Rosa CARRASCO LIGARDA
Lima, Facultad de Teología Pontificia
Civil de Lima, 2016. 227 págs.
ISBN: 978-9972-620-21-8
El cuadrigentésimo aniversario de la preciosa muerte
de Isabel Flores de Oliva deja patente la trascendencia de su entrega. Su desposorio místico cambió tanto su
identidad como nuestro lugar en la creación: ella, desde entonces, se llamó
Rosa de Santa María y Lima, sinécdoque de América, se convirtió en el nuevo
vergel donde florecía la santidad del Nuevo Mundo.
Hoy, Santa Rosa de Lima, es parte
esencial de la identidad de los peruanos, del mismo modo que puebla el
imaginario de católicos del orbe entero. Su culto se extiende ahí donde la Orden de Predicadores ha portado la buena nueva
de su vida sagrada y donde
el arte ha plasmado las escenas de su tránsito
por la tierra.
La hagiografía, la literatura sacra y
las Bellas Artes nos han regalado, desde el siglo XVII, de Rosa hermosos
testimonios de su figura. La conocemos a través de prosa latina o romance, de
versos españoles, italianos, desde
los discretos colores de los lienzos, de la tinta de los grabados o de la fría
opacidad de los mármoles tanto como de la cálida textura de las tallas en
madera. Su iconografía desde esos
soportes clásicos se ha extendido hacia lenguajes y colores contemporáneos.
Sin embargo, el mundo interior de
Rosa de Santa María permanece ajeno a la mayoría de sus devotos. Este
desconocimiento de su idiosincrasia espiritual incluso les resulta esquivo a
los eruditos que han estudiado su culto y, desde
luego, las manifestaciones históricas de su persona. Hoy, sin embargo, luego de esta prolongada introducción, se
puede esgrimir el esforzado estudio de la doctora Rosa Carrasco Ligarda como ejemplo del interés académico
por el pensamiento santarrosino desde sus propios textos.
La doctora Carrasco, así, regala a la
comunidad de creyentes y estudiosos un libro que desde su título confronta al
lector con el vacío preexistente: Santa
Rosa de Lima. Escritos de la santa limeña.
El nombre de la patrona de América y Las Filipinas viene seguido de
una realidad que sorprenderá a muchos: la existencia de sus escritos
hológrafos, es decir, manuscritos de
la misma santa.
Esta
faceta, la de escritora, revela
la compleja dimensión
espiritual e intelectual de Rosa de Lima. Si bien sus escritos no son
comparables a la producción de doctoras de la Iglesia como Hildegarda von Bingen, Santa Catalina de
Siena o Santa Teresa de Ávila, sí
constituyen una muestra patente de su experiencia religiosa y de cómo expresó
ella misma su orientación espiritual.
Carrasco ofrece la primera edición filológica más completa de textos
atribuidos a la santa: Las mercedes
en la escala mística, Los vestidos
religiosos, sus Cartas y los Villancicos y otras composiciones poéticas. El volumen en cuestión ofrece a los lectores
transcripciones paleográficas de los manuscritos, sean hológrafos o de terceros,
debidamente acompañados de su explicación, que supone −en el caso
de Carrasco− no solo la cumplida contextualización del documento, sino
también su valoración estética y espiritual.
A cada obra o conjunto de las mismas les corresponde un capítulo. En esta
presentación, ordenaré los capítulos en dos duplos: Las mercedes en la escala mística y Los vestidos religiosos, seguidos de las Cartas y las composiciones poéticas de la santa.
La obra de Santa Rosa de Santa María,
gracias al trabajo de Carrasco, se presenta al lector del siglo XXI como un
tesoro que nos confirma aspectos fundamentales de la escritura femenina del
siglo XVII, pero que al mismo tiempo sorprende con su originalidad. Por un lado, se revela el carácter íntimo y
privado de los escritos santarrosinos, del mismo modo
que estos se insertan en un acto dialógico con el confesor.
La espiritualidad femenina, desde sus
inicios en cenobios primitivos como los de San Jerónimo, siempre ha estado
regulada por la figura masculina. Hay casos excepcionales como los de Christine
de Pisan, Isotta Nogarola y
Sor Juana Inés de la Cruz en los que la creatividad e inteligencia de las escritoras desbordaba y superaba a la de
sus coetáneos masculinos. Con ello, debemos comprender que Rosa de Santa María
escribió cumpliendo un acto de obediencia: respondía al pedido del confesor
quien buscaba examinar su desarrollo espiritual.
A diferencia de mujeres eruditas como
las antes señaladas, Rosa de Santa María poseía un caudal literario y teológico
limitado, pero no por ello menos fértil. Tanto
Las mercedes en la escala mística y Los vestidos religiosos muestran su original pensamiento y su
capacidad para expresar su originalidad más allá de las convenciones formales
de la época.
Rosa Carrasco ha explicado Las mercedes de la escala mística con
acertada precisión, del mismo modo que lo hicieron otros estudiosos: Getino, Rosenbrock, Mujica y
recientemente Báez Rivera en su edición
de los mismos. Sin embargo, esta nueva edición
enriquece al texto por la pertinencia de su contextualización.
Como bien apunta Carrasco, Las mercedes de la escala mística responden
al contexto de la confesión general a la que fue sometida Rosa de Santa María.
Los iconotextos y sus comentarios son el resultado de
un profundo trance de inspección por parte de los examinadores, pero también de
una introspección por parte de la santa, quien a lo largo de su vida se procuró
un método autodidacta de acercamiento a la divinidad.
