego siguieron españoles, y sobre todo ingleses, y que duró hasta el siglo XIX. Pero no todas las relaciones fueron de señores y esclavos, sino que los jefes nativos tuvieron un contacto con los comerciantes portugueses, a veces de igual a igual, y sus armas, su modo de vestir, y sobre todo sus monturas, los caballos,
se plasmaron en el arte nativo, prueba
de que incorporaron estos
elementos a su cultura.
Para analizar
el contacto entre portugueses
y africanos y el arte que
se produjo a través de estos contactos hay que tener en cuenta que los primeros se
encontraron en el golfo de Guinea con una gran cultura en lo que era entonces el Reino de Benin. Este país comprendía lo que hoy son varios países que van desde el oeste de Nigeria hasta
Sierra Leona, pasando por Benín
(antiguo Dahomey),Togo, Ghana, Costa de Marfil y
Liberia, y comprendía, como puede verse un amplio territorio, en el que se desarrollaban también otras culturas, paro la mayoría reconocía la supremacía de Benín. Su cultura
parece que corría pareja con
su extensión, teniendo una amplia
tradición en el trabajo del bronce, además de la madera y el marfil. Este reino, que duró más de 500 años, tenía una capital que maravillaba a los europeos que la
visitaban, con anchas y rectas calles, buenas casas y ciudadanos respetables, además de su perfeccionado arte en los objetos de adorno personal y uso doméstico. La ciudad fue destruida y saqueada por los ingleses en 1897, y una colección de más de 1000 bronces vendidos en pública subasta
por orden de la reinaVictoria.
El Benin actual, que no coincide más que en una pequeñísima parte con el Benín histórico, existe como tal país
desde 1989, aunque
anteriormente se llamó Dahomey.
No se trata aquí, sin embargo, de analizar el
magnífico arte de Benin, existente al parecer desde el siglo XIII hasta el XIX,
sino de ver cuales fueron sus
relaciones en el período de contacto
con los portugueses, que parece
fueron los únicos europeos interesados en sus manifestaciones
artísticas.
El contacto
entre ambos pueblos, a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII produjo unas obras
cuya estética ha originado bastantes discusiones. Por una parte la mayoría de los estudiosos ve en estas
obras, de bronce y marfil fundamentalmente, unas tipologías de carácter europeo, sobre las que se superponen elementos africanos y europeos mezclados, con una técnica claramente africana. En realidad esta teoría propone que son piezas encargadas por portugueses
para su uso personal, o
bien como regalos para sus parientes
europeos. La otra teoría, sustentada básicamente
por algunos italianos, propone que las tipologías no tienen ninguna relación con el mundo occidental,
y que obedecen a modelos autóctonos, pero no menciona la iconografía europea que en estas piezas aparece3.
Esta última teoría
no parece demasiado aceptable, dada la cantidad de elementos desconocidos en África antes de la llegada de los europeos, que aparecen en estas
piezas.Tales son los casos de los caballos, las armas, las armaduras, los tipos humanos,
y desde luego las tipologías de las piezas. Aunque no
se pueda decir que algunas,
especialmente los saleros, sean copia de piezas
litúrgicas, o civiles europeas, si
muestran una clara influencia de ellas, aunque naturalmente la mano de artesano, el material, o la misma tradición africana haya creado
un nuevo tipo de objetos.
En general las piezas que se conservan son de pequeño tamaño y los materiales básicos son bronce y marfil. Es posible que existieran objetos en madera u otros
materiales que se hayan destruido con el tiempo. En el caso de la madera es bastante probable que así fuera, ya
que en los países del Golfo la madera se trabaja en gran abundancia, pero el caluroso clima, la enorme humedad, y la abundancia de insectos hacen que los objetos de madera desaparezcan con rapidez.
Las piezas
de marfil son realmente las
más valoradas en el mundo de las antigüedades, y constituyen parte de las más importantes secciones de arte africano en
los museos. Las obras más abundantes son los saleros, aunque no sabemos si ésta
era su utilización única. Se trata de unas piezas formadas
por un basamento, a veces unificado con el astil, y una parte
superior o copa, generalmente con tapa. El basamento unido de una forma continua al astil
suele tener perfil cónico, y en medio de su altura se puede introducir una forma esferoide semejante al nudo de los vasos sagrados o profanos de origen centroeuropeo. Obras con estructuras semejantes son abundantes en los templos y museos europeos, formadas por recipientes esféricos con tapa y alguna figura en
el remate, como es el caso de los relicarios, la mayoría de plata, pero en otros
se utiliza para el recipiente
el cristal, e incluso algunos materiales exóticos un huevo de avestruz, o más habitualmente un coco, en los que no falta la figura en el remate.
