David Dal Castello
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Universidad de Buenos Aires, Argentina
David Dal Castello / Matías Ruiz Diaz
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Dal Castello, David, y Matías Ruiz Diaz. “Estudio preliminar. Lugares para la muerte: el siglo XX como enfoque problemático.” En “Lugares para la muerte. Escenarios, prácticas y objetos urbanos en el siglo XX,” editado por David Dal Castello y Matías Ruiz Diaz, dossier monográfico, Atrio. Revista de Historia del Arte, no. 29 (2023): 275-283. https://doi.org/10.46661/atrio.9357.
© 2023 David Dal Castello y Matías Ruiz Diaz. Este es un texto de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0. International License (CC BY-NC-SA 4.0).
Este número monográfico estudia las relaciones entre muerte, ciudad, arquitectura y arte en el siglo XX; objeto y, a su vez, escenario para otras historias posibles. Tal recorte temporal busca enfrentar una vacancia historiográfica[1] que, no obstante, ha comenzado a ser tratada en los últimos años por algunas publicaciones especializadas, en donde se han ido descubriendo nuevas redes de relaciones, actores, escenarios, experiencias, formas de representación y objetos. En ese sentido, si bien la construcción del período “siglo XX” es aún incipiente, podríamos admitir que los desarrollos producidos al momento actual han permitido establecer nuevos diálogos, o, en ciertos casos, contrastar hipótesis, teorías y objetos, diferentes a los de aquellos períodos más abordados por la literatura específica –a saber, los siglos XVIII y XIX–, en donde el cementerio había alcanzado el status de objeto predilecto.
Luego de más de un siglo de producciones resulta indiscutible el hecho de que las Ciencias Sociales contribuyeron a fundar y establecer un complejo campo de los estudios funerarios. No ha sido semejante el desarrollo del campo desde la Historia del Arte, o, mucho menos desde la Teoría e Historia de la Ciudad y la Arquitectura. Entre los más conocidos manuales de Historia de la Arquitectura Antigua y Medieval, por ejemplo, el repertorio programático se ha ido construyendo alrededor de objetos como mausoleos, capillas, iglesias, tumbas, cenotafios, y otros monumentos, analizados, a menudo desde encuadres estilístico objetuales, y en buena medida disociados de sus contextos de producción, tanto como de los rituales que le otorgaban sentido[2].
El momento historiográfico decisivo ocurriría a finales del siglo XVIII, al instalarse un objeto que no ha perdido vigencia hasta el día de hoy: el “cementerio moderno”. Origen que desde la visión francesa de Philippe Ariès, ocurrió cuando las sepulturas ad sanctos y apud ecclesiam que ocupaban y protegían los centros urbanos fueron expulsadas extramuros por razones higiénicas: los grandes brotes epidémicos ocurridos en buena parte de Europa habían motivado la prohibición de sepulturas en iglesias y sus correspondientes camposantos, generando cementerios como modalidad de reemplazo. España no fue la excepción. Las Reales Cédulas que buscaban ordenar la salud urbana viajaron ultramar con el propósito de trasladar los resultados a las colonias americanas, aunque las condiciones culturales de recepción así como las características demográficas y geográficas eran diferentes, y, por lo tanto, las respuestas fueron diversas, y en ocasiones, extemporáneas.
Lo cierto es que en la intersección entre los brotes epidémicos y las teorías miasmáticas imperantes (a partir las cuales se creía que el aire era un potente vector de contagio) estaban los médicos, quienes hicieron uso de un inédito poder en la toma de decisiones y gestión de las ciudades. A partir de ese marco contextual se ha armado la hipótesis fundacional del cementerio moderno, extramuros. Hay que reconocer que como objeto urbano, y como objeto de estudio introdujo nuevos frentes problemáticos. Examinado desde una perspectiva general, puso en crisis la centralidad de la muerte en las ciudades, y, en efecto, los intercambios simbólicos entre los vivos y sus difuntos[3]. Desde una perspectiva representacional y sobre todo pedagógica, su emergencia resultaba oportuna para reforzar el espíritu cívico, hipótesis que por otra parte introduce Richard Etlin en el contexto de la Revolución Francesa[4]. Aunque bien vale aclarar que, en realidad, la construcción de los cementerios monumentales había sido una experiencia más bien global, en la que en ocasiones se buscaban efectos similares de relucir y fundar las ideas de nación y patria, pero también las de exaltar a otros grupos de élite. Más aún, algunos autores han sugerido la idea de que los cementerios sirvieron como laboratorio de experimentación y desarrollo de monumentos urbanos[5]. Un tercer frente problemático expone las tensiones disciplinares y bordes indeterminados entre las concepciones artísticas y arquitectónicas de las edificaciones funerarias. Este ha sido un aspecto más explotado hacia finales del siglo XIX pues coincidía con un momento crítico de delimitación entre campos de saberes y prácticas del hacer.
