La investigadora postdoctoral del Proyecto CEI CamBio y la Universidad Pablo de Olavide Elisa Oteros Rozas ha participado como Leading Author, nominada por el Gobierno de España, de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) promovida por Naciones Unidas. Concretamente, Oteros Rozas ha sido una de las expertas que ha participado en el informe regional de Europa y Asia Central que, junto con los otros tres informes regionales –Américas, África y Asia/Pacífico- fueron aprobados el 23 de marzo pasado en Medellín en la Asamblea General de Naciones Unidas por consenso de sus 129 Estados miembros tras una dura negociación.
Elisa Oteros Rozas es licenciada en Biología y doctora en Ecología, desarrollando toda su investigación postdoctoral en el ámbito de las Ciencias de la Sostenibilidad. Ha participado en 14 proyectos de investigación –nacionales e internacionales-, publicando 23 artículos científicos y fue beneficiaria de la beca Andalucía Talent Hub (Marie Curie). Además, ejerce labores de docencia en grado y postgrado en España, Alemania y Dinamarca y es co-coordinadora del Área de Agroecología de Ecologistas en Acción.
Pregunta: ¿Cómo se convierte en coautora del informe regional de Europa y Asia Central de la IPBES?
Respuesta: Gran parte de mi investigación trata sobre evaluación de servicios ecosistémicos relacionados con los agroecosistemas. Además, hace años que trabajo, junto con compañeras de la Cátedra de Agroecología de la Universidad de Vic y la Universidad Autónoma de Madrid, en una evaluación mundial del estado de la soberanía alimentaria por países en base a indicadores, por lo que contamos con una importante base de datos histórica. Anteriormente, ya había sido coautora del informe sobre polinización y polinizadores, así que sabía cómo funcionaba IPBES. Por eso, una de las coordinadoras del capítulo 2 sobre “Contribuciones de la Naturaleza a las Personas” de la evaluación regional de Europa y Asia Central, me propuso como “Leading author” para las secciones de alimentación y seguridad alimentaria. Cada país propone o recibe propuestas para la incorporación de co-autores, tiene que evaluarlos y, si lo considera oportuno, nombrarlos, es decir autorizarlos. Así lo hizo el Ministerio y me incorporé a mitad de camino, teniendo que hacer mi trabajo en menos tiempo pero aun así, ha sido una experiencia enriquecedora.
P: Cuando se habla de diversidad biológica, no se piensa en las economías, los medios de vida, la seguridad alimentaria y la calidad de vida. Sin embargo, son cuestiones totalmente relacionadas.
R: Efectivamente. Pero afortunadamente, en mi opinión, parece que esto está cambiando. Durante décadas, los científicos han intentado conocer y describir la biodiversidad y sus funciones, su papel en la dinámica de los ecosistemas, para llamar la atención sobre la importancia crucial de su conservación. Sin embargo, se seguía perdiendo biodiversidad. Hace unos 15 años, la “Evaluación de los Ecosistemas del Milenio” -otra evaluación internacional de gran escala- apuntó claramente que la pérdida de biodiversidad a nivel global, además de estar transformando el planeta a una velocidad y escala nunca vista, era fundamental para el bienestar humano. Una de las recomendaciones fue que el enfoque para la conservación tomara carácter socio-ecológico, es decir, que fuera más interdisciplinar y complejo. Algo más tarde, el informe “La Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad” le puso cifras monetarias a esa dependencia de las sociedades humanas y nuestras economías de la biodiversidad y de esas contribuciones que aportan los ecosistemas al bienestar humano y que llamamos “servicios ecosistémicos”. Sin embargo, seguimos sin reaccionar. En IPBES, el siguiente paso que se ha dado ha sido reconocer que sólo el valor intrínseco y el económico no valen para conseguir la conservación sino que hay elementos socio-culturales profundos que subyacen a los impulsores del cambio global. Así que lo que IPBES pretende es actualizar la evaluación e incorporar esas dimensiones socio-culturales, las diferentes maneras de mirar, entender, explicar, vivir y sentir las relaciones de las personas con la naturaleza. Es decir, se ha intentado integrar las aproximaciones científicas interdisciplinares y los saberes locales e indígenas. Aunque esto pueda parecer sólo un cambio de etiquetas, los matices, connotaciones y resultados son muy diferentes, pues por primera vez se ha dado un proceso de debate y reflexión entre la comunidad científica y otras comunidades de saberes y prácticas y se han integrado evaluaciones biofísicas, socio-culturales y monetarias a escala global y regional.
P: Usted ha evaluado el servicio ecosistémico “Alimentación” y el estado de la seguridad y la soberanía alimentaria en la región. ¿Cuál es la conclusión principal de su trabajo?