Entre los que podemos citar el de la catedral de
Sevilla, de la segunda mitad
del siglo XIV, y el de la catedral
de Münster, este último de mediados de siglo XIII4,
con pie y astil de plata, y
figura del Cordero en el remate de, cristal de roca (fig.2). El Cordero se ha considerado
como un cristal de origen iraní, adaptado
al culto cristiano al colocarle una cruz con un collar
de plata sujeto al cuello. Cualquiera que sea su origen
y fecha, que a nosotros por
cierto nos parece muy temprana,
el caso es que su relación los las obras realizadas en marfil,
en el período que nos ocupa es evidente.
En la misma línea, y al mismo templo pertenece el relicario de la Sangre de San Pablo (fig.3), de la misma fecha que el anterior5,
de plata, plata dorada y cristal, con un pie igual al anterior, una copa esferoide con tapa, y estrechamiento
en su parte
central. El remate es un cuerpo
de cristal con la reliquia en su interior, con una cubierta cónica rematada por esfera. Podríamos seguir citando muchos ejemplos de este tipo casi todos
originados en el Bajo Medievo, imágenes y formas que llevaban los portugueses en su bagaje cultural cuando en el siglo
XV alcanzaron las costas
del Golfo.
Fig.
2. Relicario de la catedral
de Münster, siglo XIII.
Fig. 3. Relicario de San Pablo,
del mismo templo.
Esta estructura tan ajena al arte africano
y tan relacionada con el europeo es la que ha originado
la teoría de que esos probables saleros de marfil puedan ser piezas encargadas por portugueses a artistas africanos. Por otra parte hay que tener en cuenta la decoración
de estas piezas, que en su aspecto
puramente ornamental recuerda
también a piezas europeas, especialmente aquellas que usan aristas helicoidales formadas por rosarios de perlas, que recorren la pieza de arriba abajo, como es el caso de la del Museo Cívico
Medieval de Bolonia (fig.4), o
la del Museo Etnográfico de Viena
(fig.5), ambas datables entre
fines del siglo XV y el primer tercio del siglo XVI, originarias de Sierra Leona,
y encuadradas en la cultura sapiportuguesa6.
Otros casos procedentes del mismo país, y de la misma cultura, presentan un amplio nudo calado, constituido
por una serie de aristas curvas que dejan en su interior un hueco que debía tener alguna utilidad,
como se ve en la más sencilla
de ellas de la Galería Estense de Módena (fig.6). Las otras dos piezas de nudo calado son mucho más complejas
en su estructura,
pues el nudo no está formado sólo
por pilares curvos, sino que con ellos se alternan figuras humanas, que en el caso de la pieza del Museo nacional de Copenhague (fig.7) son claramente
africanas, pero en la del Museo Nacional Prehistórico
y Etnográfico de Roma tienen
una clara influencia portuguesa.
Fig. 4. Salero del Museo Cívico de Bolonia.
Fig. 5. Salero del Museo Etnográfico de Viena.
En lo que se refiere a la representación humana y animal,
tanto en relieve como en bulto redondo, predomina la estética y la iconografía africanas. En casi todas
las piezas existe una importante representación animal formada por reptiles, como cocodrilos u otro tipo de saurios, además de serpientes.
Fig.
6. Salero de la galería Estense de Módena.
Fig.
7. Pieza del Museo Nacional de Copenhague.
En el ejemplar de Bolonia reptan por la base cuadrúpedos que se enfrentan a serpientes que cuelgan del nudo, mientras que los humanos
están representados por mujeres, que apoyadas en la base se alternan con los animales,
y una en el remate de la
tapa, que cabalga sobre otro de esos cuadrúpedos
(fig.4). El otro ejemplar que
se decora con aristas helicoidales,
el del Museo de Viena (fig.5), también
posee figuras humanas y animales apoyadas sobre la base, mientras que la tapa lleva un personaje masculino sentado que fuma en una larga pipa, lo que hizo que durante algún tiempo se le identificara como pieza turca, y más adelante como
de influencia hindú7,
pero nada de ello parece probable.
