¡Hola colorás y coloraos!
Hay gestos que recordaremos eternamente. Una mano con anillos marcando el ritmo en la mesa, el sonido de los casetes en la cocina o la paciencia utilizada para enseñar a marcar el compás con palmas. Así era ella, sin focos, sin ruido, con una fuerza que resuena todavía en todos aquellos que la conocieron. Esa era la realidad, una persona que hizo vida con su manera de ser.
La figura de Esperanza, una mujer como tantas otras que habitó entre los márgenes del mundo artístico y su centro. Fue madre, maestra, abuela, bailaora, hermana y amiga, transmitía discretamente la herencia de nuestra cultura, esa que no aparece en los libros de texto.
He tenido la suerte de hablar con ciertos familiares y amigas de Esperanza, a los que realicé entrevistas con distintas preguntas para poder plasmar en este artículo las dimensiones de la personalidad de esta fantástica mujer a la que yo misma tuve la suerte de conocer, y mostraros la importancia que su forma de ser tuvo en la cultura y la vida de quien la rodeaba.
En esas conversaciones, uno de sus nietos, Carlos, me decía: “Ya desde muy pequeña era muy curiosa, y estaba muy interesada en el flamenco, sus hermanas también bailaban. Era de Sevilla, y me acuerdo de que me contaba que cerca de la Alameda había una academia, y por el hueco de debajo de la puerta miraba a ver qué hacían las bailaoras para, más tarde, practicar los movimientos que había visto.” Desde esos años de su infancia, el flamenco que, posteriormente formaría parte natural de su vida, despertó en ella una curiosidad y un deseo por aprender inagotable que la empujaba a mirar debajo de la puerta para aprender, aunque fuera de forma autodidacta.
No solo su familia la recuerda con pasión por el flamenco, una de sus alumnas y amigas, Pilar, recuerda las conversaciones que tuvieron al respecto de cómo aprendió Esperanza: “A ella le encantaba desde muy pequeña, se iba a las clases de Enrique el Cojo a ver cómo daba las clases y posteriormente se apuntó a ellas. Fue el primero que le enseñó”
Ese deseo y curiosidad que fue transmitiendo a otros como nos sigue contando Carlos a través de la música: “La música era diferente, siempre estaba sonando en su casa, ya sea en vinilo, casetes o CD. Al menos conmigo, le gustaba enseñarme canciones y letras de artistas que ella escuchaba, ya sea Lola y Manuel, Machín o Alberto Cortez, y contarme historias de ellos. Para ella, la música que escuchaba hablaba de la vida y de sentimientos, y ella recordaba sus experiencias a través de esas canciones.”
El arte, la música y los recuerdos van de la mano al conocer a personas como ella, no fue algo pasajero ni superficial y quienes la conocieron tienen recuerdos de ella hablando de su época artística sobre los escenarios, aunque fue corta, fue muy intensa. Carlos nos relata como Esperanza bailó tres días seguidos para el rey de Marruecos, primero para los invitados, luego para sus amigos y, finalmente, para la familia. También nos dice que recuerda las palabras que utilizaba su abuela al referirse a aquella época: “Fueron los años más bonitos de mi vida y disfruté como nunca”. Acompañada por su madre y moviéndose de un sitio a otro con los trajes al hombro, ella conoció el “mundillo” artístico en el que profesionalmente se encontraba y fue capaz de separar el “artisteo” y el tonteo que lo acompaña, finalizando así su carrera a una edad temprana para dedicarse a otro pilar fundamental en su vida, la familia.
La pasión por este arte no era solamente de Esperanza, sus hermanos tenían el mismo afán por el flamenco y también se dedicaban a ello. El arte se puede ver como algo muy bonito, y aunque lo es, muchas veces pasa de forma desapercibida el hecho de que para poder vivir de él hay que trabajar mucho. La relación entre nuestra protagonista y el flamenco era primordialmente profesional, en su vida personal no escuchaba mucho flamenco en casa y su pasión era más bien bailarlo, y esto lo hizo durante su juventud en su mayoría.
Como maestra, según cuenta Pilar: “le apasionaba su trabajo, tenía mucha paciencia y machacaba mucho en la repetición de explicaciones para que se les quedara grabado y repetían pasos hasta saberlos para pasar al siguiente. Por ejemplo, a la hora de enseñar las sevillanas, la práctica era primero con sevillanas lentas y progresivamente iban subiendo de velocidad conforme dominaban los pasos. Recuerdo el golpeo suave de sus manos con sus anillos en la mesa, o las palmas sordas, enumerando el ritmo y marcando el compás de la música.”
Una de las enseñanzas que Esperanza les dejaba a sus alumnas era que debían saber confiar en ellas mismas y que se podía hasta llegar a educar el oído, siendo así más que una profesora de flamenco. Era profesora, pero sus enseñanzas iban más allá de la sala de baile.