R: En primer lugar, que en las últimas décadas la superficie agraria per cápita ha descendido: en parte porque se han abandonado las tierras menos fértiles y accesibles en algunas zonas desde los años 70 por la llegada de la Revolución Verde y, más tarde, por la Política Agrícola Común de la UE; y en otras, desde los 90, por la disolución de la URSS y las guerras de Yugoslavia entre otros motivos. Por otro lado, porque la población ha aumentado. En segundo lugar, la agricultura se ha intensificado e industrializado de forma que la propiedad de la tierra está en menos manos y cada trabajador o trabajadora en el sector se ocupa de 3 veces más tierra que hace 70 años. A cambio, se usa más maquinaria e insumos agrícolas. Y, en tercer lugar, la producción agrícola, que aumentó un 56% entre 1961 y 1990, descendió un 33% desde entonces hasta 2014. La producción de carne, que es mayoritariamente de vacuno y porcino, siguió una tendencia parecida pero desde principios de los 2000, Europa del Este está aumentando significativamente su producción. Además, es llamativo que la producción de piensos compuestos ha aumentado cerca del 50% en las últimas tres décadas.
En cuanto a la seguridad alimentaria, vemos que nuestra dieta supera de media los requerimientos establecidos como adecuados. Sin embargo, aún existen grandes diferencias inter-regionales entre Europa Occidental y Asia Central, donde la situación es delicada con un 20% de desnutrición. Además, esta es una de las zonas del mundo en las que se está dando una transición nutricional con un rápido aumento de las tasas de sobrepeso y obesidad: en Europa Occidental, por ejemplo, adquirimos un 50% más de los alimentos que necesitamos y tenemos un gran problema de despilfarro de los mismos. Por último, el informe resalta cómo la globalización del sistema alimentario nos hace vulnerables a la pérdida de soberanía alimentaria por nuestra dependencia de importaciones de alimentos y del acaparamiento de tierras en otras regiones, así como por la pérdida de conocimiento ecológico local y agrobiodiversidad.
P: En Europa, se consumen más recursos naturales renovables que los que produce la región y se han abandonado los sistemas tradicionales de uso de la tierra como ha indicado. Sin embargo, también se han encontrado buenos ejemplos de sostenibilidad.
R: El abandono de los sistemas tradicionales de uso de la tierra y los recursos, tanto en agroecosistemas como en bosques o sistemas acuáticos, ha supuesto un cambio importante. Ahora la tecnología permite extraer y transformar recursos a una velocidad más rápida que nunca, incluso más rápida que la propia tasa de renovación. En el contexto agrario, es evidente que hoy en día el trabajo se ve facilitado por tecnologías pero estamos comprobando que las tasas de pérdida de fertilidad de la tierra por prácticas e insumos agresivos con el funcionamiento ecológico de los suelos o el descenso de la disponibilidad y calidad de agua, debido al aumento de los regadíos y las granjas intensivas, son problemas muy serios. Sin embargo, no todo son malas noticias. Por ejemplo, la superficie ocupada por agricultura ecológica está aumentando en Europa y el abandono y reforestación de algunas regiones, sobre todo del centro y norte de Europa, están contribuyendo a la recuperación de algunas especies de carnívoros que tienen un papel crucial en las cadenas tróficas y al secuestro de CO2 atmosférico.
P: Los datos que aporta el informe sobre el continente africano son alarmantes: es extremadamente vulnerable al cambio climático, podría perder la mitad de las especies para el año 2100 y en 2050 habrá duplicado su población pasando de 1.250 millones a 2.500 millones de personas ¿Podría ser África la clave en la sostenibilidad del planeta?
R: Hemos alcanzado un nivel de globalización en el que todo es clave: unas regiones como mayores consumidoras de recursos, otras como mayores productoras, otras por su extrema vulnerabilidad a los impulsores de cambio que sabemos más acuciantes -como el cambio climático pero no el único- y otras por las enormes oportunidades que encierran de transformación hacia formas de sociedad más sostenible. Lo que conozco desde mi ámbito de trabajo, el agroalimentario, es que en África se está dando la llamada “Segunda Revolución Verde”. La producción agraria es creciente y cada vez más polarizada: muy pocos propietarios -con frecuencia extranjeros- manejan ingentes superficies de tierra con un modelo agroindustrial orientado a la exportación, mientras que las tasas de desnutrición entre la población son enormes y la agricultura campesina se enfrenta a los retos del cambio climático y las dinámicas de los mercados globales.
P: ¿Cómo se puede conseguir un cambio de amplio alcance en las políticas y reformas tributarias a nivel mundial y nacional? En el informe se habla de los enfoques integrados para evaluar el bienestar nacional más allá del PIB.
R: Básicamente, con voluntad política. Aún no entendemos completamente cómo funciona el planeta y la vida en él, por eso necesitamos también más inversión en investigación. Pero sí somos ya conscientes y la comunidad científica ha dicho alto y claro que necesitamos un cambio en la forma de habitar el planeta. Esto pasa por reorganizar las políticas públicas de forma que vuelvan a priorizar la sostenibilidad de la vida y el reparto justo de recursos. En este sentido, hace años que se han propuesto indicadores mejores que el PIB para medir el desarrollo de los países porque este es tremendamente perverso. Para que nos hagamos una idea: desbrozar un bosque y volverlo a plantar computa positivamente al PIB. Hay propuestas de indicadores que incorporan otras dimensiones relacionadas con la justicia social y la sostenibilidad ambiental, como el Ecosystem Wellbeing Index o el Happy Planet Index que, si se incorporaran dentro de la contabilidad nacional para la toma de decisiones, podrían mejorar la vida de la mayoría de la población y del planeta a medio y largo plazo.