La Reforma
Natalia Maillard Álvarez, Universidad Pablo de Olavide
La Reforma protestante, de cuyo inicio se acaban de cumplir ahora 500 años, no fue, en absoluto, un movimiento uniforme. Tradicionalmente se ha considerado que su origen estuvo en las 95 tesis contra las indulgencias que Martín Lutero, un monje agustino de Sajonia, habría colocado en la puerta de la iglesia de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. Pero los motivos que desencadenaron un verdadero terremoto en Europa occidental, el cual culminaría en pocas décadas con la fractura definitiva de la cristiandad latina, no deben buscarse solo en esa fecha concreta, sino que hunden sus raíces mucho tiempo atrás.
En los últimos siglos de la Edad Media la idea de reformar profundamente la Iglesia fue tomando cuerpo en una Europa obsesionada con el pecado y la salvación. El crecimiento de las órdenes mendicantes es un buen reflejo de estos fenómenos, como también lo son los movimientos heréticos protagonizados por John Wycliffe en Inglaterra y Jan Huss en Bohemia, o las encendidas prédicas del monje Girolamo Savonarola en el norte de Italia, que acabaron con él en la hoguera.
El regreso del Papado a Roma tras un largo periodo en Aviñón y el fin del Cisma de Occidente (1417) permitió a los pontífices consolidar su poder; pero, cada vez más atrapados por los asuntos políticos italianos, no fueron capaces de orientar el cambio que la Iglesia parecía necesitar y con frecuencia dejaron de lado los problemas espirituales. Al mismo tiempo, los príncipes europeos, que habían visto incrementarse su poder y capacidad de acción, reclamaban también la reforma de la Iglesia, siempre y cuando pudieran ponerla bajo su amparo y control.
Por último, la imprenta, inventada precisamente en tierras alemanas a mitad del siglo XV, estaba lo suficientemente desarrollada y extendida por Europa a principios de la centuria siguiente como para garantizar la distribución de los textos reformistas a una velocidad antes inimaginable. Esto fue, precisamente, lo que ocurrió con las 95 tesis de Lutero: traducidas inmediatamente al alemán, miles de ejemplares impresos se distribuyeron por Centroeuropa, causando un profundo impacto.
El texto que Lutero dió a la luz en 1517 no pretendía la ruptura con la Iglesia de Roma ni con el Papa, pero la ola desatada a raiz de su extraordinaria difusión precipitó los acontecimientos. Al año siguiente Lutero fue acusado de herejía, a lo que respondió solicitando un concilio general, al mismo tiempo que se iba alejándo cada vez más de Roma y desarrollando su propia doctrina teológica. En el verano de 1520 el Papa, mediante la bula Exsurge Domine, condenó las tesis de Lutero, quien veía también como sus obras eran quemadas en varias ciudades. En respuesta, Lutero quemó públicamente la bula papal, abriendo así una confrontación total con la iglesia romana.
Mientras el papa excomulgaba a Lutero en 1521, éste empezaba a sumar adhesiones masivas en Alemania. En el éxito de Lutero fue clave el apoyo de varios príncipes alemanes, para quienes la Reforma no solo respondía a sus inquietudes religiosas, sino que también les permitía reforzar su poder político. Paralelamente, surgieron movimientos más radicales, a los que Lutero, esencialmente conservador en lo social y lo político, se opondrá con fervor.
Los esfuerzos del emperador Carlos V por evitar la ruptura de la Iglesia y contener la expansión del luteranismo fueron infructuosos: en la Dieta de Ausgburgo (1555) se reconoció finalmente la capacidad de cada príncipe del Imperio alemán para decidir sobre la religión de sus súbditos.
La teología de Lutero va a girar en torno a dos ideas fundamentales: la justificación por la fe (los hombres no se salvan gracias a las buenas obras, sino a la fe) y el sacerdocio universal: la Iglesia no puede monopolizar la interpretación de las Escrituras, puesto que no hay diferencias entre cristianos. Esto llevará a Lutero a traducir la Biblia al alemán, con la intención de que sea accesible a todos los creyentes, si bien el desarrollo de movimientos más radicales le llevará a rechazar la lectura directa de las Escrituras por parte de todos los fieles.