En lo que respecta a las piezas de nudo calado, la más sencilla de la Galería Esténse, de Módena (fig.6), que no
lleva figuras humanas, sólo animales,
representados por unos cocodrilos y serpientes que reptan por sus pilares, unos papagayos que se intercalan entre ellos, y una figura problemática en la tapa, que se ha interpretado
como un hombre montado en un animal, pero del primero no
han quedado mas que lo que parecen ser los pies, la cabeza del animal, sin embargo, es
perfectamente visible. Mucho
más complicada iconográficamente es la pieza del
Museo Etnográfico de Roma. El nudo
calado, que se confunde con
el astil, está formado por los pilares arqueados correspondientes con animales reptantes, que se
alternan con figuras sentadas agarradas a los pilares.
De estas cuatro figuras, dos de ellas presentan caracteres europeos en el rostro, en la vestimenta y sobre todo en el sombrero. Pero la parte
más interesante es la cubierta de la tapa en la que un extraño guerrero sentado, con algún rasgo femenino, parece protagonizar una escena de ejecución. El personaje lleva pantalón corto, como los del basamento, amplio sombrero o casco con ala, una
espada en la mano derecha y
un escudo en la izquierda,
que parece sostener también una especie de serpiente.A su
lado otro personaje más pequeño,
arrodillado y con la cabeza agachada
parece estar esperando el golpe de gracia,
mientras que siete cabezas de indígenas se muestran delante de la figura principal.
Es una obra única, y quizá la más interesante de la serie.
Una pieza
con extraña tipología es un
salero del Museo Etnográfico
de Amberes, en el que la estructura queda enmascarada por las figuras que
lo integran (fig.8). Básicamente
se trata de dos recipientes
esféricos, que se abren, rodeados de figuras de bulto. En la parte
baja, y actuando como soporte se observan dos jinetes que con una
mano sujetan las riendas de
caballo, y en la otra llevan un fusil, mientras que a
sus pies aparecen otros personajes sentados, teniendo todos ellos armaduras y armas europeas de comienzos del siglo XVI. Otros dos personajes del mismo tipo, tallados
en relieve parecen sujetar la esfera superior, mientras que un caballo sin jinete
remata la pieza. Los temas puramente ornamentales como la cuadrícula oblicua que decora las
esferas, las armaduras y los
arreos de los caballos tienen el planismo
esquemático propio del arte
africano.
Fig. 8. Salero del Museo Etnográfico de Amberes.
No sabemos si este tipo
de copas con tapa o saleros
tuvieron alguna repercusión en Europa, aunque se conoce que alguna de las piezas
anteriormente mencionadas pertenecieron a coleccionistas
de los siglos XVI y XVII, y quizá ello
despertara la afición a esas copas de marfil,
pero ya realizadas
por artistas europeos. De hecho en
el Museo Nacional de Viena y en
el de Dresde8 se conservan
magníficas obras de este tipo, hechas
ya en el siglo XVII por artistas alemanes (fig.9).
Una obra
de marfil africana no relacionada con las tipologías anteriores, pero sí con elementos europeos es la máscara del Museo Metropolitano de Nueva York (fig.10), cuyas
dimensiones de casi 24 cmts. hacen pensar
que fue utilizada como gran pectoral por un rey de Benin
en la ceremonia de la muerte de su madre,
en la que posiblemente se representaban sus rasgos9.
La pieza en la se incluyen también materiales como el cobre y el hierro, lleva un collar y una diadema que
la que se alternan figuras de peces
y rostros barbados, que se
identificaban con los portugueses.
Aunque los cuernos de marfil tallados en relieve son bastante habituales en las culturas africanas, en casi
todos ellos se representan temas aborígenes, sin embargo en una colección de Los Ángeles se conserva uno procedente de Sierra Leona y fechado hacia el año 150010,
cuya decoración bastante diferente de la mayoría. Lleva bandas trasversales,
en las que se alternan los temas
africanos con los portugueses,
siendo quizá la pieza más característica
de esta mezcla de culturas (fig11). En la base un gran
escudo de Portugal se acompaña de una esfera armilar que sostiene un personaje femenino claramente europeo. Un trenzado los divide del
registro superior en el que
aparecen fauna y flora africanas,
mientras que el siguiente en altura contiene
una inscripción con caracteres
latinos de recuerdo gótico. Los dos registros superiores muestran escenas de caza con introducción de personajes africanos y europeos, y la parte superior es la boca de un
animal de la que sale una especie de flor, que es el lugar para soplar en este olifante
o cuerno de caza.