A partir de estas coordenadas es posible situar la construcción de un jóven campo de estudios funerarios centrado en el cementerio monumental (moderno) como emergencia posrevolucionaria, y producto de las visiones y acciones higienistas. Aunque, fuera de este relato central han quedado en sombra otros lugares que la muerte ocupó en las ciudades, ya sea materiales como inmateriales y sin los cuales resultaría difícil comprender en dimensión completa los despliegues de los rituales que los originaron. En ese sentido, no hay que perder de vista que los cementerios representan apenas un fragmento del tejido de prácticas y elaboraciones rituales, que en el mejor de los casos comenzaban en el lecho de muerte, continuaban en los espacios domésticos –y tiempo después en sitios especializados–, y ocupaban y resignifican diversos sectores urbanos[6].
Como ya hemos anticipado, los textos que integran este número monográfico emergen de un contexto de incipiente revisión historiográfica. Cada uno de ellos, con sus particulares planteos forma parte de esa nueva escena crítica, ya sea por adhesión o por rechazo. Intentaremos, por lo tanto, restituir el lugar de estas historias en este espacio común.
En principio, el pensamiento y desarrollo de los cementerios, así como los otros espacios urbanos en donde la muerte ocupaba un lugar significativo cambiaban con el inicio del nuevo siglo. Las ciudades crecían y los cementerios cambiaban de status extramuros a intramuros, absorbidos por la trama o algunas veces clausurados y convertidos en parques y plazas, mientras que otras veces se los ha admitido como elemento orgánico de las ciudades. Estos procesos de relocalización provocaron nuevos debates y argumentos acerca de cómo garantizar y administrar el limitado espacio físico disponible para sepulturas, pues la población de las ciudades aumentaba progresivamente, aunque en ciertas ciudades americanas este proceso ocurría de manera veloz, consecuencia de los grandes movimientos migratorios. Quedaban entonces dos caminos posibles: crear nuevos cementerios, o transformar los existentes. En cualquier caso, se abría una nueva oportunidad para pensar los cementerios, asunto que fue tomado en varias ocasiones por la matrícula profesional relacionada con el urbanismo y la arquitectura modernos, pues los programas funerarios no fueron parte de su agenda y por lo tanto, el campo funerario era un terreno en el cual aún no habían experimentado ni dejado su huella. El primer artículo de este Monográfico, La ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos: consideraciones geográficas sobre cementerios, transformaciones urbanas y políticas territoriales en la ciudad de Vitória, Espírito Santo, Brasil (1912-1989) de Paloma Barcelos Teixeira e Igor Martins Medeiros Robaina aborda este problema que fue común a varias ciudades latinoamericanas, desde un enfoque geográfico, y con un análisis interescalar en un interjuego con la cultura local. Del otro lado del Atlántico, en Arquitectura funeraria en Gijón: el cementerio municipal de Deva. Análisis de los planteamientos urbanísticos (1989-1999) de Sandra Sánchez García también resuenan aquellos procesos urbanos, y se advierte en cierto perfil del proyecto arquitectónico moderno. La autora ofrece un panorama de los albores del siglo XXI y, por lo tanto, restituye la pregunta por las experiencias de la modernidad en el último tramo de nuestro período de análisis. Dispuestos así, ambos textos muestran la complejidad y diversidad de un asunto que en principio podría parecer común, y abordado con respuestas más o menos análogas.
