¿Cómo pasa una persona de tener una vida normal a convertirse en un yihadista? La periodista Alexandra Gil, especialista en radicalización violenta, lo tiene claro. A su juicio, el momento vital en el que los individuos son reclutados “no está nunca exento de fragilidad (mental, moral, afectiva), lo cual hace de ellos blancos fáciles para procesar la propaganda y terminar justificando la violencia como vía para lograr los objetivos de ideología en cuestión”, asegura.
Gil ha pronunciado esta tarde la conferencia ‘Radicalización en prisiones y retornados: el caso francés’ dentro del Curso Internacional sobre Terrorismo Yihadista, cuya decimocuarta edición se celebra hasta mañana en el Hotel Alcázar de la Reina de Carmona bajo el epígrafe ‘Potenciadores e inhibidores de la amenaza’. El seminario está dirigido por el doctor Manuel Ricardo Torres Soriano, profesor del Departamento de Derecho Público del Área de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Pablo de Olavide, y se desarrolla dentro de la programación de los XVII Cursos de Verano de la UPO en Carmona.
Alexandra Gil asegura que los casos de radicalización que ha estudiado muestran factores comunes, tales como la edad de los reclutados (en torno a los 27-28 años) o la búsqueda de una identidad y de un proyecto vital. “Esta suele ser la clave a través de la cual la propaganda sectaria logra adaptar su discurso ofreciendo al individuo un itinerario de vida y una ideología por la que arriesgarla, un discurso basado en la obligación moral de actuar en defensa de su comunidad”.
Para la autora del libro ‘En el vientre de la yihad’, los procesos de radicalización pueden seguir ritmos diversos en función de factores como la existencia de “catalizadores de la violencia, entornos hostiles o trayectorias caóticas”, que hacen que el individuo rompa con un “patrón de comportamiento estable” y normalice la violencia “como medio para alcanzar un fin ideológico”, afirma. El entorno es un factor determinante en el proceso de radicalización, como demuestra un estudio europeo que analiza 197 casos. “Hablamos de hombres jóvenes (unos 30 años), de los cuales el 20% tiene estudios secundarios”, añade la periodista.
Cuestionada sobre el papel que desempeñan los retornados, Alexandra Gil asevera que existen “diferentes perfiles y problemáticas”, al tiempo que advierte de que “estamos hablando de individuos que se han formado militarmente, han sido adoctrinados y sociabilizados en una forma de violencia muy superior a la que creían ser capaces de ejercer antes de marcharse, que han llevado a cabo (o al menos, han presenciado) atrocidades y han contribuido a la propagación de esta lacra extendiendo el discurso del odio en sus propias familias”. Asimismo, según el estudio antes citado, la mitad de los yihadistas europeos “tenía un pasado delincuente que les había llevado a prisión antes de acelerar o comenzar su proceso de radicalización”.
En opinión de esta experta, la prevención de la radicalización violenta pasa por una “educación en los valores de tolerancia y respeto a la diversidad”, algo que considera “esencial” para crear una “red de seguridad desde la que construir sociedades resilientes”. Por ello, para proteger a los ciudadanos europeos de discursos de odio y de las consecuencias que tienen en sus vidas la polarización de las sociedades “será necesario contribuir a una educación basada en la diversidad, en la igualdad de oportunidades y en la condena implacable de discursos que, desde la ambigüedad, tratan de fragilizar el tejido social”. El inconveniente que presentan los programas de prevención puestos en marcha en Europa en los últimos años reside en la “imposibilidad de medir su eficacia, ya que el proceso de desradicalización es complejo y no puede asegurarse que, en caso de producirse, se haya dado de forma irreversible”.
Por otro lado, el fenómeno del yihadismo también influye en la radicalización de la política. Aludiendo al caso francés como paradigma, Alexandra Gil explica que la extrema derecha de aquel país logró “introducir esta amenaza y el miedo que genera en el discurso político, introduciendo debates como la pérdida de la nacionalidad, desatando un aumento de actos islamófobos o un mayor interés de los votantes por cuestiones ligadas a la seguridad nacional, por encima incluso de otros problemas como el desempleo”, concluye.