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La fortificación en la Edad Media.

La guerra durante la Edad Media se caracteriza por el control del territorio, conseguido tras una victoria en campo abierto o tras la ocupación de una ciudad fortificada o un castillo.

El castillo era por tanto, considerado el instrumento militar más importante de este tiempo.

En los dos últimos casos, si las opciones de conquista al asalto no eran posibles o habían fracasado se procedía al establecimiento de un asedio, destinado a rendir la plaza por hambre.

Este tipo de guerra favoreció la aparición de una amplia gama de máquinas de asedio destinadas a destruir las defensas fortificadas, aunque también, algunas, servían para atacar al ejército asediador.

Los ingenios más utilizados fueron la catapulta, la ballesta o el trabuquete, diseñadas para lanzar grandes proyectiles de piedra. La torre de asedio y la escalera también fueron muy utilizadas durante la Edad Medía, especialmente cuando se planteaba un asalto masivo de infantería sobre las murallas enemigas. Estos ingenios militares incidieron en el tipo de arquitectura militar desarrollada durante la Edad Media, en la que predominan muros de gran altura reforzados con torres para impedir el bombardeo de las máquinas de asedio o su asalto mediante torres o escaleras.

Los castillos y las ciudades amuralladas estaban diseñadas para que un reducido grupo de defensores pudieran hacer frente a un ejército más numeroso. Para ello una fortificación debía disponer de suficiente agua y provisiones, máquinas defensivas y, también, contar con una arquitectura defensiva adecuada. En este sentido, el desarrollo de poliorcética de asedio fue contrarrestado gracias a la aparición de nuevos recursos arquitectónicos defensivos como torres, puentes levadizos, barbacanas, fosos o matacanes.