En términos generales estos desarrollos habían sido posibles gracias a dos factores históricos transversales. El primero de ellos es la institucionalización de los cementerios como objeto urbano, proceso iniciado en el siglo XIX a partir de reglamentos y otros instrumentos normativos, y la consecuente creación de burocracias estatales que buscaban ordenar y controlar la actividad y la expansión de los cementerios urbanos, como también desarrollar proyectos para su creación o reforma. A estas burocracias estatales se han ido incorporando nuevos cuerpos técnicos que, desde una visión racionalista y cientificista buscaban resolver los problemas urbanos de la muerte, es decir la falta de espacio físico, y la renovación de sus representaciones. El segundo factor decisivo fue la emergencia de las teorías bacteriológicas entrado el siglo XX, y el desuso de las concepciones miasmáticas, descubrimiento que permitió relativizar el grado de peligrosidad de los cementerios al interior de las ciudades y, por lo tanto, una eventual forma de convivencia.
Como producto de estas nuevas participaciones y visiones de ciudad se instala la idea de cementerio parque a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, una modalidad que no tiene que ver necesariamente con los cementerios parque privados que proliferaron a nivel internacional desde la década de 1990. Esa nueva tipología surgía como alternativa superadora del cementerio monumental decimonónico y, en gran medida, se convertía en un objeto que condensaba problemáticas contemporáneas. En primer término, el parque era una figura en donde se diluían las representaciones más instituidas de la muerte, por no decir que se las buscaba suprimir. Su emergencia no fue casual en un contexto cultural en el que crecían el rechazo y la negación social de la muerte. También el parque era un apropiado campo de disputa disciplinar pues permitiría reemplazar las representaciones arquitectónicas y artísticas clásicas, que por esos años eran vistas como terroríficas. Por último, vale destacar que el parque fue un escenario privilegiado en donde se dirimían las conocidas polémicas arquitectónicas entre “antiguos” y “modernos” desde la década de 1920. Y si bien la historiografía disciplinar ha reivindicado y creado una imagen cristalizada de cementerio bosque/parque a partir del proyecto de Gunar Asplund y Sigurd Lewerentz para Estocolmo, el texto de María Soledad Bustamante, Noelia Galván Desvaux, Marta Alonso Rodríguez y Raquel Álvarez Arce pone sobre relieve la existencia de experiencias alternativas y únicas en torno a la idea de cementerio parque, que no fueron necesariamente sucedáneas del proyecto escandinavo inaugurado en la segunda década del siglo XX. Manipular el suelo para llegar al cielo. Horacio Baliero y Carmen Córdova en el Cementerio de Mar del Plata (1961-1968) señala no solamente la emergencia del proyecto como objeto relativamente autónomo respecto del canon, sino como producto de los concursos públicos, en un entorno de burocracias estatales. Se trataba en este caso de una idea de cementerio parque inscripto en una tradición proyectual que articulaba el horticulturismo británico, las experiencias norteamericanas de rural cemeteries, y el paisajismo francés. Sin embargo, en un rastrillaje de experiencias seminales practicadas en el Cementerio de Chacarita, Buenos Aires, desde la década de 1930, es posible reconocer una sucesión de ideas ciertamente autónomas y propias de cementerio parque, comenzadas por las experiencias modernas del Ingeniero Alfredo Natale a partir de 1937, con sus proyectos de panteones subterráneos circulares, que marcan un inicio genealógico[7].
Con pretensiones democratizadoras, y ciertamente laicas, las arquitecturas modernas han formulado edificios funerarios que transformaron el paisaje de los cementerios y de las ciudades aunque permanece hasta la actualidad la pregunta por su pertinencia, no tanto del orden de lo racional, sino de lo representacional y simbólico. Con cierta ventaja crítica, hacia la década de 1970 el crítico español Oriol Bohigas ponía en entredicho los alcances de la ética racionalista basada en la forma y la función, es decir las capacidades de representación de esas nuevas arquitecturas[8]. En aquella línea de las experiencias modernizadoras europeas se inscribe el trabajo de Marta García Carbonero Carbonero, Memento mori. Espacio urbano y conmemoración funeraria en los cementerios de Willem Dudok, Jože Plečnik y Francisco Salamone para Hilversum, Liubliana y Azul en donde ejercita una triangulación de ideas y efectos entre las propuestas europeas y la obra de Francisco Salamone en la localidad de Azul, provincia de Buenos Aires. Por otra parte, la emergencia de la industria funeraria en el cambio de siglo ha tenido implicancias decisivas en la construcción de nuevos espacios arquitectónicos, y se ha desarrollado vertiginosamente en la segunda mitad del siglo XX renovando al mismo tiempo las ritualidades, a nivel global. El nacimiento del tanatorio. Industria y arquitectura funerarias en España (1950-2000) de David Dal Castello analiza la influencia del negocio funerario norteamericano, y los modos de recepción en la cultura española, a través de un programa arquitectónico novedoso que marcó la escisión de los velatorios respecto de los ambientes domésticos, y la introducción de nuevas modalidades de elaboración de la muerte, además de introducir una polémica disciplinar acerca del carácter arquitectónico que deben expresar estos edificios, presente hasta el día de hoy.
