Formación Permanente

UNIVERSIDAD PABLO DE OLAVIDE

La inflamación crónica puede manifestarse en fatiga, cambios de ánimo, ansiedad o problemas de memoria

La inflamación es un proceso biológico clave en la respuesta inmunitaria y, al mismo tiempo, un concepto que ha sido simplificado y, a menudo, malinterpretado en el ámbito de la salud y la nutrición. En los últimos años, han surgido numerosas teorías que responsabilizan a la inflamación de una gran cantidad de enfermedades y la asocian erróneamente con ciertos alimentos.

“La inflamación es una respuesta natural del cuerpo ante algo que puede dañarlo o amenazarlo. Es, en esencia, una señal de alarma interna que se activa ante infecciones, heridas o cualquier sustancia percibida como peligrosa, activando el sistema inmune para iniciar el proceso de reparación. Su función primordial es, por tanto, la protección del organismo”, asegura Griselda Herrero, profesora del Área de Nutrición y Bromatología de la Universidad Pablo de Olavide y directora de Norte Salud Nutrición.

Herrero ha hecho estas declaraciones en el marco del curso de verano de la Universidad Pablo de Olavide que se celebra esta semana en Carmona bajo su dirección y con el epígrafe ‘Inflamación y salud: del mito a la evidencia’.

Las señales de un proceso inflamatorio varían según sea agudo o crónico. En una inflamación aguda, los síntomas son localizados y evidentes: enrojecimiento, hinchazón, calor, dolor y dificultad para mover la zona afectada. Sin embargo, cuando la inflamación se vuelve crónica, es decir, cuando la respuesta inmunitaria se mantiene activa sin una amenaza clara, los signos son más generales y difusos: cansancio, dolor corporal, problemas digestivos o incluso fiebre leve. “Es como si el cuerpo estuviera en modo alerta todo el tiempo, incluso sin una amenaza clara”, explica Herrero.

La Neurofisiología juega un papel crucial en este escenario. La inflamación puede afectar al sistema nervioso central y la salud cerebral, manifestándose en fatiga, cambios de ánimo, ansiedad o problemas de memoria. Pero la conexión es bidireccional: “El estrés, la ansiedad, la depresión, el aislamiento social, traumas o trastornos mentales pueden activar respuestas inflamatorias en el cuerpo”, señala Griselda Herrero. Se establece así un ciclo donde cuerpo y mente se influyen mutuamente, poniendo de manifiesto la complejidad de la salud integral.

El estrés crónico es un modulador significativo de la respuesta inflamatoria. Cuando el cuerpo se encuentra en un estado de alerta constante debido al estrés, libera hormonas como el cortisol. Aunque a corto plazo el cortisol puede reducir la inflamación, su exposición prolongada provoca una desensibilización, llevando a una respuesta inflamatoria descontrolada. Esto incrementa el riesgo de enfermedades como la depresión, problemas cardíacos o trastornos autoinmunes. “En resumen, el estrés crónico produce un desequilibrio en el sistema y puede llegar a causar inflamación persistente”, afirma Herrero.

En el ámbito de la nutrición, la directora del curso pone el foco en la necesidad de una perspectiva basada en la evidencia. Si bien existe una relación entre la dieta y la inflamación, es simplista asociar directamente ciertos alimentos con la producción de inflamación. La experta subraya la importancia del contexto y los factores ambientales. De forma genérica, patrones dietéticos ricos en frutas, verduras, pescado, aceite de oliva, frutos secos y cereales integrales pueden tener un efecto antiinflamatorio. Sin embargo, advierte sobre el error común de confundir hinchazón con inflamación, lo que puede llevar a recomendaciones dietéticas erróneas. “La dieta influye en cómo el cuerpo regula el equilibrio entre defensa y daño, a través del intestino, los radicales libres y el sistema inmune”, explica.

