La voz en el verso: Un diálogo entre la técnica, la emoción y la esencia del arte escénico

Eugenio-Jimenez_Roberto-Quintana

La sede Olavide en Carmona acoge la celebración de la tercera edición del curso ‘La interpretación del verso escénico y poético. La voz hablada, la voz cantada’

La sede Olavide en Carmona – Rectora Rosario Valpuesta, en el marco de la 23ª edición de sus Cursos de Verano, ha puesto el foco en la riqueza y complejidad de la interpretación vocal con la celebración del curso “La interpretación del verso escénico y poético. La voz hablada, la voz cantada. 3ª edición”. En una entrevista, Eugenio Jiménez, graduado en el Instituto de Teatro de Sevilla y licenciado en Arte Dramático por la Escuela Superior de Sevilla, y Roberto Quintana, reconocido actor de teatro, cine, televisión y radio, catedrático emérito de Interpretación y creador del Centro Andaluz de Teatro, han desgranado las claves de este arte milenario.

Para Eugenio Jiménez, la interpretación del verso trasciende el mero acto de hablar. Es un acto de comunicación profundo, una habilidad para “contar, saber decir, proyectar una voz, manejar la música de la prosa y el verso, en tragedia o comedia”. El objetivo último es conmover al público y alcanzar la catarsis, ese efecto purificador que los griegos ya reconocían. Lograrlo exige una técnica vocal rigurosa, que permite al intérprete maximizar su rendimiento con el mínimo esfuerzo, protegiendo al mismo tiempo sus cuerdas vocales. “El sonido debe expandirse por la sala, transformarse. Debe tocar los oídos de los espectadores, hacerse sólido”, explica Jiménez, destacando la necesidad de un proceso consciente y disciplinado. La voz teatral se nutre de la impostación y el conocimiento profundo del aparato fonador, permitiendo que la música, los acentos, la elocuencia y la frescura broten con facilidad.

La relación entre la voz hablada y la voz cantada es, para Jiménez, simbiótica y fundamental. Aunque el instrumento vocal sea el mismo para comer o respirar, su uso para hablar o cantar requiere la creación de “espacios en la boca que un ‘no profesional’ difícilmente imagina”. La técnica del canto se convierte en una herramienta ejemplar para el intérprete, ya que nutre la voz hablada, permitiéndole elongar, ensanchar y apoyar el sonido. Este trasvase es crucial para “una adecuación justa de nuestro timbre, ampliándolo y ajustándolo sin pervertir su belleza”. La melodía y la armonía, elementos esenciales en la música, influyen directamente en la interpretación del texto cantado, dándole contenido emocional y estructura. Jiménez enfatiza que estas deben potenciar el significado de las palabras, clarificándolas y haciéndolas inteligibles sin que la inserción de las palabras altere la articulación o la dicción.

El impacto de la interpretación vocal en la percepción del público es innegable. Jiménez subraya la importancia de la “armonía corpórea”, donde el cuerpo asume la propuesta escénica, creando la ilusión de que todo ocurre por primera vez. La voz, en este contexto, es el “colofón, el resultado palpable de un cuerpo coherente”. La técnica vocal, entonces, no es solo un mecanismo, sino el sistema y el instrumento que permite al intérprete hacerse sentir y, por ende, emocionar. En un teatro sin amplificación, la preparación y afinación vocal son tan vitales como en una orquesta.

Finalmente, el docente reflexiona sobre el poder perdurable de la voz interpretada en un mundo dominado por la imagen. Para él, el teatro es una experiencia que “satisface necesidades humanas profundas a nivel emocional, cultural, social e intelectual”, fomentando el pensamiento crítico y una conexión humana que otros medios no pueden replicar. El intérprete, como “servidor de un autor y un texto”, tiene la misión de desvelar las palabras y, al hacerlo, permitir que la emoción brote en el espectador cuando el complejo código del arte se transmite con maestría.

Por su parte, Roberto Quintana aporta una perspectiva contundente sobre la interpretación del verso, situando al texto como el epicentro absoluto del trabajo actoral. Su enfoque desafía la concepción tradicional de la emoción en la escena, afirmando que esta debe apartarse del tablero”, ya que “es una muy mala consejera y, por definición, enemiga acérrima de la palabra”. Quintana argumenta que la emoción del actor es irrelevante para el espectador, cuyo interés radica en el personaje y no en la persona que lo encarna. “Viene a ver a Pedro Crespo no a su amigo”, sentencia, ilustrando la distinción entre el intérprete y el personaje. Todo el material necesario para construir el personaje se encuentra en la tipología, estructura, estilo y composición del texto, así como en el bagaje de conocimientos del actor.

El trabajo del intérprete, según Quintana, es un análisis profundo del texto que lo libera de la memorización. “No hay peor actor que el que recita de memoria los textos de sus personajes”, afirma. Este análisis debe extenderse a la totalidad del texto, incluyendo no solo las palabras propias, sino también las de los demás personajes y, crucialmente, los silencios, a los que denomina “palabras que no suenan”. Roberto critica la tendencia de algunos intérpretes a movimientos excesivos e innecesarios, que dispersan la atención del espectador y alejan la “percepción textual”. Para él, el campo de acción del actor es “siempre el texto y su contrapartida, el espectador”, quien es el verdadero protagonista y “el albañil que construye ese alcalde”. La verdad escénica nace en el espectador, mientras que el intérprete se mueve en el terreno de lo “verosímil”.

El mayor desafío en la interpretación del verso, según Quintana, radica en la ausencia de escuelas de interpretación versal en España, lo que ha conducido a un empobrecimiento y a “aberraciones” como la creencia de que el verso debe sonar a prosa. Aunque la rima es un elemento, advierte que su sobrevaloración puede anular otros factores cruciales.

Finalmente, Roberto Quintana aborda la persistencia del poder de la voz y la palabra interpretada en un mundo de inmediatez. En su opinión, la predilección por lo simple y “rápido” en la sociedad actual pone en peligro la abstracción y la capacidad de la palabra para generar reflexiones complejas. Lamenta el deterioro colosal del idioma español-castellano, citando como ejemplo la tendencia a eliminar el modo imperativo o el uso caprichoso de los acentos. Este empobrecimiento lingüístico, advierte, “está en grave peligro de quedar para guetos y minorías”, amenazando así el poder de transformación y conmoción que la palabra interpretada ha tenido históricamente.

El curso ‘La interpretación del verso escénico y poético. La voz hablada, la voz cantada’, impartido por Eugenio Jiménez y Roberto Quintana, se consolida así como un pilar fundamental en la formación de nuevas generaciones de intérpretes, ofreciendo herramientas técnicas y conceptuales esenciales para abordar la riqueza y la complejidad del verso con maestría y verdad.

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