Fig. 9. Copas del Museo de Viena,
siglo XVII.
Fig. 10. Máscara del Museo
Metropolitano de Nueva York.
Fig. 11. Cuerno de
col. Privada de Los Ángeles.
El arte del bronce
tenía ya una amplia tradición antes del contacto con los europeos, y por ello las figuras humanas y animales son bastante abundantes, muchas de ellas
sin relación iconográfica alguna con los portugueses. Usaban la técnica de la fundición, y la aleación no era
exactamente la europea, pero sus pulidas o decoradas
superficies demuestran un gran conocimiento de esta técnica. En todo lo que era el antiguo Reino de Benin, y especialmente en Nigeria, Ghana y
Sierra Leona hallamos multitud de figurillas, especialmente de guerreros en los que no aparece ningún signo de la cultura europea, sin embargo, en algunas piezas
procedentes de la época del
comercio con Portugal, hallamos
elementos de tipo europeo, como hemos
visto en los marfiles.
En general en el reino de Benin había una gran tradición en el trabajo del bronce, tanto en las figuras de bulto, como en
los relieves, son famosas las placas de bronce que adornaban
los edificios reales de Benin, arrancadas y vendidas en Londres, de las que el Museo
Británico posee una buena colección, y el Museo de Lagos
otra, que ha ido comprando para intentar recuperar algo de su arte autóctono.También
poseen figuras de bulto, y de hecho hasta hace algunos años
se vendían como auténticas, por las calles de este país.
Los modelos representados muestran guerreros, a pie o a caballo, con
armaduras locales, pero también con elementos portugueses,
como cascos, escopetas, y por supuesto los caballos, pero
en algunos casos aparecen personajes sólo europeos, y en otros, los más interesantes, guerreros europeos y africanos perfectamente diferenciados por sus
vestimentas y también por sus rostros.
Una de las características
de los europeos, entre otras
cosas, era la barba, aunque no siempre se apreciaba tan claramente como en la cabeza de esteatita,
procedente de Sierra Leona, de la mencionada colección de Los Ángeles (fig.12),
que se sitúa antes de 155011. Los rasgos no son exactamente europeos, sino más bien africanos por sus gruesos labios y su nariz achatada,
así que en realidad no sabemos si es un retrato de un portugués o una máscara imitatoria.
Fig. 12. Cabeza de esteatita de
la colección anterior.
Resultan, sin embargo, más
interesantes las placas en relieve por presentar grupos y escenas, que nos dan más noticias
sobre todos los aspectos de su cultura. Estas placas parece que eran para recubrir columnas e edificios importantes, especialmente el palacio del Oba, o
rey, quedando en algunas las señales de los clavos que las sujetaban. Entre las placas que representan personajes autóctonos puede citarse la que muestra a tres sirvientes, del Museo de Lagos
(fig.13). En esta pieza, que se fecha a finales del
siglo XVI12, se representan tres personajes vestidos con un faldellín bordado, pulseras, collares y casquete, sosteniendo en la mano
derecha una bolsa. Todo el alto relieve
destaca sobre un fondo labrado con flores de cuatro pétalos sobre una superficie rugosa. Este tipo de placas abundan en el Museo de Lagos, y más aún en el Museo Británico. El investigador John
Hatch ha identificado varias
de estas placas, todas con tres figuras masculinas descalzas, vestidas con faldellín y casquete, y con otros instrumentos en las manos que confirman la condidión de sirvientes. Sus estudios han permitido
no sólo el conocimiento del
arte autóctono, sino también de la historia de los países que conformaron al antiguo reino de Benín.13
Algo distinta
por su contenido, pero no por su técnica, es la placa existente en el Museo Británico que representa un guerrero de Benín
con sus ayudantes o asistentes (fig.14). En la placa, con el mismo tipo de decoración
en el fondo que la
anterior, y con los bordes deteriorados,
se aprecian hasta ocho personajes, tres principales en el centro, y los otros de tamaño mucho más
pequeño, que podrían ser sirvientes o soldados, pues llevan los mismos casquetes que los criados de la figura anterior. Por el contrario
los personajes principales destacan por su tamaño, pero también
por sus vestimentas, en las
que pueden verse es mismo tipo de faldellín de los criados, pero su
condición de guerreros se muestra en sus armas, espada corta y ancha, y escudo, pero sobre todo en
sus cascos labrados, y el
de la figura central, mayor y destacada,
con una corona de salientes o pinchos,
que veremos en otras figuras de bulto, y que seguramente eran símbolo de realeza. Es también de destacar los amplios barbuquejos
o collares, especialmente el del jefe.
