Según Pacheco los pintores perfectos eran aquellos que buscaban la innovación y el conocimiento, para los que poseer el título de maestro que concedía el gremio era una formalidad. Los demás ejercían a través de la copia, bien por falta de talento, bien por falta de interés. Entre estos últimos se encontraban los pintores de feria que vendían sus creaciones por las calles y en las gradas de la Catedral. La calle Feria era el lugar predilecto para ello, con el conocido mercado del jueves. Antes de recibir su primer aprendiz en 1646, Murillo pudo exhibir su obra en estos lugares para darse a conocer.

A partir de este momento recibió más aprendices, lo que indica el buen funcionamiento de su nuevo taller. Los mozos pasan a ser miembros del obrador donde aprendían el oficio. Al final del aprendizaje podían quedarse como oficiales en el taller o examinarse para ser maestros y ejercer por su cuenta.

Con la vuelta de Herrera a la ciudad, después de su paso por Italia y la Corte, nuevos conceptos artísticos llegaron. Supuso un cambio en el oficio y la consideración de la pintura como algo intelectual. Herrera y Murillo crearon una academia de dibujo para llevar hacia el campo intelectual su oficio. Se creó a modo de complemento de la formación de taller para poder aprender el dibujo al naturalSe instalaron en una esquina de la primera planta de la Casa Lonja de Mercaderes y su primera sesión fue en enero de 1660. Participaron maestros veteranos, otros más jóvenes, como Valdés, Matías de Arteaga, Sebastián Llanos y Valdés, Cornelio Schut…

A finales de 1662 Murillo dejaría la Academia para atender a su fuerte demanda, aunque no se desvincularía por completo, prueba de ello es el autorretrato que colgó en el cuarto de la Lonja.