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Libros, librerías, cultura y sociedad

De Sevilla…

El cierre de las últimas librerías sevillanas y el destino que se les ha dado a los espacios desocupados me hace pensar en la fragilidad de nuestro tejido cultural, que se empobrece progresivamente. Preparo a propósito un trabajo sobre el papel jugado por estos espacios de cultura en la Transición española. A propósito de ello quiero recordar el comentario de Manuel Rivas, en respuesta a la pregunta ¿Cuándo se jodió la Transición?: “Cuando José Martínez, el editor de Ruedo Ibérico, que fue la bestia negra del franquismo, murió olvidado y abandonado”. (“Heroicas Librerías”. El Mundo, 08/12/2015).

La Librería Antonio Machado, clausurada en abril de 2004, fue uno de los espacios de referencia de la transición en Sevilla. José Antonio Sosa lamentaba la pérdida, en las páginas del rotativo El País («Cierre de la Librería Antonio Machado»; 30/03/2004). Por su parte, recordaba Santiago Belausteguigoitia (“Adiós a la catedral de la cultura”. El País, 28/03/2004), que cuando el escritor mexicano Carlos Fuentes visitaba la ciudad, tenía dos citas obligadas: “Vengo a dos catedrales: la catedral y la catedral de la cultura, que es la librería Antonio Machado”.

Escaparate de la librería Antonio Machado, hoy desaparecida. Rocío Ruz. ABCdesevilla, 14/11/2020)

Con la clausura de la librería Al-Andalus, en 2014, se perdió una librería muy valorada por el hecho de tener uno de los mejores fondos de filología clásica de España. Había sido fundada en 1967, llegando a ser, dada la cercanía a la Universidad, un “pequeño templo de la cultura” (L. Sánchez-Moliní. “Fin de una librería con 47 años de historia”. Diario de Sevilla, 11/04/2014).

Fin de una librería con 47 años de historia (Diario de Sevilla, 11/04/2014)

En el otro lado de la manzana se encontraba otro referente cultural del momento, Vitruvio, especializada en libros de arte y arquitectura, teniendo el establecimiento como valor añadido su propia configuración material. Era una librería diseñada con tanto gusto que había ingresado en las guías de arquitectura de la ciudad, como la que firmó Vázquez Consuegra.

Fachada de la Librería Vitruvio (http://www.chsarquitectos.com)

Esperanza Alcaide, fundadora de la Librería generalista El Gusanito Lector, ante la amenaza de cierre de su negocio, defendió su obra también como un lugar de cultura: “La librería ha sido un foco de animación cultural. Por aquí han crecido muchos niños, para mucha gente es como un refugio y perder eso me parecería terrible”. Añade: “Esta librería es un punto de encuentro con muchas actividades, clubes de lectura, firma de autores, conferencias, conciertos o performances. Estoy convencida de que la librería tiene una función social social importante. Sí puedes vivir de una cosa con una función social tan hermosa”. (Pedro Ybarra Bores. “Se traspasa el Gusanito Lector, la «única librería generalista de las Setas al Cementerio”. ABCdeSevilla, 23/02/2019).

Y como las arriba mencionadas, desaparecieron Vértice, Maimen, Giraldillo y un largo y doloroso etcétera. Ello sin adentrarnos en la bruma del recuerdo donde se desdibujan Pascual Lázaro, Eulogio de las Eras o Sanz. Este proceso no es privativo de Sevilla. En marzo de 2015, también desde uno de los periódicos nacionales se llamaba la atención sobre esta tendencia generalizada en el conjunto del país: “Dos librerías se cierran cada día en España” (Winston Manrique Sabogal en El País, 04/03/2015): “Murieron 912 y nacieron 226. Esas cifras marcan el declive del ciclo de vida de las librerías en España: cada día se cierran 2,5 de estos espacios, sobre todo pequeños. Y cuando son más los que mueren que los que nacen… el futuro se acorta.”

Se me dirá que en los tiempos de las nuevas tecnologías y la venta por internet, esta queja no deja de ser un planto nostálgico. Es así. Pero no se olvide algo: las librerías han sido mucho más que espacios de mercadeo de papel escrito. Y a ello vamos a dedicar una serie de actividades próximamente.

Y del librero que marchó antes de cerrar su librería…

El 30 de marzo de 2019 estaba agendada la clausura de El Libro Técnico, en Algeciras. Concluía con ello cuarenta años de convivencia de la librería con la ciudad. Un tiempo en el que su propietario, Carlos Prieto Bravo, había trabajado denodadamente por sostenerla como referente de la cultura local. Más que un negocio, un espacio de encuentro. Y con su invencible actitud logró que así fuera, llegando incluso a tener un tenderete en la calle, para acercarse a sus lectores, y que personalmente atendía a diario. Una actitud heroica, en un tiempo en que las librerías han sido desplazadas por los escaparates de sobremesa.