Las confesiones surgidas al calor del movimiento que iniciara Lutero serán muy distintas entre sí, pero manteniendo una serie de rasgos comunes: el rechazo de la jerarquía eclesiástica medieval, y en especial de la autoridad del Papa; una visión más bien pesimista de la humanidad y de la capacidad del hombre para salvarse; una vuelta hacia la austeridad en cuanto a rituales se refiere. Todas estas características las encontramos, por ejemplo, en movimiento iniciado por el francés Jean Calvin o Calvino.
Los escritos de Lutero circularon muy pronto por Francia, donde existía un gran deseo de renovación religiosa. Durante sus años de formación, Calvino entró en contacto con círculos evangélicos y en 1533 se vio forzado a abandonar París debido a sus simpatías con la Reforma. Un año después consumaba su ruptura con Roma e iniciaba su carrera como uno de los principales reformadores europeos. La gran obra de Calvino, La institución de la religión cristiana, se publica el latín en 1536 y en francés en 1541.
Para Calvino, la Biblia es el único fundamento de la verdad y de la vida cristiana. En su teología el libre albedrío no tiene cabida, puesto que la mano de Dios está presente en todas las acciones humanas, y es Dios quien elige a aquellos predestinados a salvarse. Estos elegidos forman la iglesia invisible, que solo Dios conoce, mientras que la iglesia visible está compuesta por las comunidades locales de fieles. La ruptura de Calvino con la organización y jerarquía eclesiástica católica es más radical aún que la de Lutero.
Calvino va a poder materializar sus ideas en la ciudad suiza de Ginebra, donde se impondrá un régimen político-religioso basado en la austeridad y una moral estricta que toda la población estaba obligada a seguir. Con Calvino, Ginebra se convirtió en un centro de formación de pastores dispuestos a difundir la nueva religión, pero también en un foco de atracción para refugiados religiosos de toda Europa. En ella acabaron, por ejemplo, muchos de los heterodoxos que tuvieron que huir de Sevilla en el siglo XVI, así como numerosos franceses que huían de las guerras civiles entre calvinistas y católicos.
Mientras la reforma se extendía por el centro y el norte de Europa, los Países Bajos y las islas Británicas, la iglesia católica organizaba su respuesta a través de un concilio general, celebrado en Trento entre 1545 y 1563. Allí se definirían la doctrina y la liturgia destinada a los territorios católicos, aunque su aplicación a nivel local no siempre fue fácil. La historiografía tradicional habla de Contrarreforma para referirise a la reacción católica contra la Reforma protestante, sin embargo, hoy se prefiere hablar de reforma católica, o incluso de un movimiento de reforma general que englobaría a todas las confesiones salidas a partir del siglo XVI de la antigua Cristiandad latina. En países como España, Portugal o Italia fue esta reforma católica la que se impuso, al igual que en amplios territorios de América, Asia y África.
La división de la Cristiandad latina no fue una mera cuestión teológica o retórica. Por el contrario, trajo duros enfrentamientos y cruentas guerras al suelo europeo. Las tensiones entre los distintos grupos religiosos fueron motivo de conflictos bélicos como la Guerra de los Campesinos en Alemania (1524-1525), las Guerras de Religión que asolaron Francia (1562-1598) o la Guerra de Flandes (1568-1648). Todos estos enfrentamientos tuvieron su epílogo en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), con la que el conflicto se extendió a prácticamente a todo el continente. Tras el tratado de Westfalia que le puso fin, Europa no volvería a ser la misma.
Bibliografía
EGIDO, Teófanes (1991): Las claves de la Reforma y la Contrarreforma: 1517-1648, Barcelona: Planeta
HSIA, R. Po-chia (2004): A Companion to the Reformation World, Oxford: Blackwell
LUTZ, Heinrich (2009): Reforma y Contrarreforma, Madrid: Alianza
VV.AA. (2015): The Oxford Handbook of Early Modern European History, 1350-1750, Oxford: University Press