La microbiota intestinal (anteriormente conocida como flora intestinal) emerge como un elemento fundamental en la regulación de los procesos inflamatorios. Una microbiota sana contribuye al equilibrio del sistema inmunológico y a la producción de sustancias antiinflamatorias como los ácidos grasos de cadena corta, que fortalecen la barrera intestinal y evitan la entrada de toxinas al cuerpo. Por el contrario, un desequilibrio en la microbiota debilita esta barrera, permitiendo que sustancias inflamatorias entren al torrente sanguíneo y generen una respuesta inmune crónica. “Una microbiota equilibrada actúa como una barrera natural de la inflamación, mientras que una alterada puede ser un disparador de inflamación sistémica”, sentencia la directora de Norte Salud Nutrición

Herrero desmiente la idea de “alimentos antiinflamatorios” aislados. Aunque algunos alimentos contengan compuestos con propiedades antiinflamatorias, la evidencia científica respalda un enfoque mucho más amplio: patrones dietéticos y estilos de vida antiinflamatorios. “Lo que realmente marca la diferencia es el conjunto de hábitos: alimentación equilibrada, actividad física, buen descanso, manejo del estrés y evitar tóxicos como el tabaco”, resume Griselda Herrero, insistiendo en que “no hay un alimento mágico, sino el equilibrio y la constancia del estilo de vida lo que regula la inflamación”.

La inflamación puede manifestarse en patologías que no se perciben comúnmente como inflamatorias. La directora del curso menciona el cáncer, donde la inflamación crónica favorece la proliferación celular; las enfermedades autoinmunes, donde el cuerpo ataca sus propios tejidos o la depresión, en la que se han encontrado marcadores inflamatorios elevados. En estos casos, la inflamación puede estar dañando órganos o sistemas sin que se noten los signos típicos.

La inflamación crónica también influye significativamente en el peso corporal y la acumulación de grasa. Puede alterar el metabolismo, el procesamiento de la insulina y la regulación del apetito, conduciendo a modificaciones en el peso y la distribución de la grasa. Además, el malestar físico y emocional asociado a la inflamación puede afectar negativamente a la percepción corporal, generando baja autoestima o insatisfacción. Por otro lado, la percepción corporal negativa y el sufrimiento emocional pueden activar el estrés crónico, desencadenando respuestas inflamatorias. “Sentirse mal con el cuerpo puede empeorar la inflamación, y la inflamación puede hacer que nos sintamos peor, creando un círculo difícil de romper”, explica esta especialista, resumiendo que “la inflamación no solo influye en el cuerpo por dentro, sino también en cómo lo percibimos y nos relacionamos con él”.

Por otro lado, Griselda Herrero aborda el papel de la inflamación en el proceso de envejecimiento, lo que se conoce como inflammaging. Se trata de una inflamación de bajo grado, constante y a menudo imperceptible, que con el tiempo daña células y tejidos. Estudios científicos sugieren que esta ‘inflamación silenciosa’ podría acelerar el envejecimiento celular, contribuir al desarrollo de enfermedades como diabetes, Alzheimer o arteriosclerosis, y reducir la capacidad de regeneración del cuerpo. No obstante, la profesora recalca que el envejecimiento es un proceso complejo influenciado por múltiples factores, no solo la inflamación.

Para finalizar, Griselda Herrero hace un llamado a la responsabilidad y la cautela en el abordaje de la inflamación. “La inflamación es un concepto que se ha puesto de moda en los últimos años. Y esto es peligroso porque podemos estar haciendo recomendaciones equivocadas o sesgadas”, advierte. Como profesional sanitaria, su principal objetivo es “no confundir, no alarmar y no culpabilizar”. La salud es un concepto complejo que no responde a un único factor. Eliminar alimentos “proinflamatorios” sin considerar otros aspectos que influyen en la inflamación es un error. Por ello, insta a escuchar, analizar, explorar y evaluar cada caso de forma personalizada, actuando siempre con “ciencia y evidencia; sin juicio ni culpa”.