Fig. 13. Placa de bronce del Museo de Lagos.
Fig. 14. Placa de bronce del Museo Británico.
En
el mismo museo, y en la misma
línea está otro relieve que
presenta el interés de mostrar personajes
probablemente portugueses junto
con otros nativos. La figura central y de mayor tamaño lleva el mismo tipo de casco y barbuquejo, pero la vestimenta es más compleja pues lleva
todo el cuerpo, e incluso las piernas, recubiertas con elementos que parecen metálicos (fig.15). Las armas son escudo y lanza, mientras que la espada la lleva uno de los tres ayudantes que lo acompañan, que
por cierto va desnudo, lo que hace pensar que sea un esclavo. En la parte alta del relieve aparecen dos personajes de tamaño pequeño vestidos de una manera diferente, cascos con una especie de penacho, calzas o pantalones, chaquetas, y un cuerno de caza por el que soplan. Aunque se han identificado
con botellas de las que beben14,
esto no parece muy probable, ya que no tiene ningún sentido
en la escena. Estos personajes identificados como portugueses parecen participar
en una escena de caza, en la que aportan los cuernos, introducidos quizá por ellos para este uso, mientras
que el rey o jefe es el cazador.
Así pues, esta placa quizá
sea una de las que indican las buenas
relaciones entre portugueses
y africanos, ya que parecen participar de una manera conjunta en la caza, aunque
no sabemos si la caza se refería a animales o a personas, ya que los
portugueses llevan en la otra mano una especie de pulseras abiertas, que ellos llamaban “manillas”, y que debían ser una especie de esposas, que servían para sujetar a los esclavos.
Fig. 15. Placa de bronce del Museo Británico, con personajes europeos y africanos.
La
idea de la caza de esclavos
parece confirmarse en las placas de finales del siglo XVI o primera mitad del XVII, del Museo Británico,
que representan mercaderes europeos, vestidos con calzas, chaquetas
con faldellín, y cubiertos con altos sombreros (fig.16). Sus rostros, de aspecto adusto, son alargados y muestran barbas de distintos tamaños. En tres de las cuatro placas los personajes llevan manillas, y en dos de ellas también espada, de las de tipo europeo, es decir delgadas y largas. No sabemos, sin embargo, si estas imágenes
corresponden a portugueses,
ingleses u holandeses, ya que los segundos aparecieron en Benín a mediados del siglo XVI, y los terceros a
comienzos del XVII.
Claramente portugueses
deben ser los soldados con mosquetes que aparecen en una
caja de latón que representa
el palacio del Oba (fig.17). La caja tiene forma de casa con tejado a dos
aguas, que constituye la tapa.
Ésta tiene una especie de torreta en el centro a la que corona un
pájaro de alas desplegadas sostenido una serpiente. Estos
pájaros se repiten en el vértice del tejado, alternados con las figuras de los guerreros, que se hallan en actitud
de disparar. La representación
de pájaros y serpientes era
una tradición africana muy arraigada, pues los relatos de europeos hablan de esta representación animalística, hecho que hemos podido comprobar
en las piezas de marfil. En el caso
de esta caja en forma de casa, pájaros y serpientes,
elementos protectores de la realeza, se unen a los guerreros portugueses, que tenían también una misión protectora, ésta completamente real.
Fig. 16. Placa de bronce del Museo Británico con mercaderes europeos.
Fig. 17. Caja de latón que representa a un
palacio, con soldados europeos.
