Para conocer con precisión la historia del clima es importante disponer de largas series de datos, preferiblemente anteriores a la Revolución Industrial. Desgraciadamente, los registros meteorológicos fiables más antiguos se remontan -en los mejores casos- a principios del siglo XIX. Los climatólogos se esfuerzan en deducir indirectamente las condiciones climáticas anteriores por medio de sus efectos “conservados” en forma de anillos de crecimiento de árboles, del hielo fósil en glaciares o de los pólenes depositados en sedimentos. Desgraciadamente, estos registros indirectos no pueden competir en precisión y fiabilidad con los medidos por un observador con la experiencia e instrumental adecuados, por lo que se considera esencial extender en el tiempo las series meteorológicas procedentes de observaciones directas.
Existe un legado histórico que nos permite analizar el clima anterior a la Revolución Industrial con una precisión sin precedentes: los registros del viento observado por los pilotos de los navíos que surcaban los océanos desde el comienzo de la Era de la Navegación a Vela. Estos datos fueron tomados por algunos de los mejores observadores de su tiempo, ya que la supervivencia del navío y su tripulación dependía de su pericia. Los datos quedaron anotados en miles de diarios de navegación que los capitanes estaban obligados a entregar a sus superiores al regreso de su viaje. Desde entonces, estos documentos históricos se han conservado en los archivos de las principales potencias navales europeas.
Recientemente, investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Sunderland (Reino Unido) y la Universidad de Lisboa (Portugal) han colaborado en una investigación encaminada a explotar estos viejos datos. Se ha desarrollado una nueva metodología que ha permitido construir, a partir de los registros originales, una serie de viento en el Atlántico Norte desde 1685 con una precisión sin precedentes. El viento sobre esta región es especialmente interesante, ya que está íntimamente relacionado con la presión, la temperatura y la precipitación de gran parte Europa.
El Anticiclón de las Azores
A modo de ejemplo, señala David Gallego, responsable del proyecto de investigación en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, “se ha podido determinar que el periodo conocido como la Pequeña Edad del Hielo (1685-1715) se caracterizó por la presencia de un Anticiclón de las Azores muy persistente, desplazado al norte de su posición actual”. La resolución del nuevo índice permite incluso precisar las causas de eventos históricos puntuales. Así, afirma el investigador, “se ha comprobado que las hambrunas que asolaron Inglaterra y Escandinavia en los durísimos inviernos de 1696/97 o 1783/84 coincidieron con unos vientos del oeste más débiles de lo normal que evitaron la habitual acción moderadora del aire oceánico en esas latitudes”.
En cuanto al largo plazo, se ha encontrado que la frecuencia de los vientos del oeste sobre el Atlántico Norte no ha variado significativamente desde hace al menos 325 años. “Este resultado apoyaría la tesis de que el aumento observado en las temperaturas de Europa desde mediados el siglo XX no se ha debido a la variación de los vientos, sino que ha sido originado directamente por el incremento del efecto invernadero”, subraya David Gallego.
Los resultados de esta investigación han sido publicados recientemente en la revista Climate Dynamics, una de las revistas de referencia internacional en el campo de las Ciencias de la Atmósfera.
Para más información:
http://link.springer.com/article/10.1007/s00382-013-1957-8