Si durante los siglos XVIII y XIX los grandes brotes epidémicos habían tenido un efecto directo en la creación de los cementerios extramuros, lo cual, por otra parte, obligó la imposición de nuevas regulaciones y la consecuente institucionalización de los cementerios, las catástrofes que inauguraron el siglo XX fueron de tipo bélico[9]. Y allí los términos de la muerte como los del duelo se redefinían, tal como lo captaba elocuentemente Sigmund Freud en su texto de 1915, Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, en donde especialmente enfatizaba el problema de la represión sociocultural ante la muerte[10]. La inquietante presencia de la muerte. Su representación en el arte uruguayo, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial de William Rey Ashfield y Daniela Kaplan Stein revisa los efectos de la Segunda Guerra Mundial por fuera del recorte geográfico más habitual, haciendo eco de las resonancias bélicas en Uruguay, y los modos en que se producían mutuamente imágenes y ciudad. Sin embargo las muertes violentas han sido un tópico que trascendió las dos grandes Guerras y los totalitarismos europeos. El arte interpela y hace lugar sobre el vacío provocado por la violencia urbana. Estos son algunos de los interrogantes que dan forma a Lugares de la muerte en la capital colombiana dentro del contexto de la violencia, siglos XX y XXI, de Sandra Patricia Bautista Santos. Las ciudades del siglo XX, más densas y complejas, han sido el lugar de tensión entre la modernización como valor indiscutible de progreso, y ciertos eventos trágicos (una seguidilla de totalitarismos en Latinoamérica, sumados a otros tipos de crímenes, organizados o no). La morada moderna y contemporánea de la memoria colectiva: memoriales en Europa, Latinoamérica y México, de Fabricio Lázaro Villaverde y Edith Cota Castillejos exponen aquellas relaciones no siempre felices entre modernidad, Estado y muerte, tomando como objeto de estudio los memoriales urbanos.
Cierra esta narración Arquitectura y muerte: dinámicas espaciales en el cementerio de Saldungaray, Provincia de Buenos Aires, Argentina, de Silvia Carlini Comerci y Bárbara Martínez que, en un intercambio entre presente y pasado propone un abordaje antropológico sobre las relaciones entre lo material, las prácticas y la memoria, demostrando así una dinámica activa y viva de las y los propios habitantes de Saldungaray en la producción de su historia.
Este estudio preliminar ha buscado ubicar algunos momentos y problemas, así como ofrecer un sentido narrativo posible a partir del conjunto de contribuciones que, con sus singularidades, abren la discusión sobre el lugar que nuestras ciudades hacen a la muerte y a nuestros muertos. Celebramos en ese conjunto el valor de la diversidad geográfica, de objetos y de posiciones narrativas. Se demuestra aquí, además, lo estimulante que puede resultar el hecho de que ciertas historias locales puedan ser narradas desde fuera: experiencias americanas narradas desde Europa, experiencias europeas narradas desde América. Lejos de agotar las lecturas, este trabajo colectivo busca mantener activa la reflexión crítica, pues, se trata de un problema que nos convoca como especialistas, tanto como ciudadanos, e intenta motivar el desarrollo de nuevas preguntas e hipótesis.
Actas del Encuentro internacional sobre los cementerios contemporáneos. Una arquitectura para la muerte. Sevilla: Consejería de Obras Públicas y Transportes. Dirección General de Arquitectura y Vivienda, 4-7 de junio de 1991.
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Belting, Hans. Antropología de la imagen. Madrid: Katz, 2012.
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Dal Castello, David. La ciudad circular. Espacios y territorios de la muerte en Buenos Aires, 1868-1903. Buenos Aires: Serie Tesis del IAA, 2017.
–––. “Muerte en el Parque. Cementerios de Buenos Aires (1935-1965).” Tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires, 2022.