Las figuras
de bulto redondo son bastante abundantes, y al parecer se han seguido haciendo hasta nuestros días, siguiendo los modelos de los siglos
XVI y XVII, aunque en los casos de estas imitaciones, los artistas prefieren representar lo puramente autóctono, así que las imágenes donde aparece claramente
la mezcla de culturas no suelen copiarse. En el Museo de Lagos hay multitud
de figuras a pie y a caballo, vestidas
con trajes africanos, pero con escopetas, y a veces con cotas de malla, elementos
claramente europeos. En una pieza
de nuestra colección
(fig.18), procedente de Nigeria, de elaboración muy rústica, el guerrero lleva casco con formas puntiagudas y espada ancha como las de los relieves,
un amplio y alto collar que recuerda
al barbuquejo, y algo inidentificable en la otra mano. Aunque todos estos elementos
son claramente africanos, sin
embargo el vestido parece ser
una cota de malla, con estructura rómbica, y largo hasta
la rodilla. Por el contrario
otra pieza en busto, de la misma colección y origen (fig.19), con el mismo tipo de técnica, y los mismos rasgos faciales,
muestra una vestimenta completamente diferente, un alto
y curvo gorro decorado con aristas y botones, y un collar con colgantes
rematados en los mismos botones. Parece claro que esta segunda figura no muestra ninguna relación con la indumentaria europea del siglo XVI, sino que se trata de una vestimenta puramente local, y de hecho se hallan cabezas en bronce con el mismo tipo de gorro
fechadas en el siglo XIV, y por lo tanto anteriores al contacto europeo.
Fig. 18. Escultura de bronce nigeriana de col. Privada.
Fig. 19. Busto de bronce
nigeriano de col. privada.
De
entre los guerreros a caballo habría
que destacar el clasificado
como procedente de la cultura Bini, que lleva túnica hasta la rodilla, puñal al cinto, pulseras en tobillos
y muñecas, amplio cuello rígido y enorme corona-casco. El caballo que
parece más un asno, como casi
todos los representados en esta cultura,
lleva al parecer unas extrañas bridas
rígidas, que sostiene el jinete separadamente. La túnica labrada o bordada, guarda una cierta relación con la del guerrero de la figura dieciocho pero no el resto de la vestimenta. Lo más interesante, el gorro-corona, que
parece corresponder a un rey por su suntuosidad,
muy probablemente tenga influencia europea, ya que este tipo de corona no aparece en personajes
puramente africanos. Se compone de una forma troncocónica
que se ajusta a la cabeza, sobre
la que se levanta una verdadera
corona bulbosa rematada en una especie de ave, yendo toda ella labrada. Una fotografía
del último Oba de Benín tomada poco antes de 1969, es decir cuando ya
los países del Golfo eran repúblicas independientes, y el Oba era un cargo honorífico,
lo muestra con collares tan
amplios y elevados que recuerdan al barbuquejo, y un amplio gorro-corona bastante parecido al del guerrero a caballo, lo que muestra
que la tradición afro-europea,
o afro- portuguesa no se ha perdido.
1. Rumeu de Armas, A.: El tratado de Tordesillas. Rivalidad hispano-lusa por el dominio de
océanos y continentes, Madrid,
1992.
2.
Ryder, A.: Benin and de Europeans, 1485-1897, Bristol, 1969.
3.
Arte y cultura en torno
a 1492, Sevilla, 1992, págs. 314-315.
4.
Die
Domkammer der Kathedralkirche
St. Paulus in Münster, Münster,
1991, págs. 14
y 33.
5.
Ibidem,
págs.
16, 77 y 78.
6.
Ob.
Cit., págs.225 y 228.
7.
Ibidem,
pág. 228.
8. The Kunsthistorische Museum Viena,The Treasury and the Collection of sculpture and decorative arts, Londres, 1982, págs. 75 y 76, The Green Vault, Dresden, 1989, págs. 74 y 75.
9.
The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, 1985, pág. 408.
10.
Arte y cultura en torno
a 1492, pág.383.
11.
Arte y Cultura en torno
a 1992, pág.185.
12.
Ibidem,
pág. 322.
13.
Hatch, J.: Nigeria. A History,
Londres, 1971.
14.
Ryder, A.: Ob. Cit. , fig.1, pág. 244.