El Libro y La Reforma

La Reforma y el libro en Sevilla

Natalia Maillard Álvarez, Universidad Pablo de Olavide

La invención de la imprenta de caracteres móviles a mediados del siglo XV trajo consigo una verdadera revolución de los medios de producción de libros y otros textos menores (folletos, carteles, etc.) en Europa. La imprenta permitía copiar textos idénticos en una cantidad y a una velocidad inimaginables en la época precedente. Por eso, una vez que se inició la Reforma, tanto las distintas confesiones protestantes como la iglesia católica hicieron un uso intensivo de la imprenta, inundando el mercado con sus propias obras, al mismo tiempo que procuraban prohibir y destruir las del bando contrario. La historia del libro religioso europeo en el siglo XVI es una historia de exaltación y represión a un tiempo.

 


En el caso de Castilla, los primeros pasos hacia el control de los libros fueron dados por los Reyes Católicos, aunque su intención en ese momento era garantizar la calidad de los textos impresos, más que vigilar su contenido. En esos primeros años, además, las competencias de la Inquisición en cuanto a libros se refiere no estaban bien definidas. El control de la producción y circulación de libros se fue estrechándo conforme el miedo a la herejía protestante aumentaba en la Península. Así, en 1521 Adriano de Utrech, inquisidor general, prohibía la entrada y venta de libros de Lutero en España. Los esfuerzos del Santo Oficio y de la Corona por mantener a España aislada de las nuevas corrientes religiosas no dieron fruto en un principio y sabemos que las obras del teólogo alemán circulaban sin mucha dificultad.

Las Ordenanzas del Consejo de 1554 centralizaron por primera vez en el Consejo Real la concesión de las licencias que los libros debían obligatoriamente obtener antes de ser impresos en Castilla, aunque la medida no fue realmente efectiva hasta la publicación de la Pragmática Real de 1558, que definiría el sistema de censura previa en Castilla y América hasta el siglo XVIII. Por otro lado, el control de los libros que ya estaban en circulación recaería en manos de la Inquisición, que utilizaría como guía los Índices de libros prohibidos. Precisamente en 1559 se publicaba, bajo los auspicios del inquisidor Valdés, arzobispo de Sevilla, el primer índice compuesto por el Santo Oficio español.

Muchas ediciones sevillanas se vieron afectadas por el Índice de 1559. Sevilla había sido, precisamente, uno de los principales centros de producción de libros impresos en España. Los primeros talleres de imprenta llegaron muy pronto a la ciudad: los socios Antonio Martínez, Bartolomé Segura y Alfonso del Puerto fueron los primeros tipógrafos que, con seguridad, trabajaron en ella, iniciando su labor al menos en 1477. Pese a esto, las primeras décadas de la imprenta sevillana van a estar marcadas, al igual que en otras muchas ciudades, por la importancia de los tipógrafos extranjeros. De todos ellos, los que alcanzaron mayor renombre internacional fueron los Cromberger, dinastía iniciada por el alemán Jacobo Cromberger, quien llegó a Sevilla a fines del siglo XV. Gracias a su buen oficio y a sus sabias decisiones (como casarse con la viuda de su antiguo empleador y así heredar su taller de imprenta), pronto se hizo un lugar destacado en la vida de la ciudad. Su hijo Juan prosigió el oficio familiar con mayor fortuna aún: su taller no solo fue el más importante de Sevilla (y quizás de toda España), sino que también tiene el honor de haber enviado a la ciudad de México la primera imprenta que funcionó en tierras americanas.

 

En los talleres sevillanos se imprimirán las obras de algunos de los miembros del círculo heterodoxo, en los años previos a su desmantelamiento por el Santo Oficio. Así, los Cromberger sacaron a la luz dos ediciones de la Suma de doctrina cristiana (1543 y 1544) de Constantino de la Fuente. La misma obra fue impresa también en Sevilla por Juan de León y Cristóbal Álvarez (1545 y 1551 respectivamente).

Conforme el miedo a la infiltración protestante aumentaba, los libros se situaban cada vez más en el punto de mira de las autoridades, deseosas de mantener la ortodoxia a toda costa. Por este motivo, en 1552 la Inquisición sevillana ordenaba requisar las biblias impresas en el extranjero. Entre los dueños de éstas, aparecen algunos de los personajes que en los años siguientes serían acusados de luteranismo.

La lectura estaba, de hecho, en el centro de las actividades desarrolladas por los conventículos heterodoxos de la ciudad. Los libros que alimentaban el espíritu de estos hombres y mujeres sevillanos se intercambiaban y se leían, muchas veces en común, teniendo cuidado de no delatar al grupo. La biblioteca del canónigo Constantino de la Fuente fue, sin duda, una de las mayores de la ciudad, y al parecer incluía una sección secreta, donde se custodiaban (fuera de su casa) los libros prohibidos. Existía en la ciudad una red de recepción y distribución de libros prohibidos, e incluso debieron funcionar una o varias prensas clandestinas, donde más que libros puedieron imprimirse coplas y panfletos de sabor luterano.