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Gorelik, Adrián. La grilla y el parque: espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1998.
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[1] Si bien el campo de los estudios de la muerte adquirió relevancia a partir de textos como los de Geoffrey Gorer, Edgar Morin y Philippe Ariès entre las décadas de 1950 y 1970, el tema adquirió un tratamiento y relevancia específicos para nuestras áreas de interés con posterioridad. Encuentro internacional sobre los cementerios contemporáneos. Una arquitectura para la muerte (Sevilla: Consejería de Obras Públicas y Transportes. Dirección General de Arquitectura y Vivienda, 4-7 de junio de 1991) ha sido un evento de capital importancia. Si bien el campo ya estaba siendo estudiado, aquel Encuentro fue importante debido a la amplitud temática y de recortes que logró reunir. Coincidieron ponentes de diferentes latitudes y desde áreas como la Historia Social (Michel Vovelle y Julie Rugg), las Historias arquitectónica y urbana (Luis Fernando Galiano y Richard Etlin), entre otras. Hay que destacar que en la década de 1990 se producía también una revisión desde los estudios visuales, en donde la obra de Régis Debray, Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente (Buenos Aires: Paidós, 1994) marcó un corte decisivo, que trabajos posteriores como el de Hans Belting, Antropología de la imagen (Madrid: Katz, 2012) retomaron y ampliaron. Más recientemente se ha continuado aquella revisión crítica de los estudios más clásicos a través de nuevas prácticas culturales en torno a la muerte y sus espacios, en Marta García Carbonero, “Espacio, paisaje y rito: formas de sacralización del territorio en el cementerio europeo del siglo XX” (tesis doctoral, Universidad Politécnica de Madrid, 2011); Erin Marie Legacey, Making Space for the Dead: Catacombs, Cemeteries, and the Reimagining of Paris, 1780-1830 (Nueva York: Cornell University Press, 2019), https://doi.org/10.7591/9781501715617; David Dal Castello, La ciudad circular. Espacios y territorios de la muerte en Buenos Aires, 1868-1903 (Buenos Aires: Serie Tesis del IAA, 2017), o con objetos específicos como el cementerio parque público en tanto objeto del proyecto moderno David Dal Castello, “Muerte en el Parque. Cementerios de Buenos Aires (1935-1965)” (tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires, 2022).
[2] Tomemos como ejemplo dos obras fundantes clásicas como Banister Fletcher, A history of architecture on the comparative method (1896; London: B.T Batsford LTD, 1956), y Auguste Choisy, Historia de la Arquitectura (1899; Buenos Aires: Victor Leru, 1951).
[3] Jean Baudrillard, El intercambio simbólico y la muerte (1976; Caracas: Monte Ávila Editores, 1993).
[4] Richard Etlin, The architecture of death. The Transformation of the Cemetery in Eighteenth-Century Paris (Massachucets: MIT Press, 1984).
[5] Adrián Gorelik, La grilla y el parque: espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936 (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 1998), 210-20; Dal Castello, La ciudad circular.
[6] Para una ampliación de los escenarios domésticos y urbanos en donde la muerte ha ocupado un lugar protagónico ver, Hilda Zapico, “Una demostración pública de honor; fama y notabilidad en el Buenos Aires del siglo XVII: las honras fúnebres,” en Patrimonio cultural en cementerios y rituales de la muerte (Buenos Aires: Comisión para la preservación del patrimonio histórico cultural de la Ciudad de Buenos Aires, 2005), 2: 613-42; Bárbara Martínez, “Rituales de la muerte en el sector sur de los valles Calchaquíes,” en Etnografías de la muerte. Rituales, desapariciones, VIH/SIDA y resignificación de la vida, comp. C. Hidalgo (Buenos Aires: CLACSO- Ciccus-FFyL, 2010), 87-108; Dal Castello, La ciudad circular.
[7] Dal Castello, “Muerte en el Parque,” 193-326.
[8] Oriol Bohigas, “Los cementerios como catálogo de arquitectura,” Revista de Construcción Arquitectura y Urbanismo, no. 17 (1973): 56-65.
[9] Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX (1994; Buenos Aires: Grupo Editorial Planeta, 2005), 20-203.
[10] Sigmund Freud, “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte,” en Sigmund Freud Obras Completas (1915; Buenos Aires: Siglo XXI, 2012), 3: 2101-2117.