
David Cobos Sanchiz, Universidad Pablo de Olavide
¿Se imagina una herramienta educativa con la capacidad de reducir la pobreza infantil, fomentar hábitos saludables para toda la vida y mejorar la convivencia y la autonomía? Todo esto es lo que puede lograr un comedor escolar bien gestionado.
Recientemente ha sido aprobada en España una nueva normativa para la promoción de una alimentación saludable y sostenible en los centros educativos. El texto reconoce la relación entre los derechos del niño y las políticas de salud alimentaria, e impulsa un modelo escolar que garantiza entornos protectores y promotores de bienestar para todo el alumnado. ¿Cómo plantea hacerlo?
Límites en máquinas expendedoras
Para empezar, se establecen límites estrictos a las bebidas azucaradas y a los envases monodosis de azúcar, sal, aceite, vinagre y otras salsas, regulando sus contenidos máximos. También se prohíbe la venta de productos no saludables (ricos en grasas trans, azúcares añadidos o cafeína en máquinas expendedoras y cafeterías escolares.
Otra medida importante que recoge el texto es la priorización de alimentos frescos, locales y de temporada, como frutas, verduras, legumbres y cereales integrales. Esta no es solo una recomendación, sino una obligación legal. Así, los centros escolares están obligados a cumplir estos criterios nutricionales al elaborar los menús escolares, mientras que las comunidades autónomas deben supervisar y garantizar el cumplimiento a través de inspecciones y planes de control.
Un buen menú, según la ley
Los menús deben ser equilibrados, estar adaptados a la edad del alumnado y contar con la supervisión de profesionales en nutrición o dietética. De este modo, el comedor escolar deja de concebirse únicamente como un espacio logístico para la alimentación diaria y pasa a ser entendido como un instrumento educativo, social y de equidad.
El decreto busca prevenir la obesidad infantil, reducir las desigualdades sociales en el acceso a una nutrición adecuada y fomentar hábitos saludables desde edades tempranas. Se trata, por tanto, de una apuesta por una escuela comprometida con la salud pública y con el desarrollo integral de la infancia. Sin olvidar que establecer hábitos alimentarios saludables repercute directamente en la salud a lo largo de toda la vida, mejorando incluso el rendimiento académico y el bienestar emocional.
Hay que decir que se trata de una buena norma que viene a paliar un déficit legislativo que tenía España respecto a muchos otros países europeos. Sin ir más lejos, la prohibición de máquinas expendedoras de bebidas azucaradas en las escuelas comenzó en Francia hace dos décadas. En cuanto al Reino Unido, ya en 2015 estableció requisitos nutricionales para las comidas escolares, incluyendo la limitación de productos ultraprocesados y bebidas azucaradas.
Una visión avalada por la investigación científica
Muchos estudios, clásicos y recientes, han demostrado que las intervenciones que modifican el entorno del comedor, combinadas con acciones de formación y sensibilización, son eficaces para mejorar los hábitos alimentarios del alumnado. Distintas iniciativas han logrado aumentar el consumo de frutas y verduras, reducir la ingesta de bebidas azucaradas y reforzar la autoeficacia de los estudiantes a la hora de elegir alimentos saludables.
Además, la participación activa del alumnado en estas iniciativas –por ejemplo, mediante la organización de campañas, talleres o huertos escolares– refuerza el aprendizaje y lo convierte en una experiencia transformadora, logrando cambios profundos y sostenibles en las actitudes y comportamientos alimentarios.
El impacto de los menús
En el sentido contrario, también se ha demostrado que los entornos escolares que permiten el acceso libre a productos ultraprocesados, o que no cuidan la calidad de los menús, dificultan gravemente la promoción de hábitos saludables. La presencia de alimentos no nutritivos en las escuelas puede anular los efectos positivos de cualquier programa de educación alimentaria.
Por tanto, es clave entender el comedor escolar como un espacio con un enorme potencial pedagógico y social. Un comedor escolar bien gestionado alimenta pero también educa, cuida e incluye. No solo enseña a comer mejor, sino que puede convertirse en un escenario de aprendizajes interdisciplinarios y transversales, donde se refuercen áreas como las ciencias naturales, la ética, la economía o la ecología, a través de actividades participativas y experienciales. El comedor es también un espacio para transmitir valores y aprender a convivir, a respetar normas, a compartir y a cuidar de uno mismo y de los demás.
Repensar el comedor escolar con mirada pedagógica
Este enfoque holístico de la alimentación escolar promueve una visión más rica y transformadora del acto de comer. No solo como una necesidad fisiológica, sino como una práctica social, cultural, educativa y política. Las escuelas, al integrar este enfoque, forman ciudadanos más conscientes, autónomos y responsables.
Además de mejorar la calidad de la alimentación en la escuela, esta nueva mirada destaca el papel del comedor como un espacio educativo de primer orden, capaz de generar cambios reales y duraderos en la vida de los estudiantes. Promover hábitos saludables, garantizar entornos equitativos y formar en valores desde el comedor escolar es una obligación ética y pedagógica. Porque una escuela que alimenta bien es una escuela que educa mejor.
David Cobos Sanchiz, Profesor Titular Dpto. Educación y Psicología Social, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.