El clima de sospecha en torno al libro y la imprenta se fue incrementando progresivamente hasta que en 1557 Julián Hernández, conocido como Julianillo por su corta estatura, fue capturado por introducir en la ciudad los libros prohibidos, con la intención de que
“los que los recibiesen conosciesen por ellos el derecho camino para la salvación de sus ánimas y tanbién para guiar a las personas que se quisiesen yr Alemania para biuir con los lutheranos, a los quales él tenía por christianos” (Archivo Histórico Nacional, Inquisición. Leg. 2492, nº 117)

Julianillo, acusado de ser hereje pertinaz, apóstata y luterano, acabó, como tantos otros en aquellos duros años, ardiendo en la hoguera. El miedo y la desconfianza encontraron un terreno abonado, poniendo de manifiesto la necesidad de extremar las medidas de control. El mismo destino que Julianillo corrió Luis de Abrego, escritor de libros de iglesia, “natural de niebla, vecino de Sevilla, por luterano, quemado, y recevtador de munchos libros eréticos e defendidos, que enseñaba las erejías luteranas, y porque en su casa se hizieron conbentíqulos, deribada la casa y senbrada de sal” (British Library, Mss. Add. 21.447. fol. 93-94). Por su parte, el responsable de enviar los libros a Julián Hernández, el doctor Juan Pérez de Pineda, antiguo rector del Colegio de la Doctrina y huido de Sevilla años atrás, fue relajado en estatua, por ser, según los inquisidores “conponedor de libros herecticos falsos y prohibidos y distribuidor dellos” (Archivo Histórico Nacional, Inquisición. Lib. 2075-I, nº 1).

Resulta curioso que, pese a la vinculación de algunos impresores con los posteriormente condenados, muy pocos de ellos sufrieron los rigores de la Inquisición. El más destacado entre los tipógrafos perseguidos por el Santo Oficio fue Gaspar Zapata. Su breve labor como impresor se desarrolló en la primera mitad del siglo, pero no sabemos que la Inquisición se interesase por él en esas fechas. En 1559, estando al servicio del marqués de Tarifa, los inquisidores intentaron atraparle en Barcelona, pero consiguió escapar, por lo que hubieron de conformarse con quemar su efigie. Sobre los motivos por los que se perseguía a Gaspar Zapata, en una información custodiada en la Real Academia de la Historia se dice que pertenecía al círculo de Constantino y que había impreso en su casa libros con sus errores, aunque desconocemos qué impresiones fueron esas, pues desde 1544 no conocemos ningún trabajo tipográfico a su cargo. Si Zapata imprimió libros prohibidos puede que lo hiciera con anterioridad a estas fechas. ¿Estuvieron los libros heréticos circulando todo ese tiempo por Sevilla entre los conventículos de supuestos reformados en los que la lectura tuvo un papel central? ¿Fue su propia imprenta un foco de disidencia religiosa?

Peor suerte que Zapata corrió su antiguo empleado, el clérigo y componedor de imprenta Sebastián Martínez, quien en 1562 fue relajado en persona acusado de ser “hereje lutherano dogmatizador y fautor de herejes” y que “conpuso y escriuió e ynprimió y echó número de papeles y coplas heréticas y detestables en Seuilla y en Toledo y en otras partes”, se le condenaba también a confiscación de bienes (AHN, Inquisición. Lib. 2075-I. nº 2).

Los libreros e impresores de la ciudad debieron verse muy afectados por el creciente clima de sospecha. Además los años centrales del siglo XVI coincidieron con una profunda crisis en la industria tipográfica sevillana: al incremento de la represión, se unió la la inflación de los precios provocada por la Carrera de Indias y la competencia de las grandes compañías editoras extranjeras, sobre todo venecianas y lyonesas, que se estaban haciendo hueco en el mercado español y americano. La ciudad vio disminuir el número de talleres de imprenta y se volvió más dependiente de la importación para nutrir sus bibliotecas. Quizás por todos estos condicionantes, muchos profesionales del libro prefirieron colaborar con las autoridades, antes que ayudar a difundir las nuevas ideas.

Desde el exilio, varios heterodoxos sevillanos hicieron un profuso uso de la imprenta para dar a conocer sus ideas, ya abiertamente protestantes. Su labor fue tanto de traducción como de creación. De esta forma aparecieron en castellano versiones de la Biblia y de obras de reformadores europeos, como la Imagen del Antichristo de Ochino, traducida por Juan Pérez de Pineda. Pero entre las obras más famosas de los expatriados sevillanos posiblemente se encuentren las Artes de la Inquisición española, obra publicada bajo pseudónimo y en latín, donde se detallan las visicitudes de la Reforma en Sevilla y el trágico destino de la mayoría de sus partidarios.

Bibliografía:

Carmen Álvarez Márquez, La impresión y el comercio de libros en Sevilla. Siglo XVI (Sevilla, 2007)
Clive Griffin, Oficiales de imprenta, herejía e Inquisición en la España del siglo XVI (Madrid, 2009)
Jesús Martínez de Bujanda, El índice de libros prohibidos y expurgados de la Inquisición española. 1551-1819 (Madrid, 2016)
Jaime Moll, “Gaspar Zapata, impresor sevillano condenado por la Inquisición en 1562”, en Pliegos de Bibliofilia, nº 7 (1999). pp. 5-10

La Reforma en Sevilla: Reflexiones sobre un fenómeno olvidado