Así, con esmerados comentarios
léxicos y simbólicos, Carrasco nos confirma el carácter anagógico de la
escritura santarrosina, es decir, tanto por el sentido místico de sus textos como por el
hecho de que estos revelan el enajenamiento de su alma. Sin embargo, a
diferencia de sus contemporáneas, Rosa de Santa María mostraba un especial
cuidado por los valores de lo que hoy se conoce como Ciudad Letrada. Tanto sus referentes bíblicos y clásicos
muestran el mismo cuidado que Carrasco ha encontrado en su caligrafía. Esta,
comparada con la de otras autodidactas, sorprende por su homogénea belleza.
La dimensión anagógica de los
escritos santarrosinos se confirma, pues, con Los vestidos
religiosos en el fascinante ámbito de lo cotidiano. En el siglo
XVII, las religiosas se consagraban sobre todo a las labores manuales. Sin embargo, debemos
comprender que la escritura es también una labor manual, como lo es el bordado.
Estos vestidos espirituales que Rosa
de Santa María dedica al Niño Jesús y a la Virgen
nos devuelven al ámbito primitivo de la textualidad. La palabra texto se origina en una metáfora textil,
pues textus en latín significa trama o tejido.
En su afán por
trascender hacia Dios desde lo cotidiano, compone unos vestidos −textos
en prosa− que en lugar de algodón o seda traen
plegarias. El 4 de octubre de
1616, Rosa de Santa María compuso un
vestido para el Niño Jesús “cuando nacía
desnudo y tiritando de frío”. “La
camisita ha de ser de cincuenta
letanías, y nueve mil rosarios de gracias a Dios y cinco días de ayunos, en
reverencia de su santísima encarnación. Los pañales
han de ser de nueve estaciones al santísimo
sacramento, y nueve partes del rosario y nueve
días de ayunos; en reverencia de los nueve meses que estuvo en las santísimas
entrañas de su purísima madre”.
Pero su deseo por expresar la
envolvente experiencia mística la llevó a dotar de profunda plasticidad a la
palabra. Si la Virgen y el Niño Jesús son entes presentes más allá de la carne,
lo propio en su visión anagógica de la realidad era vestirlos con verbos, con
palabras que al mismo tiempo reflejaban un conjunto de acciones purificadoras.
La segunda dupla, la de las Cartas y sus composiciones poéticas
muestra a los lectores y creyentes del siglo XXI la dimensión personal e
histórica de Rosa de Lima. Son tres las epístolas santarrosinas
conservadas y como lo explica Carrasco, dos de ellas son hológrafas, mientras
que la dirigida a María de Usátegui es una copia del
siglo XVII. En estos documentos, Rosa de Santa María confirma con su propia
mano la veracidad de la información consignada sobre su vida en el Primer proceso ordinario para su canonización, así como en
numerosas hagiografías.
Ella buscó ayudar a la fundación de
un monasterio dedicado a Santa Catalina de Siena, puesto que estaba
verdaderamente preocupada por la captación de vocaciones para la vida
religiosa. Así, Rosa se nos revela en una dimensión social que pocas veces se
recuerda, porque se la imagina inmersa en rezos y arrobos místicos. Sin embargo, la
proliferación de cenobios en la Lima del siglo XVII no facilitó sus esfuerzos,
pues las negaciones se amparaban en la crisis económica que muchos de estos recintos
atravesaban.
Las cartas restantes muestran a una
Rosa de Santa María inspirada en la figura de San Bartolomé y agradecida con su
benefactora, María de Usátegui tanto espiritual como
materialmente. A ella la llamó madre mi alma, en claro reconocimiento al empeño
que puso en cuidar su desarrollo espiritual. Pero, asimismo, le agradece “la limosna de anoche” que es una vasija
de plata con chocolate para reanimarla.
Finalmente, las composiciones
poéticas de Rosa de Santa María aludidas por Carrasco muestran la riqueza de la
cultura oral de la época. Como bien señala la editora, de ellas no quedan testimonios manuscritos, sino que
diversos testimonios de testigos o de cronistas y hagiógrafos refieren el
afecto que la santa tenía por composiciones poéticas, que ella misma entonaba.
El corpus que ella presenta, aun
cuando se trata de una reconstrucción, sirve para comprender su espiritualidad.
En muchas, se aprecia su predilección por la alegoría y los símbolos que
refuerzan una visión anagógica de su existencia, es decir, de aquella
proyección hacia lo alto desde lo bajo, de ese ascenso hacia las realidades
celestiales desde los indicios de la existencia mundana.
A los estudiosos de santa Rosa nos
queda agradecer la labor de la doctora Rosa Carrasco, quien obsequia un texto imprescindible tanto por la cuidada
entrega de los textos de la santa como por el comentario con que lo ilustra,
así como por las hermosas reproducciones de la iconografía santarrosina
que custodia el Museo Pedro de Osma.
El estudio de Carrasco, en última instancia, entrega un testimonio de vida y
devuelve la voz de nuestra santa peruana y americana que, con el paso de los
siglos, solo escuchábamos como un eco a través de comentaristas y de
comentaristas de comentaristas. Rosa de Lima
nos habla, nos interpela y es nuestro deber escucharla.
Elio Vélez Marquina
Universidad del Pacífico - Proyecto Estudios Indianos
atrio n.º 23 | 2017
ISSN: 0214-8293