Ella valoraba mucho la dimensión personal de cada uno y con sus valores por bandera se movía sin querer llamar la atención, una mujer que desde las sombras hizo mucho por todos aquellos que la rodeaban, ya fuera en la comunidad, en su familia o incluso amigos.
Su nieto Álvaro contará la dimensión de Esperanza como persona humana, alejada del mundo flamenco, pero con una fuerte conexión hacia él. Los valores que le transmitió a su familia, incluyendo a sus nietos, han sido el respeto, el cariño, la discreción y la alegría.
“Siempre recuerdo que desde que éramos pequeños nos enseñaba a ser más ordenados, a ver y transmitir respeto a lo ajeno, la discreción a lo largo de su vida, el cariño que ponía a todo lo que hacía cada vez que íbamos a verla. Sin embargo, mi abuela ha dejado mucha huella, tanto en sus familiares como en la vida artística, siempre marcando sus valores y principios, que han sido transmitidos a quienes le preceden. A mí especialmente me insistió mucho en el tema de la realidad, me decía que tenía que ser realista, tanto en lo ajeno como conmigo mismo, como recuerdo siempre me decía: “esa es la realidad” o para complementar sus argumentos “¿sabes lo que te digo?”. La perseverancia y la confianza formaban parte de su día a día y siempre me transmitió esa creencia de que todo pasa por algo y que debía confiar, todo esto son pequeños detalles que significan bastante para la familia.”
Carlos nos comenta que su abuela valoraba mucho el trabajo duro y la honestidad y que trataba de transmitir que, si se quiere algo, hay que ser consciente de que si se quiere algo hay que luchar por ello, que nada se regala ni nadie te va a venir a buscar.
Esperanza solía repetir algunas frases ya mencionadas como “¿sabes qué te digo?”, “esa es la realidad” y “Madre del amor hermoso”, no hay persona cercana que le conociera que no haya escuchado estas palabras con las que tanto sentimiento expresaba, frases que a simple vista pueden ser simples coletillas, pero a través de ellas expresaba sus valores, los apoyaba o simplemente comentaba sobre ellos.
Sus familiares y conocidos pueden hablarnos de la huella que dejó Esperanza en la vida y en la sociedad que la rodeaba, para su nieto Carlos es: “el amor a la música que ella escuchaba, en el momento en el que se grabaron aquellas canciones. Ella solía ser reconocida por la calle por gente de su quinta que la conocieron como bailaora de la Algeciras de la época.”. Este gusto por la música no apareció sin más, pues una de las costumbres de ella era tenerla siempre puesta. Durante una temporada revisó toda su música, aunque posteriormente no fuera capaz de disfrutarlo de la misma forma en la que lo hacía debido a las circunstancias del momento.
Pilar nos cuenta que ella ayudaba mucho a los demás sin querer llamar la atención, dedicando tiempo y esfuerzo, queriendo pasar desapercibida y que sus clases de sevillana no eran simplemente enseñar pasos, sino que conforme más mayores se iban haciendo las alumnas había explicaciones de artistas y de eventos dentro del mundo del flamenco, además de que el caso particular de Pilar que pasó de ser su alumna que la conoció cuando tenía 10 años a ser una amiga íntima tanto de ella como de su familia.
Por último, Álvaro, aun estando a 1040 kilómetros de Cádiz, pudo conocer gracias a su abuela muchas cosas sobre el arte andaluz, ya que ella lo vivió en la familia. Les enseñaba distintos pasos de flamenco, a tocar las palmas y las castañuelas, cosas que, sin ella, nos confiesa Álvaro que no habría llegado a conocer bien y que gracias a ella sabe que formó parte de la vida de sus antepasados. “Hoy en día siento que Andalucía me corre por las venas, y cada vez que voy a Sevilla tengo una sensación maravillosa, ya sea viendo a la gente en la calle bailar o en el Tablao de mis tíos, donde se guardan tantos recuerdos de mi abuela y sus hermanos en él, ya que muestra cómo vivían el flamenco en sus vidas.”
Según su nieto, ella no tenía ninguna preferencia respecto a la forma en la que se le recordase, siempre ha sido una artista muy discreta, con mucho amor al arte, pero si tuviera que elegir considera que ella elegiría que se quedaran con el amor transmitido a su familia y sus amigos. Era una mujer que tenía su propio carácter, siendo una bellísima persona con un montón de virtudes que buscaba lo mejor para los suyos, tratándoles con un cariño admirable.
Personas como Esperanza dejan herencia, tanto emocional, a todos aquellos que la conocieron como cultural, siendo ella auténtica transmisora de cultura por haber sido profesora y bailaora, gracias a ella sus nietos tienen gran unidad a la cultura andaluza y ahora su testimonio nos sirve para ver que personas como ella son quienes mantienen la cultura andaluza tan viva, incluso a 1040 km de distancia.