Finalmente, el día señalado para poner el broche a tan mítica historia, Carlos no estuvo presente: falleció en la madrugada, como temiendo dar fin a la vida de su librería, a la que tan fuertemente había amarrado la suya. Una dramática historia de amor que concluye con la desaparición de ambos, el librero y la librería.

Un año después ambos siguen en nuestra memoria. Y de igual manera queremos traerlos juntos a nuestro hogar. Un homenaje que haremos con palabras de Quino López, las que vertió en EuropaSur el mismo día 30, dedicado a “El librero que reinó en la calle Convento”. Sigue a continuación:

Carlos Prieto Bravo, en sus dominios (Europasur, 30/III/2019)

Las librerías no se abren, se fundan como las grandes instituciones, los países y las religiones. Algeciras tenía una que ejercía de templo del papel en los tiempos de Amazon desde un callejón semioculto en la calle Convento. Ni las grandes superficies ni la venta por internet consiguieron jamás doblegarla. En ella dirá la historia de la ciudad que reinaba Carlos Prieto Bravo, un linarense al que Juan Antonio Vallejo Nájera nombró «el premio Planeta de los libreros«. Este fin de semana, este comerciante de libros vocacional erigido en referente de la cultura algecireña, tenía decidido echar el candado. Antes, de madrugada, se ha marchado él. Descanse en paz, Carlos Prieto, los hijos de El Libro Técnico te saludan.   

“Llegué aquí el año 71, para hacer la mili; me maravilló la ciudad, sus gentes, e intuí el gran futuro que tenía, hoy ya realidad, así que cuando me licencié, decidí quedarme a trabajar la venta de libros”, le contó allá por 2002 a Paco Prieto-Poza en un artículo publicado en Europa Sur, el periódico donde durante años instituyó una guía de novedades que deja para la hemeroteca un sinfín de reseñas. 

“Vender libros es algo más que una simple profesión”, decía Carlos Prieto, que conoció todas las caras de la moneda. Al principio se dedicaba a recorrer las calles con un catálogo bajo el brazo buscando a quien descubrirle la obra que necesitaba leer y no lo sabía. Eran, afirmaba, tiempos difíciles en los que no se podía perder una venta. Tanto es así que una vez, según narró, fue capaz de ir andando a San Roque para cumplir con un cliente cuando no tenía una peseta para el autobús.

Tras varios años de autónomo, en 1973 la librería técnica Gustavo Gili lo contrató como fijo. Seis años después, ya con menos apuros económicos, fundó El Libro Técnico. «Al principio era un cuchitril con sólo 17 metros cuadrados, por el que pagaba de alquiler 15.000 pesetas al mes. Lo compré en el 82 y amplié, adquiriendo el local anexo, tres años después. Hoy los 17 metros cuadrados del primer establecimiento han pasado a 300″, detallaba. Carlos Prieto tuvo siempre claro lo que quería y eso le llevó a «arriesgar mucho a base de hipotecas. Siempre he tenido gran confianza en mis posibilidades y me lancé al todo o nada. Tuve suerte. En diez años liquidé trampas por un valor superior a los 16 millones de pesetas», le contó a Pakopi. 

Carlos Prieto fue un leal instigador de las ferias del libro. Pudo participar en un centenar. Su actitividad sirvió para alumbrar a un gran número de lectores en una ciudad acostumbrada a verle en los últimos años con su tenderete en la calle Convento, a pie de acera, en busca de amantes de los libros como él a los que guiaba al interior de su establecimiento para atraparlos para siempre. Para que ya no se fueran nunca. 

En 1988 creó la editorial Cuadernos del Al-Andalus, con los escritores Antonio Holgado, Domingo Faílde y el poeta Manolo Naranjo de asesores, sin recibir ni un céntimo de subvención oficial. Publicó Patente de Corso, de Faílde, Bambú, de Juanjo Téllez; Relatos Heterodoxos, de Juan M. Borrero; Corsos y Corsarios del Estrecho, de Mario Ocaña, y muchos más. 

La librería albergó durante muchos años una tertulia imposible en la que podía debatirse de cualquier tema. Pero él siempre acababa fuera, serio, frente al tenderete con una cuidada selección de ejemplares que pudiera llamar la atención de cualquier lector. Aquella mesa es tan Algeciras como el reloj de La Palma, el gol de Periquito en Vallejo o el traje y la corbata de Miguelín en Las Ventas. “Libros y calle son mis íntimos amigos, con ellos disfruto y en ella me buscan. Soy feliz ofreciéndolos, porque el libro es cultura y la cultura es vida”. Queda dicho. Hasta siempre, librero.

Y al fin, concluyo mi homenaje a estos espacio de luz con un fragmento del Poema de los dones, de Borges:

“Nadie rebaje a lágrima o reproche

Esta declaración de la maestría

De Dios, que con magnífica ironía

Me dio a la vez libros y la noche.”

F. Quiles.